HISTORIAS DE LEÓN

Treinta años con el tiempo entre sus manos: la vida de un relojero en León

José Leonardo Pérez Gómez repara cada día las pequeñas máquinas del tiempo llamadas relojes

Escrito en GUANAJUATO el

León.- Dentro del taller de José Leonardo Pérez Gómez, en la calle La Paz, en León, se escucha el tic… tac… tic… tac… de los relojes. Resuena un reloj cucú que provine de la Selva Negra de Alemania: un pajarillo sale de una casita ¡Cucú! ¡Cucú! ¡Cucú!; un hombrecillo de madera mueve su tarro de cerveza; el relojero observa el diminuto mundo compuesto de engranajes y piezas; desde hace más de tres décadas repara y revive esas pequeñas maquinarias que rigen el tiempo.

La vida de Leo, el relojero, como le dice la clientela, transcurre entre sus herramientas y una pequeña colección de relojes que no cesan de emitir sus tonos. Utiliza todo tipo de artefactos para arreglar las pequeñísimas máquinas: desarmadores y pinzas, lubricantes y aceitadores, lentes y lupas de aumento, un torno para relojes, la prensa para abrir y cerrar relojes, un cronomparador para medir la precisión de los relojes, un test de impermeabilidad.

El tiempo le devolvió lo que perdió 

Leo compartió una anécdota: la de su padre dándole cuerda a su viejo Courtie de pulsera al anochecer “era su ritual de darle cuerda en la noche, ya para dormir. Mi papá hablaba de relojes, usaba reloj, tenía él un Courtie. Mi papá nunca tuvo un reloj fino…” dijo para La Silla rota mientras miraba el reloj suizo que su progenitor después vendió y regresó años después por azar del destino.

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De lo sencillo a lo más complejo

Gracias a David Pérez, su padre, Leo ahora compone relojes de la maquinaría más compleja e inimaginable, y es que, cada reloj, es un acertijo de engranajes, ruedas, agujas, manecillas… todo para un cliente satisfecho, ya sea por lujo o puntualidad “de los más sencillos puede ser uno de cuarzo, unas cuantas cuerdas, bobinas, circuitos y batería, a los más complejos como cronógrafos con triple calendario y fase de luna".

Cuando Leonardo se dispone a componer primero imagina cada una de las piezas en su mesa; las separa para encontrar un camino a la falla y de retorno para rearmar los componentes, dice “me quedo pensando ¿si me traen un reloj con un movimiento que nunca he desarmado? ¿cómo le voy hacer? Lo estudio en la mente ¿cómo puede ser su funcionamiento? ¿cómo van a estar sus palancas cuando es un cronógrafo, cómo van a estar sus muelles?”.

Relojes con piezas invaluables

En el mundo de la relojería, Leo cuenta que, aparte de las maquinarias complejas que recompone, a sus manos han llegado relojes construidos con materiales poco comunes; obtenidos desde lo más profundo del océano, hechos de los restos del legendario Titanic o de los confines del espacio con caratulas de meteorito o algo más cercano, fuera de la tierra, con polvo lunar incluido.

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Leonardo contó para La Silla Rota que dedicarse a la reparación de relojes es una labor quirúrgica de la que no se deja de aprender, pues dice, hay que profesionalizarse con la asistencia a cursos y simposios internacionales, estudiar literatura de relojería: manuales, libros de componentes y herramientas a emplear para cada tipo de reloj y marca “hace poco me tocó reparar un Romain Jerome Moon Dust  DNA, la caratula está hecha con polvo lunar, me tocó reparar uno con caratula de meteorito, dan nervios, como son placas muy delgadas, en el momento en el que uno extrae las manecillas, no se vayan a romper, el valor del reloj reside ahí” detalló.

Relojes del precio de una casa llegan a sus manos

El costo por el trabajo de reparación, comentó Leonardo, va desde los 80 a los 16,000 pesos, cuando de relojes finos se trata “cuando hay que meter refacciones todo se va muy caro, de un reloj fino esperen todo, menos que sea barato, me trajeron un Corum completamente oxidado, todo, se tuvo que remplazar la gran mayoría de las piezas y salió caro, venía desecho, de ese cobre 16,000 pesos,

Ha tenido en sus manos relojes del precio de una casa o un automóvil deportivo: Rolex, Omega, Romain Jerome, o, piezas de culto, deseadas por coleccionistas, como el Daytona Paul Newman, maquinarias finas y únicas, pero el reloj más especial, fue uno que llegó después de diecisiete años, no a reparación, sino a venta, el Courtie de cuerda de su padre, al que alguna vez reparó, cromó y retocó, una pieza invaluable.

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Leonardo observa uno de los relojes Cucú de madera oscura de uno de sus muros y dice “tener un reloj de estos, le da una atmósfera distinta a tu casa”.

La vida de Leo transcurre con sus hijos y su esposa en el taller quienes apoyan el negocio, se ve inmerso en cada pieza con el propósito de entregar el mejor trabajo en cada reloj, en sus manos pasan los minutos, los segundos, entre relojes de bolsillo, de pared, con sonidos de campanadas, péndulos y catedrales, entre el repiqueteo del despertador con el tiempo entre sus manos… “ningún día es igual, todos nos regimos bajo eso, bajo el tiempo y ciertamente todos tenemos un tiempo medido, en algún momento de nuestra vida, de nuestro tiempo, se va a acabar, bajo esa premisa tiempo, espacio y vida, tenemos que marcar ese antes, ese después”.