VERACRUZ, VER.- La infancia de Valentina estuvo marcada por dietas y culpas. Primero fue la pérdida de control sobre sus alimentos y el miedo a engordar; después, la anorexia nerviosa (AN) y la bulimia nerviosa (BN): ambos trastornos de la conducta alimentaria (TCA) que padecen el 25 por ciento de los adolescentes en México.
Pasaron años para que Valentina –una chica de 23 que prefiere el anonimato– forme parte del grupo de jóvenes incontabilizados que puede vivir en la normalidad, esto con ayuda de un tratamiento médico guiado por su nutriólogo y su psicoterapeuta.
“Ya no quiero volver a lo mismo, quiero vivir en paz, comer en paz. Quiero abrir el bendito refrigerador y no sentirme culpable, no sentirme acomplejada, salir a la calle y no sentir pena por mi cuerpo. Estoy harta, ya no quiero más”, pensó en su última recaída.
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Era el 2022 y la pandemia del Covid-19 le trajo de vuelta los hábitos que iban y venían desde el 2013. “Volvió casi todo, pero no al extremo. Yo ya sabía que eso me iba a hacer mal, entonces solamente como que dejas de comer y ya no te ves más hundida como en otras ocasiones”.
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Cuando Valentina tenía 7 años y soñaba con ser gimnasta, por su mente nunca pasó una vida con depresión, inseguridades, atracones y culpas. Su historia, así como la del 95 por ciento de las personas que padecen AN y BN, según el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG), se desarrolló luego de experimentar una dieta estricta.
En ese momento, cuando medía cerca de 1.50 y apenas le salían sus dientes permanentes, Valentina debía pesar entre 41 y 45 kilogramos por razones estéticas. Según la mujer que hoy es recordada como una persona cruel, las gimnastas profesionales se mantienen al menos dos kilos por debajo de su peso ideal, delimitado según estándares del Índice de Masa Corporal (IMC).
La cultura de la dieta
Cada año en México se registran 20,000 nuevos casos entre adolescentes con algún trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Los más comunes son la anorexia nerviosa (AN), la bulimia nerviosa (BN) y el trastorno de atracones, este último caracterizado por la ingestión de alimentos superior a la mayoría de las personas reproducido al menos una vez a la semana por tres meses.
Este, de acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5, se reproduce “normalmente en personas de peso normal/sobrepeso y en personas obesas”, lo que refuerza la idea de Karla Castro: “no hay, no existe una enfermedad que se desarrolle únicamente en cuerpos grandes. Creer que el problema es el tamaño del cuerpo es erróneo”.
Karla Castro es nutrióloga y activista no pesocentrista. Esto, explica, significa que no apoya, cree, ni valida la cultura de las dietas. Una que, de hecho, tiene su propio día internacional que busca la concientización de los peligros de algunos regímenes dietéticos.
“Todos los TCA inician con una dieta, pero no quiere decir que todas las dietas terminan en un TCA”, sostiene Karla. El 6 de mayo de 1992, Mary Evans Young decidió alertar a Reino Unido sobre los peligros de la anorexia nerviosa y otros desórdenes alimentarios poco estudiados.
Para eso, acordó conmemorar el Día Internacional Sin Dietas, al que se unieron distintos grupos feministas de Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, India, Israel y México tras el paso de los años.
“La cultura de la dieta es un sistema de creencias que glorifica la delgadez, y esto lo promueve por medio de la restricción alimentaria y el ejercicio. Nos vende la idea de que siendo delgados y haciendo dieta, vamos a alcanzar no sólo la felicidad, sino también el éxito, la plenitud, la salud”, explica Karla Castro.
Y eso le hicieron creer a Valentina desde que tenía 7 años. Cuando se entristecía y frustraba por no poder comer pastel y dulces en los cumpleaños, su madre, quien creía que debía pesar poco para ser una gimnasta profesional, estaba ahí para regañarla, obligarla y vigilar que siguiera al pie de la letra su restricción alimenticia.
Después de 13 años, Valentina aún recuerda que desde niña no podía comer pan, cereales azucarados, cualquier alimento dulce y más de una tortilla al día a menos que quisiera ver disminuida su ración de arroz.
En su lugar, la nutrióloga recomendada por su profesora de gimnasia le mandaba poco más de 1,000 calorías diarias distribuidas en calabacitas, 10 o 12 almendras, ensaladas, pechugas asadas, salmón a la plancha o filete de pescado.
Según el CAEMEG, el 62 por ciento de las y los deportistas, como gimnastas olímpicas, bailarinas de ballet o patinaje profesional, padecen un desorden alimenticio.
“Los alimentos no son malos, los alimentos no sólo son frutas y verduras. No hay que tenerle fobia a los alimentos”, explica Silvia Valera, maestra en nutrición clínica que ha trabajado con pacientes con algún trastorno de la conducta alimenticia (TCA).
En casos como los de Valentina, donde se desarrolla el miedo a subir de peso, los pacientes deben aprender a comer de forma consciente y a “no ver los alimentos como ‘esto sí, esto no’, restrictivos”, ya que tienen que aprender a realimentrase.
Anorexia, bulimia y sus alcances
La anorexia nerviosa (AN) se caracteriza por la restricción de la ingesta energética en relación con las necesidades, lo que conduce a un peso corporal significativamente bajo con relación a la edad, el sexo, el curso del desarrollo y la salud física, según el DNS-5.
