BAJA CALIFORNIA

“De este lado también hay sueños”; Esther, la mujer que cocina para migrantes en Tijuana

Esther Morales cocina para albergues donde se encuentran personas en calidad de movilidad humana, hace poco la deportaron de Estados Unidos, esta es su historia

Créditos: LSR/ Eduardo Rubio (Corresponsal)
Escrito en ESTADOS el

BAJA CALIFORNIA. - Un anuncio solicitando a una mujer para preparar tamales convirtió a Esther Morales Guzmán, una migrante recién deportada de Estados Unidos que buscaba empleo en la Zona Centro de Tijuana, en una activista que hoy cocina para una docena de albergues que atienden a personas en tránsito.

De esa manera, durante 12 años sirvió desde uno de los tantos antiguos edificios del primer cuadro de la ciudad, donde actualmente se vive una vertiginosa renovación con la llegada de nuevas e imponentes construcciones verticales, igual que sucede en las áreas más cercanas a la garita internacional de San Ysidro.

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Eso fue lo que obligó a Esther a desalojar su local en la pasada celebración de Año Nuevo, día en que su renta congelada de cinco mil pesos saltaría a 500 dólares mensuales. Porque murió el antiguo propietario del edificio, aquel hombre que la empleó y le confío ciegamente la tarea de crear una tamalería, y el nuevo dueño, dice Esther, “es un gringo” que planea derribar la construcción para dar paso a nuevos departamentos.

“Sentí muchísima tristeza porque allí se quedaron, se realizaron muchos sueños, pasaron muchísimas cosas”, cuenta la cocinera originaria de San Jerónimo Tlacochaguaya, estado de Oaxaca.

En su voz hay algo de tristeza y de coraje, pero como dice ella misma: “El chiste era no parar”. Así que cargó sus cosas para buscar un nuevo espacio dónde cocinar y lo encontró sobre la banqueta de una colonia a orillas de la misma Zona Centro.

Esther Morales Guzmán | Fotografía de Eduardo Rubio (Corresponsal)

Una cocina móvil

“Comida Calientita”, así llama Esther a su labor de cocinar para migrantes que, como ella alguna vez, se encuentran en esta frontera lejos de su hogar, desorientados y vulnerables.

Fue deportada en 2009 después de más de 20 años de vivir en Estados Unidos y en 2016 comenzó su trabajo como activista.

“Ya que me fue bien en el negocio como cocinera que soy, empecé a visitar los albergues que me alojaron. Es una forma de decirles gracias”, explica mientras al fondo hierve una olla con sopa de pollo.

La cocina, donde hay un fregadero con agua potable y una mesa, está prácticamente al aire libre, cubierta solo por una lona. A un costado, un carrito de supermercado recibe donativos y en el otro está la entrada a la “Casa del migrante Fuerzas Internacional”.

Junto a su directora, Perla del Mar, ambas conciben el espacio como un campamento comunitario “para quien lo necesite”, y así fue como llegó Esther.

“Antes de que se pusiera el campamento ella venía y nos traía comida. Siempre ha sido activista y por esa razón cuando se quedó sin su lugar me sentí muy mal”, cuenta Perla.

Ahora Esther prácticamente lleva la cocina en la cajuela de su automóvil, en el que viaja junto a Regalito, su mascota. Una vez preparados los alimentos, todo va al auto y lo que sigue es visitar los refugios donde ya la esperan.

Regalito, mascota de Esther | Eduardo Rubio (Corresponsal)

El día que La Silla Rota la acompañó, el menú estaba compuesto por carne asada, caldo de pollo, arroz, frijol, ensalada y tortillas para más de 50 personas entre adultos y menores de edad.

La variedad y disposición de los platillos, dice, son tan grandes como el recetario que lleva en su memoria y los donativos que recibe principalmente de norteamericanos. Hoy tiene cinco donantes, uno de ellos, un médico que como ella ama la cocina.

“Patrocina la gente buena, de buen corazón. Gente a la que le duele, que viene a Tijuana, ve la situación, le duele y dice: yo quiero ayudar”, menciona Esther.

Esa “situación” es la realidad de quienes huyen de la violencia del crimen organizado, la represión o la pobreza, de integrantes de la comunidad LGBTQ+ obligados a dejar su hogar y de deportados que pueden terminar sus días en condición de calle.

De acuerdo con datos del gobierno de Tijuana, en la ciudad hay una red de aproximadamente 30 albergues encabezados por asociaciones civiles y religiosas que han tenido hasta 6 mil migrantes en los puntos más álgidos de tránsito de personas, como fue antes del fin del Título 42, en mayo de 2023.

Alimentar a esa población es siempre un desafío para los activistas, sobre todo cuando los precios de los alimentos siguen subiendo y obligan a economizar sin sacrificar una comida nutritiva.

“Para hacer esto se necesita saber de cocina, tener amor a la cocina, a su profesión. Si no, no la va a hacer”, dice Esther.

Así reparten comida a quien más lo necesita | Eduardo Rubio (Corresponsal)

La Antigüita

Esther cuenta que cuando preguntó por la vacante para preparar tamales en realidad no tenía idea de la receta, pero siempre dijo que sí.

“Todo fue rápido. Me dio las llaves, me dijo: “Yo me voy a San Diego. Ay tú verás”. Y allí me dejó. Tuve tiempo para investigar cómo se hacen los tamales de elote. Así fue el comienzo de La Antigüita. Mucho trabajo”, platica.

Recuerda haber echado a perder decenas de piezas hasta que encontró el punto exacto y el local que le entregaron para vender tamales de elote se convirtió en una referencia.

En 12 años lo mismo mantuvo el negocio que promovió la causa migrante buscando donativos, invitando a la mesa a familias deportadas para compartir con ellas la tradicional cena por Día de Acción de Gracias y empleando a personas en tránsito.

Esos recuerdos que colgaban o estaban plasmados en las paredes quedaron detrás de la cortina metálica, igual que le pasó al resto de los locales comerciales junto a La Antigüita. Desde allí también se puede observar cómo a unas cuadras avanza una de las más nuevas obras verticales.

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Así era el local | Fotografía de La Antigüita

Pero esa nueva oferta de edificios que llega principalmente con exclusivos departamentos valuados en decenas de miles de dólares incrementando las rentas en los alrededores, no parece que vaya a acabar con la voluntad de Esther.

En la misma calle, a tres locales de La Antigüita y cerca de donde ha vivido por doce años, le han ofrecido un espacio que ya está en rehabilitación y pronto le será entregado para renta.

“Sí descanso, pero ¿qué puedo estar haciendo en mi casa? Aburrida. Hay gente que me necesita. Tengo 65 años, me siento bien, con mucha energía. No puedo estar en la cama, tengo que salir, estar activa (...) Sí, eso me da vida”, responde muy segura.

La Antigüita quedó en el pasado ahora "Comida Calientita" esta en el presente