Main logo

Las dunas del desierto de Marruecos: un abrazo que no se olvida

"Nunca olvidarás Marruecos", nos dijo Mustapha en algún momento del viaje... y tuvo razón

Por
Escrito en MUNDO el

Había valido la pena todo para llegar aquí. Los días de espera desde México, los vuelos, los planes, las trazas en un papel bond que nos marcaban la ruta a seguir y el plan de la agencia que nos llevaría de la mano: Viajes por Marruecos.

Confieso que al ser un país extraño, árabe y musulmán, visitado por pocos de mis conocidos, mi confianza se tambaleaba de cuando en vez.

Desde la Ciudad de México volamos hacia Madrid, con escala de dos días en Munich, y de ahí -después de unos días de disfrutar los platillos madrileños y sus calles- tomamos el vuelo a Marrakesh.

LEE TAMBIÉN: ¿Por qué la mayoría de mexicanos tememos viajar al extranjero?

Marruecos es un país que no pide visa a mexicanos, como sí lo hacen otros lejanos  como Rusia, Tailandia y China, para lo que hay que hacer un peregrinar de trámites en las embajadas antes de emprender el viaje.

Lo que sí hay: cola en la fila de migración a llegar al aeropuerto. Al bajar del avión se sintió la atmósfera cálida y tropical de África, que nos recibió, a mí y a mi acompañante, como un abrazo de quienes extrañaron por unos días el termómetro de sus lugares de origen.

Por fortuna, la cola de migración corre rápida y la casa de cambio, para cambiar a dirhams, la moneda local,  está ahí mismo. Luego me enteraría que se consigue mejor cambio en la ciudad, pero es a juicio del visitante.

El tema es que había valido la pena estar aquí. Escribo esta parte de la crónica sentada sobre las dunas del Sahara, doradas y rojas como un tesoro que se expone orgulloso y expresivo ante la caja abierta. Narro esta crónica desde las alturas del desierto profundo, al que pocos turistas llegan a pesar de que es tan fácil y divertido hacerlo de la mano de agencias adecuadas.

Pienso esto teniendo como vista una planicie lejana en la que aún se pueden distinguir los dromedarios, las casas de los nómadas, la frontera con el país vecino: Argelia.

"El desierto es el paraíso, es mi nido", describe Mustapha, el guía de Viajes por Marruecos, el lugar donde estamos. Su gesticulación apunta a una sonrisa de orgullo y alegría, de profunda pertenencia.

Debieron pasar dos días, desde el aterrizaje en Marrakesh,  para llegar al desierto profundo. 

Al aterrizar en esa ciudad imperial, 48 horas atrás,  aprovechamos para visitar la ciudad, su Medina, sus colores, artesanías  y gastronomía.

Al día siguiente Mustapha nos recibió en su vehículo 4x4 acompañado de Hassan, su amigo y también guía de turistas hispanos, principalmente,

¿Están listas?, pregunta al iniciar el viaje para salir desde Marrakesh hacia el desierto. Dijimos sí, pero la realidad es que aún teníamos dudas del viaje. No teníamos idea de la recompensa y maravilla que viviríamos horas y días después. 

La salida de esa ciudad imperial muestra colonias enteras de casas en tonos rojo ladrillo, y él explica por qué: "aquí la ley dice que las casas deben estar pintadas así por las tormentas de arena". Se le conoce como la ciudad roja.

Emprendimos el camino; él dispuso de un cable para conectar nuestra propia música y cantar como si estuviéramos en México pero con el paisaje del Alto Atlas, las montañas desde Marrakesh hacia el desierto. En el rumbo vimos casas de adobe, colores terracota, colores marrones, construcciones que pensábamos sólo existían en la ficción.  

El clima cambiaba tras cada tramo recorrido. En un punto alto, las montañas estaban coronadas por nieve y una humedad fría y profunda que se sentía dentro de la piel.

Tras unas dos horas de camino, paramos a  comer en una aldea algunos platillos con sabores excéntricos y explosivos en el paladar, imposibles de no amar. Frutas y verduras en la cocción de guisados con especias que perfumaban la mesa.

