Desde que somos muy pequeñas lo aprendemos: está en las caricaturas, en las películas, en los cuentos que nos leen papá y mamá. Hay príncipes que rescatan a princesas y aunque deberían permanecer clasificados junto a los extraterrestres o los robots en el departamento de ciencia ficción, para nosotras no es tan claro desde temprano que esa fantasía nos hará perder mucho tiempo. 

No sé tú, pero yo —como dice la canción— llegué a la adolescencia sin dudar que había algún príncipe con el que estaba predestinada a encontrarme. La primera juventud se encargó de traerme de golpe a una realidad en la que mis compañeros de la prepa hacían rankings de las más guapas y lo último que buscaban era salvarnos. La verdadera transformación sucedió en mí cuando descubrí que no había nada de qué ser salvadas porque el poder está en cada una de nosotras.

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Como mi familia se volvió feminista y ahora hay “Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes”, mi sobrina de seis años ha aprendido que no necesita a nadie para rescatarla. Son otros tiempos. Hace unos días me dijo que cuando crezca se va a enamorar, pero no sabe si tendrá bebés o solo trabajo. ¡A sus seis años!

Sin embargo, todavía hay muchas generaciones de mujeres que hoy viven su juventud o adultez sin haber destruido el mito del amor romántico y mientras buscan a su héroe, lo que encuentran son antihéroes. El problema se agrava cuando comprobamos que esta decepción emocional es un detonante de violencia de género.

Y es que el mito del amor romántico nos hace más vulnerables porque normaliza situaciones que aparentan protección para ser en realidad distintos grados de ataques: control, opresión, celos, humillaciones o franca interrupción del ejercicio de nuestra libertad. Todo ello conduce a la desconexión del propio cuerpo como mecanismo de defensa inconsciente con tal de ya no sufrir. Nos bloqueamos para sobrevivir.

¿Cuántas amigas te han contado que su novio les pide la clave del celular? ¿Te ha pasado que estás en un café y tu compañera tiene que mandar foto para comprobar su ubicación? ¿Has escuchado una pelea por la forma en que ella eligió vestirse? ¿Te han dicho que no es que desconfíen de ti sino de tus amigos? Todas estas son actitudes que se disfrazan de protección —sí, el hombre que va a salvar a la mujer como si ella no pudiera cuidarse sola— pero la cruda verdad es que son violencia.

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Dos datos para poner esto en contexto. En nuestro país, siete de cada diez mujeres mayores de 15 años han sufrido al menos un incidente de violencia física, psicológica, económica, patrimonial o sexual, según el INEGI. Y ocho de cada diez agresores son la pareja o ex pareja, de acuerdo con el Consejo Ciudadano de la CDMX. La española Coral Herrera es una de las principales estudiosas del amor romántico y en libros como “Mujeres que ya no sufren por amor” y “Dueña de mi amor” (que te recomiendo mucho) explica cómo este mito es uno de los cimientos de la cultura patriarcal y machista.

“Nos hace mucho daño porque nos hace creer que no importa que ese hombre no te trate bien o no te valore: si tú persistes en tu empeño, si eres paciente y bondadosa, si te muestras sumisa y desvalida, al final él se dará cuenta de lo mucho que vales, de lo especial que eres”, escribe Herrera.

Y así, transitamos de los primeros noviazgos a las relaciones de nuestros 30’s, 40’s y más sin que los antihéroes destruyan el mito de la omnipotencia del amor. ¿Por qué? Quizá por la cantidad de estímulos culturales y sociales a favor de los roles de género, en los que la sumisión es indispensable para el mandato de bondad de las mujeres.

De regalo de San Valentín, te propongo reflexionar sobre el amor como expresión humana, es decir, imperfecta. Hacer conciencia de que todas y todos llegamos en libertad al encuentro amoroso cargando nuestras luces y sombras puede ser un verdadero salvavidas; mantente alerta a tu conciencia corporal para encontrar pistas de lo que te hace sentir bien y lo que no, para fijar límites con base en eso.

Y si tienes una niña cerca, refuerza el mensaje de amor propio para que sea la heroína de su vida y sus relaciones futuras tengan el propósito de crecer en equipo, como iguales.

María Elena Esparza Guevara es Maestra en Desarrollo Humano, comunicóloga feminista y activista por el derecho a la conciencia corporal. 

Twitter: @MaElenaEsparza