Desde 2016, los diferentes bandos contendientes en las elecciones para la Presidencia en Estados Unidos de América (EEUU) reafirmaron las contradictorias perspectivas en la política mundial. Ahí, la visión popular fue identificada con el precandidato Bernie Sanders, en oposición al fomento del neofascismo, con Donald Trump. Hoy, él encabeza la administración gubernamental; es vocero de una demagogia incansable, aunada a un racismo y discriminación crecientes, de un abierto proteccionismo comercial, y de expansión vía control financiero internacional y militar.
Es la élite del pensamiento y práctica del “liberalismo” económico, en sintonía con la democracia representativa tradicional, y pareciera ser la casi única dinámica imperante a lo largo de más de dos décadas y hasta fines del siglo XX. Lo anterior es una reacción, el neofascismo es producto, entre varias causas, del panorama continental iniciado en 1999 con el fracaso de la reunión de la Organización Mundial del Comercio en la ciudad de Seattle, y por la aparente sin razón de los gobiernos progresistas latinoamericanos que propugnan un Estado de Bienestar similar, o mejorado, al imperante post Segunda Mundial.
Estados Unidos y América
Tal escenario alcanzó cotas impensables en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Nicaragua, países y gobiernos que construyeron alternativas de cooperación económica y política sin la guía y presencia estadounidense. Cabe reflexionar brevemente cómo la acumulación económica capitalista neoliberal y la dominación política de la democracia tradicional fueron vulneradas y cómo, actualmente, el cambio lleva el sentido opuesto.
Veamos algunos detalles. En Latinoamérica, la rectoría estatal sobre la economía regresaba a través de la nacionalización moderara de recursos naturales, regulación del mercado, políticas de fomento industrial, controles monetarios y financieros, y un largo etcétera que desconectaba sus economías de los designios de las grandes potencias. En los diferentes países, la intensidad y profundidad de los cambios económicos presentó matices que van confrontando los intereses tradicionales de aquella gran potencia.
Ello estuvo reflejado claramente en los organismos multinacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), y otras estructuras interamericanas políticas y económicas que entraron en oposición a EEUU, como es el caso de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), y PetroCaribe, por mencionar un par entre los más destacados.
La otra gran vertiente en desconexión y enfrentamiento fueron las relaciones internacionales diplomáticas y la relativa facilidad con que se constituyeron la Unión de Naciones Suramericanas (UnaSur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), como las más representativas, donde no sólo han participado las naciones latinoamericanas arriba mencionadas, sino casi todos los países latinoamericanos.
Tal configuración impuso desafíos más allá del continente, pues la “globalización” impulsada por las élites europeas, japonesas y los “yanquis” (la triada imperial, Samir Amin dixit) salió de su control al participar de manera relevante la República Popular China, Rusia, Irán y otros gobiernos asiáticos o africanos. Y claro que, de todos estos, los dos primeros representan un peligro económico y político inmediato para aquella triada.
Neofascismo
Nuestra reflexión hace énfasis sobre la apreciación de José Saramago al identificar el arribo del “nuevo fascismo” como una extensión de la normalidad liberal. Agregaría lo siguiente: se fomenta un fascismo como negación de transformaciones mínimas dentro de los marcos de “libre” mercado proteccionista, regido por las añejas y grandes potencias, teniendo el conceso del bienestar por las mercancías (consumismo) y los crecientes privilegios que el nivel de poder adquisitivo concede; sin dejar de lado el individualismo ramplón y el abandono de la lucha por alternativas sociales y modelos económicos disruptivos. Así, el requisito cotidiano es la inmediatez, es la no conciencia del pasado, buscando la sociabilidad hipócrita, respetando la voluntad de las élites.
Esto ha sucedido con el establecimiento de los gobiernos ultraconservadores en Europa, el abierto fascismo en Ucrania e Israel. Acá en América, la designación de Macri a la Presidencia de Argentina, en 2015, y la muy cercana reafirmación de Jair Bolsonaro para Brasil, vislumbra una consolidación en la pérdida de memoria social, y la ilusión por continuar un individualismo ramplón propugnado por los poderosos medios. En 1933 el pueblo alemán llevó a Hitler al poder, para octubre de este año ya existen clones remix. Con la ayuda y voluntad (comprobadas por miles de fuentes) del gobierno estadounidense, desaparece cualquier vestigio de los gobiernos progresistas en América Latina.
Lo que suceda al interior del pueblo brasileño dejará una marca histórica indeleble, pues Fernando Haddad el candidato del Partido de los Trabajadores sustituyó a Lula da Silva en esta elección, ex presidente y preso político de la ultraderecha que fomenta el fascismo. En los demás países latinoamericanos hay impedimentos para que suceda algo igual. Es probable que en México no acontezca lo mismo que en Brasil o Argentina. Por supuesto en nosotros no cabe el olvido de los movimientos sociales en EEUU, los cuales presentan alentadores esfuerzos por detener la tendencia representada por Trump; quien no ceja en asegurar el triunfo del Partido Republicano para el próximo mes. La moneda está en el aire.
Mtro. Jorge Castañeda Zavala
Profesor-investigador del Instituto Mora, es Economista por la Universidad Autónoma Metropolitana y candidato a Doctor en Historia por el Colegio de México. Realiza investigación y publica libros y artículos sobre dos grandes temas: la economía y las relaciones internacionales de América. Actualmente trabaja el tema de “Relaciones económico-diplomáticas entre México y Estados Unidos de Norteamérica, 1935-1946”.