Luego nos enfilamos hacia Ourzazate, la primera parada.

"Ourzazate es el Hollywood marroquí", nos contó Mustapha. Aquí se han grabado muchas películas, entre ellas Star Wars. Al entrar a la ciudad, una escultura de una claqueta gigante  (como las de "toma, corte, acción" al rodar películas) nos recibió. Diseños alusivos al cine adornan la ciudad de barro, como la mayoría del camino. 

Pasamos a comprar cervezas y llegamos a un hotel tan cómodo como cualquiera  de la ciudad más turística de México. "Descansen para mañana", nos recomendó  Mustapha, y después de una cena monumental con frutas, arroces, guisados y hasta pizza, caí rendida al mundo detrás de los párpados para esperar el día siguiente.

El descubrimiento: Cantera de Fósiles

Al salir de Ourzazate seguimos el viaje en la 4x4 hacia el desierto. Las pláticas con Mustapha y Hassan se volvieron interminables y fluidas. En su perfecto español las bromas las tienen bien calibradas y hacen reír hasta al turista más difícil.  Pasamos por más pueblos hermosos como el Valle de las Rosas. 

Finalmente llegamos al pueblo llamado Cantera de Fósiles. Se llama así porque sólo podría llamarse así.

"Aqui hay fósiles de millones de años", explicó Mustapha al mostrarnos el terreno desértico, pero de tipo empedrado. Al hacer zoom con los  ojos es posible observar amonitas y tipo caracoles marcados en las piedras. Fantasía imaginar encontrar hasta nautilos de millones de años. Tesoros de nuestros antepasados, de la naturaleza callada que murió y dejó su legado. "Puedes tomarlos", comenta con naturalidad. "Hay muchos".

En el pie de un cerro de arena y fósiles está el Albergue Itrane, atendido por Hassan (homónimo de nuestro acompañante de guía). Nos pareció increíble encontrar todas las comodidades básicas en medio del desierto de fósiles: un hotel de adobe con su restaurante, habitaciones equipadas, espacio para tomar el sol y hasta alberca. Los fósiles más impresionantes yacen como esculturas en los pasillos. Es un museo, pienso.

El menú de ese dia: tajín de verduras (tajín son guisados en una olla de barro con una gran tapa en forma de cono con un hoyo arriba), pizza, arroz. Hay opciones para carnívoros, que no es mi caso, pero igual alcancé a olerlos con buena finta.

Llegó el atardecer y Cantera de Fósiles regala uno de los mejores días de la vida de cualquier ser humano: una cena con vino a lo alto de una montaña desde la que se puede ver el horizonte desértico y rojizo, el cielo de un azul tan intenso que ofende a los ojos y a la lente. El viento que puede describirse como una bomba de oxígeno natural para las  respiraciones más profundas.

Al día siguiente, después de una velada con música y cena de los chef del lugar, partimos hacia el desierto más profundo, las dunas del Sahara, no sin antes pasar por zonas planas llenas de más fósiles, en las que increíblemente al pararnos a observarlos, se acercan niños   y adultos vendedores de los fósiles pulidos hechos artesanías, collares, objetos, a un precio muy bajo en relación a su belleza. Fue la hora del shopping occidental.

TE PUEDE INTERESAR: La Perla, el barrio bajo que renació con "Despacito"

Merzouga, como una escenografía de película

Después de otro tramo en carretera, haciendo escalas en poblados y escenografías para las mejores fotos, llegamos a Merzouga, el pueblo a un lado de las espectaculares dunas del desierto del Sahara. 

Al dejar el asfalto de la carretera y adentrarnos a la aldea, lo primero que visualizamos fueron los dromedarios caminando, comiendo, trabajando. Los hombres saludan, atisbados con su traje bereber. El desierto es bereber. "Hay una diferencia entre árabe y bereber. El berber es el originario como indígena de esta zona, luego llegaron los árabes y se adoptó la cultura. Pero el bereber es el original puro, étnico", explica Mustapha. 

