El cambio de año no pudo quedarse sin celebración en la mayoría de las familias mexicanas y menos un día de reyes sin regalos parar los niños. Y aunque estos últimos pudieron ser más modestos o escasos por la crisis económica, la urgencia de surtir los deseos infantiles se hizo notoria en redes sociales y grupos de compra-venta. Ya lo mismo había ocurrido en época navideña y más atrás, en la conmemoración del día de muertos. Ahora la urgencia en múltiples redes es por el oxígeno para cuidar a los pacientes en casa. Con todo, es de esperar que, en San Valentín veremos de nuevo el movimiento comercial desbordado y descuidado de medidas sanitarias; y en las semanas posteriores, una crisis sanitaria tremenda como consecuencia.

Hay mucho qué analizar en lo que nos ocurre como población vulnerable al COVID-19 y somos muchos los actores involucrados en una compleja realidad de casi 167 mil personas fallecidas en México hasta el momento. En futuros escritos me referiré a otros actores sociales, pero por el momento, me concentraré en algunas reflexiones como sociedad civil.

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¿Distanciamiento social?

Pese a la pandemia, las indicaciones de quedarse en casa y luego las restricciones de los semáforos, han sido saltadas una y otra vez, de forma sistemática, por la población general cuando de cumplir con las tradiciones se trata y de comprar los respectivos insumos para celebrar. Padres de familia peleándose con guardias de seguridad, e incluso con la guardia nacional, en panteones, centros comerciales, mercados e incluso centros históricos, dan cuenta de que la tradición se cumple porque se cumple. Y las razones para que se cumplan son muchas, van desde que hay personas que las viven conscientemente como mandato social, hasta que, paradójicamente, por percibir que en estos momentos la vida es incierta, tendemos a desbocarnos en atenciones a nuestros seres queridos o a disfrutar como si no hubiera mañana. Difícilmente hay puntos medios en tiempos de crisis, la vida lo amerita todo, o la vida no vale nada. Entre otras cosas, porque no tenemos suficiente educación emocional para afrontar la incertidumbre, el miedo, la pérdida, la vergüenza, la enfermedad y la muerte.

Pero si no hay educación para las crisis, ni conciencia de lo que es verdaderamente importante -cómo pasar tiempo de calidad con nuestros adolescentes y despegarlos de sus monitores, en vez de comprarles nuevos- el panorama gubernamental percibido, tampoco es muy apoyador. Los mensajes contradictorios entre funcionarios que piden seguir indicaciones pero hacen actos cívicos donde no se cuidan o cumplen los reglamentos a conveniencia, no sólo son caldo de cultivo para que la situación sanitaria empeore, sino que propician, inconscientemente, la locura. La mayoría de los ciudadanos ya no sabe qué hacer, qué modelos seguir o qué instrucciones atender, fuera de sus conciencias, y eso es mucho decir.

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Y si bien una mayoría no sabe con certeza qué hacer, existe el complemento de los que tienen sobrada seguridad de esto y se han convertido en una nueva especie de guardianes de la rectitud. Pareciera que el hecho de poder cuidarse, a muchos les da la calidad moral para pasarse juzgando el “mal” comportamiento de los demás. En redes sociales sobran ejemplos de actitudes inquisitivas, egoístas y de reproche hacia otros. En consecuencia, muchas personas se sienten avergonzadas por tener que salir a trabajar, no comunican que están enfermos, o tienen que mentir simplemente si por salud mental quieren tener un paseo al aire libre, ya que, si no dan explicaciones de su comportamiento individual o familiar, el reproche puede tener alcances de linchamiento y pérdidas de empleo o clientes. Es decir, no hay diálogo o suposición a favor de las habilidades de autocuidado en otros y nos lanzamos a criticar sin mesura todo lo que tachamos de irresponsable.

Esto también puede estar sucediendo porque nosotros mismos nos sentimos inseguros, no tenemos la certeza de tener un entrenamiento serio en materia de salud, que nos permita estar alertas y sentirnos menos vulnerables en cualquier terreno. Esta falta de entrenamiento para saber cómo cuidarme y cómo cuidar de mi familia donde quiera que me encuentre, tiene raíces profundas, van desde una falta de cultura de prevención general, hasta la falta de discernimiento de la información que recibimos diariamente. Sucede que, aunque quisiéramos actualizarnos y ser autodidactas en materia de salud, simultáneamente no sabemos dónde buscar información y no hemos sido educados para tomar decisiones con base a evidencia objetiva. Prueba de ello es la creencia de fe de muchas personas que, tras vacunarse, ya no correrán ningún riesgo de enfermarse, aun cuando tienen meses escuchando o leyendo conceptos como inmunidad, reinfección, carga viral y síntomas.

Actuar con inteligencia a nivel familiar para protegernos, pasa por el interés para poner a salvo a mi persona y a mi familia, pasa por salir de la zona de confort para aprender algo nuevo, así como por ser críticos con la información que recibimos -y los consejos que recibimos de allegados- así como para cuestionarnos a nosotros mismos. Pasa por asumir una responsabilidad compartida para cuidarnos, más allá de lo que me conviene momentáneamente. Pasa por tener interés en seguir vivos y, al mismo tiempo, saber vivir.

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Identificar qué nos pone a salvo y qué no

Como sociedad entonces tenemos que dar cambio a una educación activa, integral, que nos permita discriminar qué nos pone verdaderamente a salvo y qué nos resulta solo conveniente, qué nos aporta un placer instantáneo y qué nos enriquece, aquella que nos permita tomar decisiones inteligentes, que nos permita rescatar tradiciones que no nos arriesguen, que nos permita sugerir sin atacar, o que permita a nuestros adolescentes disfrutar de sus pares, sin tener que controlarlos con toques de queda o la denuncia de fiestas.

Debemos pasar a la organización entre nosotros, pero no para insultar a quien hace algo distinto, sino para extender nuestras redes de apoyo y, más allá de la pandemia, tenemos que pasar a una cultura de denuncia y seguimiento de casos en contra de quienes sí lucran con nuestra salud. Así como a exigir que surjan nuevas y mejores formas de aprehender la realidad entre quienes nos gobiernan, buscar formas de demandar una mejor clase política.

Las organizaciones asistenciales deberíamos estar poniendo a disposición de los demás nuestro ingenio y nuestra capacidad de servicio para que las personas enfermas no se queden sin abasto de medicamentos, equipo, alimentos, o sin atención de calidad y calidez, ya sea que los pacientes estén siendo atendidos en hospitales o en sus casas; y como padres de familia tendríamos que estar hablando como nunca con nuestros hijos e hijas sobre esos temas históricamente incómodos, entre ellos la muerte y la distribución de los cuidados en el hogar de los ancianos y potenciales enfermos.

Los mexicanos hemos mostrado, como sociedad civil, que las emergencias nos llaman a colaborar y somos buenos en ello. Los invito a que veamos la salud de todos, como una urgencia que demanda priorizar nuestras necesidades, realizar nuestras investigaciones más exhaustivas, donar nuestras habilidades a los demás; y que nos obliga al diálogo y a la incorporación de nuevas acciones, nuevos hábitos y nuevos contenidos de aprendizaje en nuestras vidas.

 

Dra.  Coutiño Escamilla

Es psicóloga y educadora, Maestra en Sociología de la Salud, por el Colegio de Sonora y Doctora en Ciencias en Epidemiología por el INSP México. Colabora en diversos proyectos institucionales; entre ellos, los referentes a violencia y diversidades sexuales en el Instituto Mora.

@LiliCoutino