El miedo a ganar peso interfiere en su aumento y, además, se altera la forma en que uno mismo percibe su propio peso o constitución. En la bulimia nerviosa (BN), las características principales son los episodios recurrentes de atracones donde existen comportamientos compensatorios inapropiados y recurrentes para evitar el aumento de peso.
En Valentina, estos comportamientos –que adquirió apenas cumplió 13 años– consistían en realizar ejercicio para compensar la ingesta de alimentos, o en ocasiones, el vómito autoprovocado después de cada comida.
Su transición entre anorexia y bulimia se dio en menos de un año. “Primero empecé con que voy a dejar de comer para ya no engordar más, pero pues siempre tenía hambre, ¿no? Yo lo que quería era comer todo lo que no me dejaron, recuperar todo ese tiempo que no pude disfrutar tantas cosas que pues, yo me atascaba. Eran unos atracones horribles, al punto de que quería hasta vomitar”, recuerda.
Y entonces, la pubertad llegó acompañada de la bulimia. Su cuerpo cambió, se desarrolló y sintió la necesidad de vomitar. Sin embargo, señala, “a pesar de que yo era bulímica, yo era gorda”.
Los regaños en casa, en gimnasia, las burlas en la escuela y en la familia por su incremento de peso, sólo aumentaron sus inseguridades y sus ganas de desaparecer. “Todo el tiempo yo me quería morir porque me sentía gorda. Yo no quería vivir siendo gorda. Te lo juro que me quería morir, buscar cualquier cosa para no seguir. Yo quería estar todo menos gorda. Me sentía muy mal, muy deprimida”.
El riesgo de suicidio es elevado en las personas que padecen anorexia nerviosa y bulimia nerviosa. De acuerdo con el DNS-5, “una evaluación completa de los individuos con este trastorno debería incluir una valoración de las conductas e ideas suicidad y otros factores de riesgo de suicidio, como los antecedentes de tentativas de suicidio”.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2012, el 57 por ciento de los adolescentes enfermos pueden llegar a tener una vida normal con tratamiento médico, 40 por ciento tiene una cura total y el 3 por ciento fallece. Asimismo, 9 de cada 10 personas con algún TCA son mujeres, mientras que 1 es hombre.
“Es mentira que todos podemos alcanzar la delgadez y es mentira que todos los cuerpos gordos están condenados a enfermar. Como activista, yo promuevo la liberación corporal y soltar las reglas alimentarias que están mermando nuestra salud (...) Creer que el problema es el tamaño del cuerpo es erróneo, y enfocarnos en modificar el tamaño del cuerpo no soluciona el problema de raíz”, señala Karla Castro.
Una vida posible después del TCA
Valentina no cree en la recuperación total, o en la remisión total, como se clasifica en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5, periodo continuo en el que ninguno de los criterios para la bulimia nerviosa (BN) han sido cumplidos.
Sin embargo, luego de pasar años en con 3 meses de episodios y 2 en donde no tenía ninguno, ha encontrado la tranquilidad –la mayoría del tiempo– en su cuerpo. “Al día de hoy sí tengo temas con mi comida, pero ya tengo más armas con qué luchar. Mi autoestima y recordar por todo lo que he pasado, me ayuda. Así como el apoyo de mi nutriólogo y psicoterapeuta que son muy profesionales”.
“Yo les diría que busquen ayuda porque no están solos, y en el momento que alguien les haga un mal comentario, solamente ignórenlo. Ustedes son válidos, nadie tiene el derecho de hacerte sentir mal y hacerles una mala relación con la comida”.
“A los papás o mamás, les diría que tengan mucho cuidado de con quién llevan a sus hijos a practicar deporte. Hay muchos pseudoentrenadores que solamente trauman y se vuelven malas personas para sus hijos. Al día de hoy yo sigo luchando contra este problema y desgraciadamente somos más las chicas las que seguimos con este tema”, dice Valentina.
Para Silvia Valera, maestra en nutrición clínica, es posible llevar una vida saludable siempre y cuando se trabaje con la familia, el paciente, un psicoterapeuta, un médico y un nutriólogo.
Entre las señales que se pueden observar de que un niño, niña, adolescente o joven está en riesgo de desarrollar un TCA, se pueden observar “diversos foquitos rojos”, como por ejemplo:
- Pesarse de forma diaria con una báscula casera. Puede ser en el día, en la noche o en ambos momentos.
- El consumo de productos light o bajos en grasa. Esto puede presentarse en todos los productos de la despensa.
- Consumir más agua de lo normal, así como revisar los valores calóricos de cada producto que se va a consumir.
- Realizar comparaciones con los cuerpos de otras personas, así como pasar varios minutos frente al espejo para encontrar imperfecciones que no existen, por lo que también se desarrolla dismorfia corporal.
- La restricción de alimentos, así como el intercambio de “consejos” nutricionales poco o nada fundamentados que contribuyen a la desinformación y, por ende, al daño de la salud física, emocional y mental.
- Realizar ayunos intermitentes de muchas horas.
Finalmente, dice la especialista, cuando algún TCA está presente en los adolescentes, las últimas personas en notarlo son los miembros de la familia al estar envueltos en la cotidianidad. Los primeros, argumenta, son los maestros, maestras y amigos y amigas cercanas al adolescente.