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Crónica de una victoria anunciada

El 19 de junio, los colombianos tendrán que definir qué tan profundo será el cambio en su país. | Alicia Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

El domingo pasado, Colombia celebró la primera vuelta de elecciones presidenciales en la que Gustavo Petro y Rodolfo Hernández salieron como los favoritos para enfrentarse en una segunda vuelta. 

Pese a ser antagónicos, Petro y Hernández representan una lucha contra el sistema que ha imperado en Colombia y aunque desde los grupos conservadores se insiste que la democracia colombiana está en peligro, es un hecho que alrededor del 70% de los colombianos que votaron manifestaron que llegó el momento de cambiar. Lo que no lograron ni las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ni el M19, ni el Ejército de Liberación Nacional (ELN) con las armas durante décadas, lo lograron los 21 millones de colombianos en las urnas el domingo 29 de mayo, prueba evidente de que la democracia ganó la victoria en Colombia. 

Pero ¿a qué se debe este giro político en Colombia? Existen un sinfín de respuestas cuya explicación no es fácil ni breve, pero en términos generales la población colombiana ha padecido una inseguridad en todos los espectros que el concepto involucra. 

En términos político-sociales, Colombia es un país estratificado en el que un reducido grupo político, social y económico ha gobernado durante décadas y que ha estado poco interesado en una verdadera distribución más equitativa de la riqueza y de una ampliación de servicios públicos y de seguridad social. Pero esa estratificación no es metafórica, es literal; un número define el estrato al que un individuo pertenece como si se tratara de las castas coloniales, es decir, de dónde vienes y prácticamente dónde te quedarás. 

En cuanto al nivel de ingresos, éste se vincula directamente con las oportunidades de educación y de atención médica, y es que más que en otros países, en Colombia el nivel de ingresos de los padres determina el ingreso y educación que tendrán los hijos, provocando que la movilidad social sea prácticamente imposible, especialmente entre los grupos indígenas y de afrodescendientes. El país sudamericano tiene los mayores índices de desigualdad del mundo, el segundo más alto en América Latina y el más alto entre los miembros de la OCDE. 

El año pasado, un gran número de la población buscó ponerle fin a esta situación político-social, cuando el hartazgo compartido entre los colombianos pobres y de clase media, mestizos, indígenas y afrodescendientes incluidos, quedó manifiesto durante las protestas que se denominaron como el Paro Nacional y cuyo detonante fue una impopular reforma tributaria, provocando momentos críticos en Colombia debido al gran número de carreteras y vías urbanas bloqueadas y a una ola de violencia generalizada. Y aunque el movimiento se desinfló, fue más como parte de una estrategia de los paristas para evitar su desgaste que como consecuencia de una respuesta gubernamental para satisfacer las necesidades sociales, por lo que la frustración e indignación popular continuaron. 

Pero además de las necesidades insatisfechas, los colombianos han sido azotados por grupos armados y criminales que han estado erosionando los pequeños logros en materia de seguridad conseguidos tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016 entre el Estado y las FARC. Conforme al Comité Internacional de la Cruz Roja, el 2021 fue el año más violento en Colombia desde 2016, con una tasa creciente de asesinatos, desplazamientos forzados, confinamiento y reclutamiento pese al despliegue militar. 

En lo que va de 2022, los colombianos han sido secuestrados por dos paros armados; el primero decretado por el ELN en febrero y previo a las elecciones legislativas del 13 de marzo, hecho que confirmó el temor vox pópuli de que la violencia incrementa antes de una jornada electoral en Colombia; el segundo ocurrió a principios de mayo cuando el Clan del Golfo paralizó parte de doce de los 32 departamentos de Colombia dejando expuesta la falta de control por parte del Estado y la frágil seguridad en territorio colombiano.

En forma anecdótica y personal, durante una estancia de casi dos años en Colombia he acumulado experiencias tanto buenas como malas; entre las primeras he constatado que parte de las riquezas del país radica en sus ciudades coloniales, sus ecosistemas llenos de flora y fauna, su cultura que envuelve el ritmo de la gente al bailar, al hablar, al convivir con el extranjero y al cuidado de la naturaleza y de los animales; no obstante, la desigualdad en Colombia se percibe en cada momento y lugar, llaman la atención hechos como la de “se aceptan perros pero no chicas del servicio doméstico” en los parques privados; se pida a los paseadores caninos que se retiren de los parques públicos o se les intimide por cualquier cosa; que la gente se presente a sí misma anteponiendo el estrato en el que vive; y demás anécdotas que podría escribir. 

En estas circunstancias, no es extraño que Gustavo Petro, exalcalde de Bogotá y artífice de una coalición que reúne a gran parte de la izquierda colombiana, haya logrado 40.3% de los votos en las urnas del domingo pasado derrotando a Federico “Fico” Gutiérrez, exalcalde de Medellín y favorito de la política tradicional de Colombia. 

Sin embargo, Petro aún no puede cantar victoria ya que como no superó el 50% de los votos el domingo pasado deberá disputarse la presidencia en una segunda contienda con Rodolfo Hernández, un populista cuya aceptación entre los colombianos ha aumentado notablemente no solo por abanderar la lucha en contra de la corrupción y su abierto deslinde de los partidos políticos tradicionales, también  por su peculiar personalidad que muchos comparan con la del expresidente estadounidense Donald Trump.

A partir de hoy y hasta el 19 de junio, fecha en la que se definirá quién ocupará la Casa de Nariño, se desarrollará la verdadera campaña hacia la presidencia de Colombia. 

Por un lado, Petro tiene que relanzar su campaña a fin de captar votos de entre el 46% de los electores que no acudieron a las urnas el domingo, tendrá que convencerlos de que él representa el verdadero cambio que Colombia necesita atendiendo el desarrollo de una reforma agraria, el apoyo a pequeños propietarios agrícolas, el aumento de la calidad y acceso a la salud y educación, las negociaciones de paz y la desmovilización de los grupos armados. En este sentido, Petro, necesita al menos 3 millones de votos más que los que ya obtuvo para derrotar a Rodolfo Hernández, quien en este momento ya cuenta con el apoyo de los partidos de derecha, hecho que paradójicamente lo hace aliado de aquellos a quienes decía combatir. 

Por otro lado, Rodolfo Hernández, tiene que presentar propuestas contundentes y que hasta ahora han estado ausentes de su retórica populista para convencer que de ganar la presidencia no seguirá las políticas de los gobiernos que el pueblo colombiano trata de dejar atrás.

El hecho evidente de la jornada electoral en Colombia es que los colombianos ya ganaron imponiendo un castigo a las élites gobernantes de centroderecha que han dominado el poder durante la mayor parte de su historia tras la independencia. El 19 de junio, los colombianos tendrán que definir qué tan profundo será el cambio en su país, si se quedarán a la mitad del camino con el populista Hernández, con los partidos tradicionales atrás de él, o consolidan el viraje a la izquierda con Petro.