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Síndrome de fatiga democrática

Ante el “síndrome de fatiga democrática”, es común agotar tiempo y comentarios sobre el acontecer político en en sucesos incidentales, mediáticamente llamativos

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Escrito en OPINIÓN el

En una sociedad que sufre una suerte de “síndrome de fatiga democrática”, como lo refiere David Van Reybrouck en su libro “Contra las elecciones”, editado por Taurus en 2017, es común agotar tiempo y comentarios sobre el acontecer político y las elecciones en sucesos incidentales, mediáticamente llamativos, aunque verdaderos distractores de los temas de fondo que preocupan y ocupan a una sociedad. La que, paradójicamente, al tiempo en que se interesa cada vez más en el acontecer público, experimenta una frustración y enojo ante la actuación de los políticos, que ya alcanza niveles de preocupación en la medida en que el desencanto se convierte, peligrosamente, en aversión a la democracia.

Hasta ahora no está en duda el consenso democrático. Más del 90% de la población consultada tanto en Europa como en América Latina, a través de Eurobarómetro y Latinobarómetro, reconoce a la democracia como el mejor sistema de gobierno y la gran mayoría de los países que se consideran libres, 117 de 195, son países democráticos. Pero solo 30% de sus habitantes en promedio confía en este sistema.

Esta dualidad entre atracción y rechazo a la democracia también impacta, aunque no en el mismo porcentaje, a las instituciones y servicios públicos. No es para menos, el cáncer de la corrupción, la impunidad, la violencia, la desigualdad y el bajo crecimiento ha invadido amplios sectores la vida pública y privada de nuestras naciones. 

De manera general, cada día crece la brecha de desconfianza tanto de los ciudadanos hacia los políticos como de estos hacia los ciudadanos. Esto es muy peligroso porque implica la neutralización y la dispersión de los mecanismos e incentivos que hacen funcionar a un sistema político. Por eso, con razón, la coalición Por México al Frente ha planteado la necesidad de un cambio de régimen y de un gobierno de coalición que logre encausar la demanda social de cambio por la vía del fortalecimiento de las instituciones y de las buenas prácticas democráticas. 

Lo anterior no es nuevo


De hecho, las distintas mediciones de satisfacción democrática tienen registros de por lo menos veinte años de manera consistente y se puede advertir, como he señalado, un creciente interés en los asuntos públicos, pero también una creciente desconfianza hacia las autoridades e instituciones políticas, en especial hacia los partidos. Adicionalmente, cada vez son menos exitosos los esfuerzos de los distintos sistemas políticos por equilibrar la eficacia de sus acciones con la legitimidad de las mismas, en especial por las malas prácticas democráticas, como la corrupción, la discrecionalidad y la opacidad de las agendas públicas.

Es en este contexto que debemos analizar los escándalos mediáticos que acaparan la agenda política, algunas de estas son verdaderas cajas chinas, así como los llamativos saltos de acrobacia de algunos políticos oportunistas que hoy se alquilan sin escrúpulos –envueltos en las banderas de la coherencia y el interés público– al servicio de las fuerzas políticas que compiten por la Presidencia de la República y los distintos cargos de elección popular. 

Estos acróbatas de la política no carecen de ambiciones y sí de fuerza propia. La mayoría de estos personajes han crecido al abrigo de sus partidos y, como puede advertirse, solo se representan a sí mismos, aunque las maniobras para debilitar al adversario los muestren como conversos o arrepentidos tras la absolución del mesías tropical o los beneficios del nuevo tlatoani tricolor. 

Pero si en verdad queremos detener el deterioro democrático y fortalecer la agenda de cambio del país, debemos tomar distancia de temas de coyuntura –distractores– y conforme avancen las campañas identificar las mejores propuestas y abrir espacios para debatirlas por entidad o a nivel nacional, como los temas centrales que inciden en el cambio del sistema como la transparencia, la educación, la equidad social, la seguridad y la justicia, así como la definición de las políticas económicas y sociales que amplíen las oportunidades para todos, en especial para quienes más lo necesitan y que sean eficaces para elevar la participación de la sociedad en los programas de desarrollo.

A esto le llama David Van Reybrouck democracia deliberativa, un paso adelante de la democracia representativa y de la cual nos ocuparemos en otra entrega. 

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