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“Vi a mis hermanos unirse a Los Viagras”; ¿yo? "pues quién sabe"

Gustavo, joven originario de la sierra de Michoacán, narra cómo los grupos criminales sembraron sus propias leyes en el estado

Escrito en NACIÓN el

Gustavo, quien siempre quiso mantenerse alejado de los negocios del narcotráfico en los que se involucraron sus hermanos mayores, quienes salieron de casa de sus padres en la sierra de Michoacán para unirse a Los Viagras, terminó recluido en una correccional de menores con una condena de cuatro años por secuestro agravado.

Él fue el quinto de los ocho hermanos (cinco hombres y tres mujeres) que fueron, “el mero sandwich”, como narra en su historia recogida en Un sicario en cada hijo te dio (Aguilar, 2020), de Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas; y vio cómo el primero de sus hermanos un día partió para no volver. Una semana después, el segundo hermano descubrió que se había unido al cártel y con el paso de los meses se le unió. Los siguió un tercer hermano. 

Cuando eran niños, luego de que el sexto de los hermanos enfermara y como la familia siempre luchó para subsistir, el padre decidió hacer lo mismo que todos en la comunidad: empezó a sembrar amapola y marihuana, a la par que cultivaba jitomate, maíz y chile. 

“La amapola y la marihuana permiten que todos los de la sierra puedan sobrevivir y tener un ingreso que les deje tener su casa y mantener a su familia”, cuenta Gustavo y asegura que antes no importaba si se vendía a un cártel u otro, hasta que las organizaciones criminales comenzaron a pedir exclusividad, lo que hizo que surgieran las autodefensas. “Nosotros somos humildes, pero tenemos dignidad y no nos gusta que alguien llegue a decirnos cómo hacer las cosas, ni qué hacer”. 

Luego de que sus hermanos se unieran a Los Viagras, comenzó la rivalidad de este cártel con el de la Nueva Familia, el Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa, los cuales “querían tomar control de nuestras vidas y ganancias”

“El gobierno, pues, ni sus luces, por donde nosotros vivimos, nunca entran, ni siquiera vemos patrullas, ni militares”, cuenta el joven y agrega que a partir de que surgieron las autodefensas ”era normal ver gente armada en la calle”.

"ME INVITARON A TRABAJAR"

Durante las vacaciones antes de pasar a tercer año de preparatoria, Gustavo visitó a sus hermanos en Jalisco, donde rentaban una casa entre los tres. Pasó ahí alrededor de dos semanas. 

“Me invitaron a trabajar: su comandante les dijo que me ofrecieran 5 000 pesos semanales por estar en la casa asomado por la ventana, viendo quién entraba y salía del pueblo”. Acepta que lo pensó, “pero la verdad nunca me ha llamado la atención esa vida, sí es un hecho que ganan dinero, pero también se lo gastan en armas y en protección, además todo el tiempo tienen miedo de que los maten, y las cosas que tenían que hacer tampoco me latían”.

Sin embargo, cuando regresó, su patrón de la compañía para la que trabajaba instalando antenas de televisión por cable le hizo saber que el CJNG había comenzado el rumor de que Gustavo había llevado información del cártel a sus hermanos. “Pélate, wey, aquí ya no te puedes quedar porque te quieren matar”.

SALE DE MICHOACÁN

Gustavo tuvo que dejar la prepa y se fue a vivir con sus hermanos. “La verdad: estaba muy triste, quería seguir viviendo en la comunidad con mis papás y acabar la prepa para irme a la militar”, narra.

Al momento de querer revalidar los dos años de prepa que ya llevaba, tuvo problemas y tuvo que empezar desde cero. 

“Tuve que buscar empleo porque no quería pedirles dinero a mis hermanos e intentaba mantenerme alejado de todos sus negocios”, por lo que entró a trabajar en una huerta de limones, donde no le pagaban mucho.

No obstante, un día su hermano Chucho lo invitó a un “jale” en Zacatecas. “Como no me iba bien, acepté y le propuse a mi chava que viniera unos días, si le latía nos quedábamos”, pero acepta que estaba nervioso pues sabía que los trabajos de su hermano no eran legales. 

El trabajo consistió en fingir que acababan de llegar a vivir a una casa que los amigos de Chucho rentaban. “No le vimos nada de malo y aceptamos, aunque en el fondo sabíamos que era algo chueco, pero necesitábamos dinero. En la casa estábamos mi hermano y su pareja, otros dos chavos y nosotros”.

13 días después, “llegaron con una chava secuestrada”. Asunto del que Gustavo y su novia trataron de mantenerse al margen, hasta que un día, el mismo en que estaban planeando irse, Gustavo vio a la mujer asomada por la ventana, viendo hacia la calle, donde había unos vecinos en un camión de mudanza, llamó su atención y gritó que la tenían secuestrada.

De inmediato, intentó huir en un taxi pero se bajó cinco cuadras después y caminó rápido antes de ser señalado por dos señoras. “De pronto ya traía a la policía atrás, primero dizque me agarró por robo y ya después, cuando llegué a los separos, vi a todos ahí detenidos y, pues, me ligaron al secuestro”. 

“NUNCA SE VA A ACABAR”

“Creo que nuestro país está de la fregada. El mando no lo tiene el gobierno, sino los cárteles: ellos tienen todo el poder dicen cómo se hacen las cosas y cuáles son las leyes. Creo que la delincuencia nunca se va a acabar”, lamenta Gustavo y aunque muestra convicción de no unirse a Los Viagras, dice que “nunca se sabe”.

Contrasta que detuvieron a su hermano el más grande, el grupo criminal lo apoyó “con abogado, sueldo (le pagaban a su esposa mientras él estuvo dentro) y lo sacaron a los siete meses”. Al segundo lo ayudaron cuando fue detenido por robo de vehículo y portación de armas, “ni siquiera tocó la cárcel: sus comandantes pagaron para que saliera libre”. 

“Sigo pensando que nunca me uniría a ellos, pero pues quién sabe… Creo que sólo le entraría si tengo que luchar por mi familia, me da mucho coraje porque son personas muy tranquilas que no se meten con nadie, pero no pueden ni vivir en su propia casa, en donde han vivido siempre”, cuenta Gustavo.

(djh)