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La inoperancia del programa de contingencias atmosféricas

Los márgenes de maniobra para mejorar la eficacia de los programas de contingencia son muy amplios, pero hasta ahora no vemos claro. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Un sabio dijo una vez que lo más difícil de predecir es el futuro. Difícil como es de cuestionar los alcances de este aforismo, los humanos siempre nos hemos empeñado en tratar de adivinar todo tipo de suertes. Si bien a veces le atinamos, la norma es más bien que la mayoría de las veces fallamos estrepitosamente.

Esto viene a cuento por el tema muy actual de las contingencias atmosféricas que se decretaron tardíamente hace unas semanas en varias ciudades de la megalópolis, como consecuencia de las altas concentraciones de ozono y de partículas finas.

Recordemos que los instrumentos con los que cuentan los gobiernos para enfrentar ese tipo de situaciones son los llamados programas de contingencias atmosféricas, que incluyen a diversos conjuntos de acciones que deben ser realizadas por los diferentes órdenes de gobierno, las empresas y la población en general con el propósito de disminuir los altos niveles de concentraciones de contaminantes y, en consecuencia, reducir también los riesgos sobre la salud de la población y los ecosistemas naturales.

Bueno, hay que decir primero que el diseño de estos programas se enfrenta con una verdadera fatalidad: la imposibilidad de prever con márgenes de error aceptables las trayectorias de las concentraciones en términos espaciales y temporales, es decir, no hay manera de saber a priori cómo se van a comportar las concentraciones de diferentes contaminantes, ni cómo éstos se van a distribuir por los rincones de la ciudad o por los bosques aledaños y los campos de cultivo.

Y no hay manera de saberlo porque son muchas las variables y los factores, a través de comportamientos impredecibles y caprichosos, que determinan tanto las tasas de concentración de cada contaminante como los patrones de su ocupación en el espacio.

Si bien lo anterior explica en buena parte lo complicado que resulta diseñar e implementar medidas eficaces en contingencias, eso no significa que no se pueda mejorar con creces la eficacia de los programas que tenemos, sobre todo cuando todos dejan mucho que desear y presentan una amplia inoperancia para alcanzar los objetivos que se proponen, a saber, proteger la salud de la población y reducir las concentraciones de contaminantes.

Los programas de contingencia no protegen la salud de la población porque la aplicación de las medidas empieza una vez que las concentraciones llegaron a niveles muy altos que sobrepasan, por mucho, las normas de salud establecidas justamente para proteger a la población. El dicho popular de tapar el pozo después del niño ahogado, se aplica totalmente.

Además, como la mayoría de las medidas son ineficaces para reducir las concentraciones con la velocidad que exige la contingencia, la dispersión de los contaminantes suele depender de las bondades que ofrece la meteorología, esto es, del surgimiento de algunos vientos y de la aparición providencial de agua de lluvia.

Las medidas más publicitadas son las relacionadas con las restricciones a la circulación vehicular, que ya de suyo presentan dudas sobre su verdadera eficacia, pero hay muchas otras no tan conocidas pero muy importantes para reducir las emisiones de contaminantes como los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles, ambos grupos formados por precursores del ozono, que deben reducirse para que disminuya la formación de ozono troposférico.

Retomo un ejemplo de dichas medidas, a la letra: “Las fuentes fijas de la industria de jurisdicción federal y local que tengan procesos que emitan precursores de ozono sin equipos de control de emisiones, quedan obligadas a reducir sus emisiones entre el 30 y el 40% sobre su línea base de manera inmediata a la declaratoria de la Fase I de Contingencia.”

No es necesario evaluar estrictamente la eficacia de la implementación de esta medida, cuando a cualquiera le surgen preguntas inmediatas: tomando en cuenta que en la megalópolis las fuentes mencionadas se cuentan por millares, ¿Cómo es que las autoridades federales y locales podrían verificar que cada uno de esos establecimientos reduzca sus emisiones en los porcentajes establecidos? ¿No se requerirían miles de inspectores insobornables con los que no se cuenta para poder hacerlo? ¿No se necesitarían miles de medidores o sensores que no se tienen?

Una larga lista de otras medidas que aparecen en los programas de contingencia vigentes se presta a cuestionamientos parecidos. Su implementación es ilusoria y su eficacia demasiado pequeña ante la emergencia. Y sin embargo, las autoridades actuales las mantienen en los programas que han presentado.

A pesar de las dificultades técnicas, me queda claro que los márgenes de maniobra para mejorar la eficacia de los programas de contingencia son muy amplios, pero hasta ahora no vemos claro. Les faltan muchas cosas, pero si algo no tienen es la creatividad necesaria para romper con la inercia tanta medianía.

El azote de la contaminación del aire

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