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CDMX: de la región más transparente del mundo a… la doble contingencia

Ahora, la ciudad se ahoga en contaminación por incendios, combustión de automóviles, fabricas y la vida cotidiana de la urbe y su zona conurbada

Escrito en METRÓPOLI el

La primera vez que Hernán Cortés y sus hombres vieron Tenochtitlán quedaron impresionados.

“Nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto, y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños”, describiría el cronista Bernardo Díaz del Castillo en sus relatos sobre la conquista de México.

Situada sobre un extenso valle, en medio de cuatro grandes lagos, aquella ciudad de Tenochtitlán debía suponer una de las visiones más majestuosas que jamás hubieran visto aquellos hombres, relata la BBC Mundo.

Con sus alrededor de 200,000 habitantes, Tenochtitlán, fundada alrededor de 1325, superaba con mucho la mayor ciudad que nunca hubieran visto, probablemente Sevilla, y sus palacios superaban en grandeza los de la capital andaluza. Ya en su interior les sorprendería su higiene, su limpieza, su verdor.

La capital del imperio azteca, Tenochtitlán fue fundada a principios del siglo XIV. Construida a través de una serie de islas naturales y artificiales conectadas por calzadas en los pantanos del lago de Texcoco.

Foto: Especial

Tiempo después, en 1804, cuando Alexander von Humboldt vislumbró por primera vez la Ciudad de México incrustada en el Valle de Anáhuac, apenas pudo contener la emoción ante el espectáculo: el cielo, las nubes, los volcanes, el azul y el verde intenso, la luz...

"Viajero: has llegado a la región más transparente del aire", escribió en su diario.

Se refería al valle de la Ciudad de México; esa frase inspiró a Carlos Fuentes para el título de su novela La región más transparente, y también por Alfonso Reyes en su obra Visión de Anáhuac en 1917.

Precisamente Alfonso Reyes escribió, en Visión del Anáhuac, sobre la que dejó plasmado que el viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en América muchos árboles. Les sorprenderíamos hablándoles de una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad.

“Lo nuestro, lo de Anáhuac, es cosa mejor y más tónica. Al menos, para los que gusten de tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro. La visión más propia de nuestra naturaleza está en las regiones de la mesa central: allí la vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo—; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual; y, en fin, para de una vez decirlo en las palabras del modesto y sensible  Fray Manuel de Navarrete: una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos.

“Ya lo observaba un grande viajero, que ha sancionado con su nombre el orgullo de la Nueva España; un hombre clásico y universal como los que criaba el Renacimiento, y que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la sabiduría viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida: en su Ensayo político, el barón de Humboldt notaba la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica.

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“En aquel paisaje, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, por donde los ojos yerran con discernimiento, la mente descifra cada línea y acaricia cada ondulación; bajo aquel fulgurar del aire y en su general frescura y placidez, pasearon aquellos hombres ignotos la amplia y meditabunda mirada espiritual.

“Extáticos ante el nopal del águila y de la serpiente —compendio feliz de nuestro campo— oyeron la voz del ave agorera que les prometía seguro asilo sobre aquellos lagos hospitalarios. Más tarde, de aquel palafito había brotado una ciudad, repoblada con las incursiones de los mitológicos caballeros que llegaban de las Siete Cuevas —cuna de las siete familias derramadas por nuestro suelo—. Más tarde, la ciudad se había dilatado en imperio, y el ruido de una civilización ciclópea, como la de Babilonia y Egipto, se prolongaba, fatigado, hasta los infaustos días de Moctezuma el doliente. Y fue entonces cuando, en envidiable hora de asombro, traspuestos los volcanes nevados, los hombres de Cortés (“polvo, sudor y hierro”) se asomaron sobre aquel orbe de sonoridad y fulgores —espacioso circo de montañas—.

A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la pintoresca ciudad, emanada toda ella del templo, por manera que sus calles radiantes prolongaban las aristas de la pirámide, escribió Alfonso Reyes.

Más de 215 años después, la antigua Tenochtitlán, ahora Ciudad de México, se ahoga en contaminación. Después de cinco días de contingencia ambiental en la Ciudad de México por incendios, combustión de automóviles, fábricas y la vida cotidiana de la urbe y su zona conurbada, este jueves se suspendieron las actividades escolares en todos los niveles como medida de protección.

Las causantes de la alarma, las partículas PM 2.5 y ozono. ¿QUÉ SON?

MJP