El hotel donde Viajes por Marruecos nos hospedó no podía ser mejor: con una terraza alta con vista a las dunas  y dromedarios de los vecinos; con cartas de alimentos amplias de gustos variados; con cuartos cómodos con todas las amenidades posibles de encontrar en el más lujoso hospedaje en otro destino del mundo.

Lo mejor, si es que podíamos creer que habría algo mejor, estaba por venir.


Noche en campamento en las dunas

Mustapha ríe constantemente; su cabello rizado,  mejillas pronunciadas morenas  y pestañas enchinadas, logran contagiar el ánimo y la alegría todo el tiempo. 

Él, originario de esta zona del desierto, asegura que su nido esta aquí y que no hay más que buscar fuera, a pesar de que conoce bien el mundo, y particularmente EuropaHabla perfecto español hasta para contar chistes y decir groserías en broma. Te hace sentir en casa.

Antes de llevarnos al campamento en las dunas -que presentía sería incómodo y aventurado- nos llevó a visitar familias  de nómadas, algo que era más común ver décadas atrás -él mismo proviene de una- pero que poco a poco se han ido extinguiendo.  Llegamos a un lugar de jaimas (tipo campamentos con telas café). Ellos se instalan un tiempo, mientras el clima y las circunstancias les favorecen. Por temas de documentos sobre los territorios que se asientan no hay  problema, explica Mustapha. "Sí tú compruebas que naciste en el desierto puedes vivir en cualquier parte de esa zona e incluso construir y ya es tuyo, solo hay que registrarlo", comenta. Él mismo marcó un punto en el territorio de la dunas, antes de Merzouga, donde planea construir su casa bajo la tierra, para que sea más fresca. De hecho, ya hasta tiene un pozo de agua.

En las casas de los nómadas parece no faltar nada: se ven niños jugando, té, comida, verduras. Una mujer de velo musulmán (hiyab) nos recibe sonriente. Prepara el té y ofrece con gusto. Debajo de la jaima que cubre el sol, podríamos quedarnos horas charlando. El clima es cómplice y abraza para que el viento, el sabor de la infusión, y la información de la plática fluya sin prisas.

Khamlia, refugiados de la guerra

Después del té y de subir y bajar dunas que producen la adrenalina de quien sube a una montaña rusa, llegamos a Khamlia, un poblado alrededor de las dunas también con personas de raza negra refugiadas de zonas más violentas de África.  Las tribus son musicales así que en casi todas las casas te reciben con instrumentos, cánticos, bailes que contagian hasta al más escéptico.

Entramos a una de ellas donde un grupo amenizaba la tarde con té  y la magia de sus instrumentos que hicieron bailar a los turistas.  

Sus historias, según logran explicar ellos mismos, rondan  en torno a conflictos bélicos civiles que los expulsaron hasta llegar a Marruecos donde encontraron paz. "En Marruecos hay paz, no es como los demás países árabes o africanos; ni como en Argelia que hay más violencia. Aquí estamos bastante bien y por eso recibimos a los turistas con  gusto, seguros de que nada les pasará", afirma Mustapha. 

Y en efecto: Marruecos el país más laxo en cuanto a la práctica de la religión musulmana; y más pacífico en el tema de guerras civiles o conflictos internacionales. Tiene todo para que el turista se sienta seguro, y sobre todo divertido de la mano de una agencia de viajes como Viajes por Marruecos.

La noche en el desierto

Un día agitado para ser sólo uno de los varios que enlistan la aventura.

Finalmente llegamos a una zona de dromedarios donde -a elección del visitante- puedes subir a uno y caminar en el atardecer sobre él en las dunas hasta llegar al campamento (unos 45 minutos). Si tu espalda no es tan aguantadora pueden llevarte en una 4x4 hasta el campamento.

El término "campamento" es un decir. Lleva consigo, en este caso, lo mejor de su concepto, y omite lo menos cómodo de su esencia. Es decir: son cuartos completamente amueblados y cómodos, cuyas paredes son las de casa de acampar, pero incluyen agua caliente para ducharse, retrete ordinario con agua corriente, lavamanos, closets, mesas. Ganas la experiencia de sentir las paredes abrazadas y temblorosas por el viento del desierto, pero a la vez la seguridad y comodidad de un hotel de lujo.

