La pandemia de covid-19 nos ha encapsulado de muchas formas. Una de ellas es la que nos ha obligado a vivir y convivir a través de las pantallas, con las muchas y complejas implicaciones que esto tiene en una sociedad.

No omito que al hablar de esto lo hago desde el privilegio, porque hay millones de personas que no tienen garantizado su derecho a un empleo digno, a un hogar digno, a educación, a una conexión a internet, a las herramientas para poder hacer teletrabajo o educación a distancia, entre otros.

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Hace no mucho tiempo, cuando hablábamos de zoom pensábamos quizás en una acción relacionada con foto o video, en velocidad o en cualquier otra cosa. Hoy, cuando hablamos de zoom pensamos inmediatamente en una plataforma en la que vemos a colegas casi diariamente por varias horas al día y, ocasionalmente, a amigues o familia.

Si bien la tendencia a la virtualidad de las relaciones lleva muchos años sucediendo a través de las redes sociales, aplicaciones y por supuesto los avances tecnológicos de la realidad virtual, lo cierto es que aún había espacios muy importantes reservados para los encuentros físicos, según las prioridades e intereses de cada persona.

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La pandemia ha desdibujado el contacto, la privacidad y la intimidad

A partir del encierro, la pandemia ha desdibujado el contacto, la privacidad y la intimidad. Las herramientas tecnológicas como Zoom han tenido un crecimiento exponencial. La pregunta es si, a partir de su normalización y expansión, la tendencia será irreversible y llevará a una nueva forma de vida individual y colectiva.

Antes de la pandemia había una dimensión de intimidad. Aquella en el que se pueden vivir momentos de privacidad para sí. La que permite a una pareja hablar a solas cuando sus hijes están en la escuela, a un par de amigues tener una plática personal, a una persona asistir a terapia, o a les niñes desarrollar su autonomía en espacios en los que no están sus madres, padres o tutores.

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La realidad es que la inmensa mayoría de los hogares no tienen las condiciones para darle a todes los miembros de una familia esos espacios. Nos enteramos más de las conversaciones de nuestras parejas, quienes son padres o madres escuchan las clases de sus hijes y las conversaciones entre compañeres, vemos pasar a alguien que ni conocemos en pijama del otro lado de la pantalla. Las líneas divisorias que existían en nuestras relaciones se van desdibujando. ¿Cómo transforma esto nuestra propia comprensión de las relaciones humanas y de las personas con las que convivimos todos los días?

¿Cuáles podrían ser los efectos del uso prolongado de zoom y plataformas similares? ¿Es posible que la forma de entender las conversaciones no vuelva a ser la misma?

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¿A quién vemos cuándo hacemos una videollamada?

Quienes han utilizado videollamadas saben que a diferencia de cuando hablas con alguien en persona, puedes verte a ti misma (mismo) al hablar y escuchar a otres. ¿Cómo transforma eso el curso de una conversación? ¿En dónde está el foco de una plática cuando tienes tu propia imagen frente a ti? ¿Nos concentramos en el otro para ver y escuchar de la misma manera que antes? ¿Nos hacemos más narcisistas viendo nuestro reflejo? ¿Nos volvemos más duros con nosotres al vernos más o menos ojerosas, canosos, cansadas, despeinados que en la llamada de ayer? 

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Cuando alguien cierra su cámara, ¿cuál sería el equivalente estando en persona? Cuando cerramos nuestra cámara, ¿le damos la misma atención a la otra persona?

En la complejidad de las circunstancias que enfrentamos no habría manera de continuar si no fuera por las tecnologías con las que hoy contamos. Claramente, los impactos serían mucho más desastrosos. No se trata de negar sus beneficios. Sin embargo, esta experiencia nos coloca frente a la necesidad de pensar cómo podemos actuar desde el ámbito ciudadano para que quienes desarrollan las herramientas que utilizamos y pagamos, avancen en un sentido que nos lleve a mejorar la calidad del contacto y la intimidad, aún en el encierro y a la distancia. Eso sí, esperando siempre volver a esos espacios nuestros y con les otres.

*Maria Fernanda Salazar Mejía es politóloga y maestra en derecho constitucional y derechos humanos. Feminista. Me gusta bailar, la playa y el deporte. Mezcalera y cervecera. 

@fer_salazarm