¡Ah sí! Parecía de veinte, pero la realidad es que tenía solo trece. Nadie notó que detrás de ese vestido estrapless, maquillaje, pestañas postizas y una faja, había oculta una niña con recuerdos de una infancia con obesidad.

 “Estaba en segundo de secundaria, tenía 13 años. Iba al gimnasio de la delegación Iztacalco por las clases de aerobics y la maestra dijo: Adela, habrá un concurso de belleza por las fiestas patrias. En aquel entonces te pedían participar en un baile o concurso de belleza y me anotó para el concurso; preguntó si quería participar, dije que sí. Recuerdo que me sorprendí por el hecho de que ella me viera como que yo podía entrar al concurso; pero dijo que yo era la más delgada del equipo y mencionó algo de mi cara, además de que medía 1.60 centímetros y ya estaba algo desarrollada del busto”.

“Yo no era flaquita aunque ya había adelgazado siempre tuve problemas de sobrepeso. Pensé ¡Órale! ¡Me consideraron para un concurso de belleza! Y en mi mente fue como un atrevimiento, demostrarme que sí podía competir, aunque no cumpliera con los estereotipos de belleza que conocía: súper flaquita, güerita, pelo largo”.

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“Llegué a casa casi, le conté a mi mamá; me dijeron estás loca, tú y tus loqueras. Lo tomaron como un juego igual mis amigos; pero yo sentí que podía atreverme a romper los estereotipos de belleza porque ya había bajado de peso. La invitación fue como una forma de decirme ¡Mira! Puedo, aunque no cumpla con los estándares de belleza que conocemos en las revistas”.

En un mes de entrenamiento, Adela recibió ahí algunas clases para aprender a caminar y hasta cuidó su alimentación para bajar un poquito más de peso. De paso, su mamá le puso una faja para que no encogiera la espalda y caminara derechita. Al final, la llevó a una estética para el peinado y maquillaje.

“Ahí pasó algo muy chistoso”, recuerda. “El chavo de la estética era homosexual, me llevó al baño y me puso un perfume de feromonas ¿Para qué es esto? Le dije, y dice para que ganes. Yo ni sabía que existía eso, pero me acuerdo que me dio seguridad. Mis amigos de la secundaria estaban esperando afuera. Me pusieron el vestido estrapless, el maquillaje, las pestañas postizas y arreglaron el cabello. Me veía como de 20 años. Al mirarme pensé en todo lo que te puede transformar con la ropa y el maquillaje. Sí, me sentía más segura; pero no me sentía yo. Sentía que era otra persona”.

Fotografía ilustrativa, tomada de internet

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Sus competidoras rondaban entre los 16 y 20 años; no se percataron que su rival tenía 13. “Pero ellas eran muy delgadas”, cuenta Adela con precisión. “Pensé no voy a ganar nada pero mi atributo es el choro… ¡Ah, entonces voy a echarme un choro! Porque sabía que no tenía elementos para ganar. Modelamos, fui de las últimas porque era de las más altas. Llegó la hora de las preguntas: qué me gustaba de México, qué iba a hacer para cambiar el país y qué me gustaba de ser mujer. Recuerdo que todas decían que, de ser mujer, les gustaba que podían tener hijos o ser mamás; yo dije que me gustaba la perspectiva para ver el mundo y hable algo de la sensibilidad”.

“Al dar los resultados anuncian que el tercer lugar no fue elegido tanto por los estándares de belleza, sino por el discurso que la chica dio. Dieron mi nombre y recuerdo que me sentí entre ofendida y halagada. Después la juez retomó mi choro y dijo que las mujeres no solo existíamos para traer hijos. Al final me dieron regalos: un pantalón y ropa talla cero que obviamente no me quedo ni a nadie de mí familia; creo que lo donamos o o regalamos. También un collar de perlas que se lo regalé a mi abuela. En fin, me dieron cosas que ya no usaba en ese tiempo”.

Fotografía ilustrativa, tomada de internet

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Sin embargo, Adela guardó esa experiencia en el baúl de su vida. Shhhhht…. Que nadie supiera, que a nadie se le contara. “Trate que fuera un secreto y que no se contara esta historia porque yo en la escuela era la niña noña, nerd, muy callada ¿Cómo les iba a decir que participe en un concurso de Miss Iztacalco? Si mi físico no iba con el estereotipo de belleza. Igual mis papás, nunca contaron nada. Me daba miedo que me bulearan. Lo que sí recuerdo es que tenía 13 años pero me disfracé de adulta para ganar un concurso”.