Uno de los reclamos más recurrentes que he escuchado en los recorridos por Veracruz es claro y contundente: “Licenciada, no entendí lo que resolvieron. No sé si gané o perdí. No sé qué sigue.”
Y tienen razón. La justicia, cuando no se comprende, también excluye.
Durante años, el lenguaje jurídico se ha vuelto una barrera. Palabras rebuscadas, párrafos interminables, latinismos y un lenguaje que sólo unos cuantos dominan. Quien no habla ese idioma, se queda fuera. La sentencia existe, pero no llega. La justicia se dicta, pero no se siente.
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Eso tiene que cambiar.
Como abogada y hoy como candidata a jueza de distrito, estoy convencida de que una de las claves para transformar el Poder Judicial es lograr que sus resoluciones hablen el idioma del pueblo. Que cualquier persona, sin importar su formación, pueda comprender qué se resolvió, por qué se resolvió así y qué sigue después.
Esto no significa renunciar al rigor jurídico ni al análisis técnico que requiere cada caso. Significa, simplemente, cumplir con el deber más básico de la función pública: servir con claridad.
Una justicia cercana no es solo la que escucha; es también la que se explica. La que se toma el tiempo de traducir el lenguaje legal a un lenguaje humano. Porque el derecho no puede seguir siendo una torre de marfil: debe ser una herramienta viva, accesible y comprensible.
Si tengo el honor de llegar al juzgado, cada resolución que dicte llevará dos cosas: profundidad jurídica y claridad humana. Y sobre todo, llevará el compromiso de que la persona que recibe esa resolución pueda entenderla, apropiársela y hacerla valer.
He leído resoluciones que parecen escritas para otros jueces o abogados, no para quienes buscan justicia. Páginas llenas de tecnicismos, de referencias cruzadas, de párrafos infinitos que no se detienen a pensar si la persona que está del otro lado podrá comprenderlas. ¿Qué sentido tiene una justicia que no puede explicarse a quienes debe servir?
La justicia debe ser clara, directa, entendible. No por sencillez, sino por respeto. Porque cada persona tiene derecho a saber qué se resolvió sobre su caso, por qué se tomó esa decisión y qué opciones tiene.
No se trata de simplificar la ley ni de restarle rigor. Se trata de humanizarla, de recordar que detrás de cada expediente hay una historia, una preocupación, una vida. Y que la función de una jueza no termina en dictar sentencia, sino en asegurarse de que esa sentencia sea comprendida y útil.
Si tengo el honor de ser jueza de distrito en Veracruz, ese será uno de mis compromisos más firmes: emitir resoluciones que se entiendan. Nada de lenguaje enredado. Nada de escribir solo para otros operadores jurídicos.
Las y los ciudadanos no deberían necesitar un traductor para entender una decisión que afecta su vida. Esa es la justicia cercana y comprensible que propongo. Porque hablar claro también es una forma de juzgar con dignidad.
Temis mira al pueblo, y también le habla en su idioma.
Porque la justicia no debe sentirse lejana.
Debe sentirse nuestra.
lm