El confinamiento es un tratamiento poblacional para la reducción de contagios masivos por enfermedades infecciosas, sin embargo, como cualquier tratamiento, no está exento de reacciones adversas o daños colaterales. Hay consecuencias indeseables visibles, como las afectaciones económicas y de abasto, pero, además, existen consecuencias indeseables no tan visibles, que no se manifiestan con gravedad inmediata, por lo que a veces no se consideran una prioridad, tal es el caso de la salud mental.

A todos los seres humanos nos afecta el confinamiento. Es normal sentir malestar y frustración en muchos momentos del encierro, sin embargo, cuando un adolescente o un niño o niña se enferma, la afectación puede tomar mayores magnitudes pues sus síntomas quedan supeditados a la capacidad de detección y atención de sus cuidadores, en un momento en el que también la oferta de servicios profesionales para ellos, se ve limitada o reducida. 

El confinamiento prolongado genera trastornos en la salud mental de los menores por diferentes vías. En primer lugar, por el encierro en sí. Hay una fuerte asociación de insomnio, estrés, síntomas depresivos y comportamiento adictivo luego de padecer encierros forzosos, que ya se ha documentado en estudios observacionales. El encierro, sumado a la restricción del contacto social, además, puede agudizar o acelerar la aparición de alucinaciones o pequeños brotes psicóticos. Por eso la importancia de que, al menos imaginariamente, las y los niños experimenten la sensación de viajar sin salir de casa (a través del juego, la lectura y las artes, por ejemplo).

El confinamiento también afecta a los menores vía la reducción del movimiento y el desarrollo psicomotor. En México, especialmente en las zonas urbanas, hay una alta prevalencia de viviendas reducidas o en condiciones de hacinamiento, lo que se traduce muchas veces en la aparición de limitaciones motoras en los infantes y en consecuencia inmadurez en las habilidades gráficas, espaciales y de equilibrio, pero también, en un incremento de sedentarismo y otros problemas de salud como el sobrepeso y la obesidad.

Por otro lado, la permanencia en los hogares no es sinónimo de ambientes afectivos y sociales sanos, por lo que permanecer encerrados en casa, expone a los menores a la violencia. La más común es la violencia en la pareja, pero hay violencias que constituyen un tabú todavía en las sociedades mexicanas, como la violencia entre hermanos e incluso el acoso dentro del hogar. Recordemos que diversas encuestas en México coinciden en que más del 60% de los casos de abuso sexual infantil, por ejemplo, el abusador guarda una relación familiar con la víctima. 

Finalmente, otro mecanismo por el cual los niños tienden a incrementar malestares psicológicos es la observación que realizan, en el sistema familiar, de los efectos de la pobreza. Las epidemias traen incertidumbre económica, que equivalen a preocupación y miedo en el hogar, cuando no carencias materiales y hambre. Y aunque los temas económicos no se hablen abiertamente frente a los menores, ellos son expertos en detectar amenazas a la seguridad del hogar, aunque no tengan identificado de dónde provienen. Los chicos y chicas comparten el estrés y la angustia que observan en los adultos, aunado a la impotencia de no poder hacer nada. 

Todas las personas tenemos derecho a la atención de nuestra salud mental. Sin embargo, atender los padecimientos en los infantes adquiere especial importancia porque, por lo limitado de sus estrategias de afrontamiento y por no poseer todavía un sistema nervioso maduro, sus malestares se vuelven residuales y se complejiza cada vez más el deterioro mental. Además, en términos de esperanza de vida, si los malestares no se atienden, generamos una gran cantidad de años de vida perdidos con alguna discapacidad.

Actualmente muchos profesionales de la salud, incluyendo a los de la salud mental, han migrado hacia la oferta de servicios en línea. Otros expertos en salud mental se han concentrado en redes de apoyo a personas para contenerlas o apoyarlas por crisis derivadas por COVID-19. Si en algún momento por el confinamiento sientes necesidad de atención psicológica, te recomiendo que llames al 800 00 44 800, que es una línea especializada en crisis asociadas a la pandemia.

En cambio, cuando te sientas preocupada/o por alguna otra situación que observes en algún menor, te recomiendo que llames a los centros de atención que ofrece CONADIC, al 800 911 2000. Esta última línea está disponible las 24 horas del día, los 7 días a la semana, para ofrecer apoyo a padres de familia en relación a la atención de niños y adolescentes. Adicional, la línea cuenta con un sistema de directorio de servicios locales de todo el país, donde pueden recomendarte a dónde acudas, en caso de requerir servicios de atención inmediata. 

Este servicio de identificación de lugares para atención emergente de menores de edad, también lo ofrece LOCATEL, donde puedes llamar, por ejemplo, en caso de algún problema de adicción detectado en la familia y ellos podrán remitirte a alguno de los 2,103 centros residenciales de atención a las adicciones, los cuales siguen protocolos de seguridad para evitar contagios por COVID-19.

Me despido recordándote algunas señales que, de observarlas, no debes de esperar a que la pandemia termine para pedir ayuda profesional:

• Infantes menores de 3 años que no sostengan el contacto visual o no muestren interés en estímulos coloridos o ruidosos y niños que, habiendo adquirido ya el lenguaje, lo estén perdiendo o reduciendo. 

• Niños en edad escolar que estén regresando a episodios de enuresis (hacerse pipí en la cama).

• Niños y niñas que experimenten cambios repentinos en la dieta, como dejar de comer, padecer sed insaciable, comer excesivamente o solicitar sólo la ingesta de alimentos azucarados.

• Menores a los que otros familiares dejen encerrados mientras los padres se vayan a trabajar o los “tengan” que atar por exceso de movimiento en el hogar.

• Menores, de cualquier edad, que se comporten agresivos, no sólo con los hermanos o pares, sino con adultos, e incluso con animales o mascotas.

• Escolares que tengan dificultades para concentrarse y poner atención; o que muestren calificaciones notoriamente más bajas al trabajar en línea.

• Niñas, niños y adolescentes que muestren apego excesivo a los videojuegos o aplicaciones y redes sociales; o que usen el internet para agredir a pares.

• Adolescentes que roben a los adultos cigarrillos, bebidas alcohólicas o productos derivados de la mariguana o cannabis, así como menores de cualquier edad que reporten alucinaciones auditivas y/o visuales.

• Adolescentes que tengan dificultad para respetar las necesidades de la novia/o, que ejerzan control, humillaciones o cualquier otra conducta que afecte la integridad o dignidad de la pareja. 

• Indiferencia o apatía ante las relaciones sociales o, por el contrario, dependencia de éstas para gestionar su bienestar emocional. Y finamente:

• Adolescentes o niños y niñas, que expresen ideas pesimistas, irascibilidad exacerbada, que lloren -por diferentes razones- por más de dos semanas consecutivas, incrementen sus ojeras o se les descubran marcas o cicatrices inexplicables en el cuerpo. 

Liliana Coutiño Escamilla

Twitter: @LiliCoutino

Psicóloga y educadora, maestra en Sociología de la salud por el @ColSonora y doctora en Ciencias en Epidemiología por el @inspmx. Colabora en diversos proyectos institucionales, entre ellos los referentes a violencia y diversidades sexuales en el @institutomora.