En la noche, después de la cena en el restaurante en el mismo campamento, se ofrece una velada con fogata en la que te enseñan a  tocar instrumentos musicales africanos de la mano de los anfitriones del lugar. Una noche bajo la luna, el fuego, una copa de vino, la música y el canto. Una noche que nadie podrá olvidar.

Hacia Fez, ciudad imperial 

Después de vivir el paisaje de dromedarios caminado por cualquier lado, verduras con especias cocinándose todo el tiempo, escenografías rojizas y alisadas como olas en el desierto, el tiempo se acaba y hay que avanzar hacia Fez, otra ciudad imperial marroquí.

Aunque el itinerario depende del viajero, desde el punto de partida hasta el punto final y la duración, este viaje de seis noches nos pareció perfecto.

Dejamos el desierto y avanzamos por la carretera desde temprano.

Después de unas horas paramos en el Valle de los Monos, una zona donde los monos están a pie de carretera esperando que la gente que pasa les dé comida. 

Poco después llegamos a Ifrane, un pueblo con arquitectura suiza al que las esferas más educadas del país envían a sus hijos a estudiar. Como si se tratara de otro país, la nieve, el clima, la comida y la arquitectura cambian como si realmente estuviéramos en suiza.

Después de una parada ahí, seguimos a Fez, donde otro guía explica la complejidad de la ciudad, su Medina vieja y la Antigua -una de las más grandes y antiguas del mundo- y los talentos de sus artesanos.

Joséf nos llevó a adentrarnos a esta ciudad de poco más de un millón de habitantes, y con una de las historias más profundas e interesantes de África. 

La medina de la ciudad imperial de Fez es de las más antiguas que existen; data del año 800. Andar dentro de ella es tener la sensación constante del riesgo de perderse para siempre entre sus callejuelas (algunas tan estrechas que da la impresión que no cualquiera pasa). Solo entran peatones y burros. Está conformada por 120 barrios, muchos de ellos divididos por oficios (alfareros, curtidores, tintoreros). Tiene igual número de mezquitas para cada uno y hornos a los que las familias acuden para llevar la masa que hicieron en casa. La habitan unas 250 mil personas, e incluso alguien originario de Fez podría perderse dentro de ella. Sus gruesos muros guardan los secretos de la historia de siglos y siglos atrás. Los olores son variopintos: se mezcla el de los burros que pasan cargados, con el aceite de argain, la cúrcuma y el jengibre. Luego los aromas de los curtidores y los tintes de hena se revuelven con los de la carne de dromedario cruda colgando en los comercios y con el pan recién hecho en los hornos de leña.

"El cargo de ''panadero'' es importante en la Medina, porque cada familia viene al menos una vez al día a hornear su pan, entonces el panadero conoce a todos", explica Joséf, mientras al fondo se escucha en árabe, en altavoces, el llamado a la oración. Este llamado ocurre cinco veces al día en toda la ciudad. 

"Es una ciudad más cosmopolita como Marrakesh y otras; algunos habitantes han perdido tradiciones, no todos rezan, no todas las mujeres llevan velo, así es", describió horas antes Mustapha.

Lo cierto es que perderse en la Medina de Fez, en pasillos que a veces no alcanzan los 2 metros de ancho, y callejuelas que serían imposibles de distinguir por alguien no originario de ahí, fue una de las mejores experiencias del viaje. Las vendimias de artesanos y comerciantes en cada rincón aderezan la escena, así como el tajín curtido de especias  y hierbas que se cuelan en todos los sentidos.

"Nunca olvidarás Marruecos", nos dijo Mustapha en algún momento del viaje. Y tuvo razón.

TIPS:

MONEDA: Dirham

VESTIMENTA: Occidental según clima en época del año a visitar

HOSPEDAJE: Los recomendados por agencias 

AGENCIA DE VIAJES: Viajes por Marruecos

fmma