El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) tuvo un recorte del 75% a mediados de julio, con la disminución del presupuesto se les sugirió “apretarse el cinturón” y claro que habrá que apretarlo porque tendrán que trabajar con solo un 35% del presupuesto programado, que de por sí el que tenían era bajo para la necesidad que sabemos existe.

Es de imaginarse el estrés y frustración del personal operativo que está a cargo de programas y proyectos que atienden las diversas formas de violencias: doméstica, sexual, psicológica, cibernética, acoso, matrimonio infantil, y feminicidios, entre otros, los cuales van en aumento a partir de la pandemia y seguramente no podrán ser atendidos, lo cual es alarmante.

Por otro lado, en este 2020 se cumplieron 25 años de la Plataforma de Acción de Beijing, en la cual se planteó la articulación institucional de políticas públicas para el empoderamiento de las mujeres, a fin de lograr la igualdad de género. Y debido a la contingencia mundial del covid-19 se suspendió la reunión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW) de la ONU. Sin embargo El informe sombra, el Informe Nacional Alterno Beijing +25 elaborado por organizaciones de mujeres a nivel nacional, muestran los pocos avances, rezagos, omisiones y propuestas concretas para la atención de las diversas temáticas que lo conforman, en específico aquellas que tienen que ver con la violencia de género.

Ahora bien, entre el recorte presupuestal y las necesidades visibles en las esferas de especial preocupación escritas en el informe alterno, nuevamente marcarán ya no un rezago sino un impase en materia de violencia y derechos humanos contra las mujeres y las niñas.

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El recorte a los programas de mujeres los ponemos en los cuerpos violentados

De pronto puede parecernos lejano el tema del recorte presupuestal y Beijing +25 sin embargo, el impacto lo podemos mirar desde diferentes perspectivas; sabemos que es un problema multifactorial así que se fragiliza el bienestar público, la salud, el trabajo, la educación, y la procuración de justicia, entre otros.

De manera cotidiana y puntual literalmente lo podemos observar en un cuerpo de mujer, lastimado, mutilado, muerto como expresión máxima de la violencia.

Desde lo social cotidiano lo podemos ver en su transitar por las calles peligrosas con poca luz, cuando se retiran a sus casas después de jornadas largas y tienen que atravesar baldíos de manera apresurada cerca de las maquiladoras en el norte del país. Trayecto documentado donde algún hombre detiene su coche y obliga a subir a la mujer joven o adulta que por “mala suerte” pasaba por ahí, la viola sin más y en el “mejor de los casos le perdona la vida” y “la avienta” dejándola vulnerada, sin ropa, o con la ropa rasgada por el forcejeo, con un frio mortífero, ese frio que te da el terror, el sentir a tu cuerpo lastimado, vejado, invadido, trasgredido.

Desde lo cultural y el estereotipo podemos observarlo cuando “se justifica” que las mujeres sean violadas por transitar por las noches, y utilizar ropa “provocativa”. Sin embargo, también los registros nos muestran que se violan a niñas con uniformes escolares a plena luz del día, y que grupos de hombres armados han ingresado a un convento a violar a las monjas y a las adultas mayores que cuidaban.

Desde lo personal cuando el generador es la pareja o alguien cercano, observamos que la sobreviviente o víctima es una mujer con diversos sucesos sistemáticos de vejación, humillación y maltrato desde la infancia, lo cual hace naturalizar la violencia y no percibirla.

Una mujer antes de “pedir ayuda” ya hizo 10 intentos

Al registrar dichas historias una se pregunta ¿cómo ha podido esta mujer “aguantar” todo esto? y dónde estuvo la política pública, el presupuesto asignado, el programa y las instancias, en su infancia, en su adolescencia y finalmente en la adultez de estas mujeres, si antes no las asesinaron. Quienes hemos estado a cargo de un refugio sabemos que una mujer realiza al menos 10 intentos antes de tomar la decisión de “pedir ayuda” y distanciarse de su generador. No es algo fácil de decidir y no tiene que ver con la “voluntad” como suele pensarse, hay toda una historia cultural heteropatriarcal detrás de esa mujer, que no le permite ejercer sus derechos.

Sus espíritus son muy fuertes, he visto a más de una levantarse desde el vértigo, de la desesperación e inconsciencia, recogiendo sus pedacitos, lamiendo sus heridas visibles y no visibles, pensándose una y otra vez ¿qué pasó?, ¿qué no vio?, ¿por qué a ella?, ¿en qué momento “dejo” pasar tanta humillación y maltrato?, culpándose por lo sucedido, pero después de un tiempo de acompañamiento logra integrarse y crear un nuevo proyecto de vida. Todo esto pareciera algo privado, desde los derechos humanos justo tiene que ver con presupuesto y políticas públicas de atención y prevención.

Finalmente el impacto presupuestal en torno a la violencia tiene que ver con vidas humanas y con la construcción de una vida libre de violencia desde la infancia, no sólo invirtiendo en la atención sino en la prevención y estos temas no pueden esperar el amarre del cinturón.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada enpedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr