La resolución unánime de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para no impedir los debates durante las intercampañas fue una decisión acertada. La respuesta al recurso que interpuso la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (CIRT) dejó claro que en las campañas “no debe haber mayor restricción al derecho a la libertad de expresión y periodística que las previstas en la ley”.
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3 debates
Sin embargo, todo indica que solo veremos tres debates presidenciales. Andrés Manuel López Obrador decidió participar solo en los debates que organizará el Instituto Nacional Electoral (INE).
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Además recomendó que por ahora sus adversarios debatan entre ellos para que discutan “todo lo que tienen pendiente”. Por su parte, José Antonio Meade y Ricardo Anaya siguen insistiendo en debatir con AMLO, pero no consideran importante ni necesario tener ni un encuentro sin el candidato puntero.
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Las campañas seguirán como siempre
Con base en la experiencia de las últimas semanas, la agenda mediática ha estado dominada por los golpes bajos, los embates, las descalificaciones y los intentos por judicializar la lucha entre los contendientes. Dicho de otra manera, la #GuerraSucia se está convirtiendo en el eje de la confrontación, como si no existieran otras opciones de igual o mayor impacto y efectividad para mover las simpatías o preferencias del electorado.
El mejor espectáculo
Desaprovechar el poder que tiene el debate es un error. En la historia de la democracia moderna el debate ha demostrado ser un formato atractivo, útil y con gran potencial para dirimir los conflictos en forma asertiva, dinámica, sintética y civilizada. Algunos especialistas en comunicación lo consideramos el mejor “espectáculo” de la política —en el mejor sentido del término— porque puede condensar en unos cuantos minutos la esencia de los candidatos, el interés y credibilidad que pueden despertar sus propuestas y su capacidad para establecer las diferencias con los adversarios.
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Quien no es capaz de debatir, no merece gobernar. La confrontación abierta de las ideas, la habilidad para salir bien librado de los conflictos, la inteligencia para argumentar y defender las convicciones, la elocuencia para convencer a la ciudadanía y también para vencer las posturas de los adversarios, son elementos que deberían caracterizar a los dirigentes de una nación.
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Ganar el debate fortalece el liderazgo
El buen líder, además, no le tiene miedo a los retos que está imponiendo el nuevo ecosistema de comunicación. Hoy no solo están más expuestos por sus acciones y expresiones, también están sujetos a una crítica más fuerte y a un escrutinio más detallado por el poder que han adquirido las redes sociales. En el actual contexto, negarse a debatir puede ser más peligroso que perder el debate.
Si se mantiene la negativa, solo veremos los tres debates programados. Pero nadie garantiza que puedan llamar la atención como lo exige una de las elecciones más competitivas de nuestra historia. En el actual escenario, los consejeros del INE tienen una enorme responsabilidad. Si los debates resultan atractivos, dinámicos y con amplios márgenes de libertad en la producción y desempeño de los contendientes, habremos dado un paso importante en nuestro modelo de comunicación política. En caso contrario, reforzarían el miedo al formato y serían contraproducentes.
Debido a las resistencias que están manifestado los candidatos presidenciales, la autoridad electoral podría (debería) revisar a fondo las reglas que ponga para cambiar el paradigma. También resulta indispensable elaborar una estrategia de difusión que incremente el interés de la ciudadanía y que convierta a los tres debates en uno de los referentes de mayor impacto e interés para la sociedad.
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