OPINIÓN

La sombra que tenemos

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

La sombra que tenemos, aquella que no mostramos a cualquiera; que ocultamos por miedo a enseñar la cara de lo que también somos; esa sombra que nos acompaña desde atrás, esperando el primer tropiezo para tomar el control, y sin filtro, salvajemente nos haga arremeter contra desconocidos o contra aquellas personas que queremos profundamente.

Pese a que pudiera no existir salvajismo ni brutalidad en el actuar de la sombra que tenemos -simplemente la naturalidad de lo que profundamente somos-, cabe la posibilidad de que la gente, de la misma forma que llegó, se vaya, dejándonos solos, a merced de aquella sombra con la que tenemos que aprender a lidiar.

En ningún momento, la idea de controlar nuestra sombra, se encuentra enmarcada en encerrarla con los demás demonios, para que conviva con sus semejantes y no esté sola; para que no provoque más daño. Eso, paulatinamente causaría que, encontrándose en las circunstancias apropiadas, la sombra que tenemos escape de su exilio, desatando males más terribles de los que pudieron haber sucedido si le invitábamos un café; platicábamos con ella, para conocer quién es realmente y saber de primera mano sus motivos; si nos acercábamos para acompañarla, para entenderla, para enseñarle a acompañarnos de una mejor forma.

ENTRE LUZ Y OSCURIDAD

Es inmenso el miedo que le tenemos a la oscuridad; una herencia de nuestra naturaleza, que viene de aquella época donde nos encontrábamos buscando refugio en cavernas, esperando que la noche acabara, para volver a ver. Quizás la necesidad de luz, viene también de esos momentos cuando el fuego, regalo de Prometeo, se volvió una ilusión trascendente, una meta, un símbolo de conocimiento, de progreso y cambio.

Por más que lo queramos romantizar, la luz es pasajera, lo que queda en su ausencia, es oscuridad, una penetrante y absoluta oscuridad, que lo abraza todo con sus gélidas e informes extremidades.

Aunque compremos por costumbre aquella multicitada imagen que muestra un haz de luz deshaciendo la tenebrosa oscuridad, lo cierto es que, dimensionando estos elementos a nivel universal, tendríamos que reconocer que, antes y después de todo, está la ausencia de luz; antes y después de todo, se encuentra aquella oscuridad eterna que nos abruma de solo pensarla; que nos causa imaginar las más terribles y desgarradoras criaturas, que nos conmina a profundizar sobre nuestros miedos, sobre la dificultad de enfrentarnos a nosotros mismos, sobre aquel temor a estar solos.

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No hablo de oscuridad como algo negativo, esa es la connotación que hemos construido a lo largo del tiempo, por aquellos vestigios primitivos empalmados desde el miedo; ni hablo de la luz como aquella idealizada calidez que nos salvará del abismo, guiándonos por el camino; más bien, me pronuncio sobre la ambivalencia, la convivencia armónica entre estos dos elementos, que pierden, buscan y en algún momento encuentran el equilibrio; un equilibrio que no tiene por qué estar balanceado por mitades, que oscila muy distinto, variando la cuantía dependiendo de lo que naturalmente se necesite, sin importar nuestra voluntad, sino la inercia misma del universo.

Mostrar estos temores no es un recuento de todo aquello que no podemos controlar, de todas esas imágenes que nos abruman, en ocasiones, a nivel molecular; en realidad es una afrenta al cliché que nos hace tenerle miedo hasta nuestra propia sombra. Al tiempo, quizás, esta reflexión nos vuelva más comprensibles con quienes somos, provoque que nos abracemos con más frecuencia, sin ser condescendiente, sino como una forma para entendernos, para encontrar mejores rutas de cambio; ver más allá de la luz y la oscuridad; para encontrar el equilibrio.

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