OPINIÓN

Siempre sembrando

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

“envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte”.

Miguel Rafael Blanco Belmonte

Entre memorias de mi pasado, resaltan algunas borrosas imágenes del niño que fui, pero también de aquel inmenso bosque que frecuenté con tantas ganas. Nuevamente se postra ante mí, ese sendero trazado por las huellas cotidianas. Cruzo el camino trazado. En algunas partes siento la hierba alta tocar mi piel, oigo el aire entrecortado que mece los altos árboles arriba de mí. Veo una balsa, única forma de cruzar al otro lado del río, de continuar; sigo mi camino, llamado por una extraña fuerza; atravieso el momentáneo obstáculo del ahora, que se mimetiza con el ayer.

Aquel descubrimiento, cambió mi vida por completo. De momento, el horizonte se expande frente a mis ojos; cientos de flores, colores tan diversos. Azul profundo, rosa pastel, amarillo brillante; verdes que asemejaban esmeraldas, rojos que podrían fácilmente ser confundidos con rubíes, blancos que brillaban con las primeras luces del sol. La oscuridad era sometida sin que pudiera hacer algo para evitarlo.

Dentro de toda esta fiesta floral se encontraba un hombre. Sigo sin saber si era sabiduría, locura o nobleza la que cargaba entre sus brazos, pero con mucho esfuerzo se dedicaba sin descanso al noble oficio de sembrar. Esparcía con sus manos vida, ofreciendo su tiempo a las semillas; cosechando únicamente la esperanza de que alguien más cuando él no estuviera, pudiera gozar de aquella obra, e inspirándose por la belleza, siguiera sembrando.

Entre viejos y niños, animales y personas, todos se dirigían a él con respeto porque su labor le ganaba al egoísmo. Sembraba no para él, sino para el mundo; lo hacía por quienes no podían hacerlo, hasta por quienes simplemente no querían aquella responsabilidad, aquel desgaste, aquel esfuerzo.

Existen varias lecciones ocultas entre las anteriores líneas, pero en términos generales puedo decir que hablar del sembrador, es hablar de la vida. Una semilla es introducida en la tierra, y si ésta recibe la suficiente atención, si se respeta aquel proceso que requiere tiempo, y las condiciones ambientales lo permiten, surgirá algo más. Pero si nos apresuramos, si damos de más o de menos, si no le brindamos la suficiente atención a lo que está pasando, es probable que todo muera antes de germinar.

Todo proceso requiere nuestro tiempo, moneda de cambio que en ocasiones no apreciamos como deberíamos. El tiempo no vuelve, pero la inversión que le podemos dar, trae consigo frutos, flores, alegrías; pero también tristezas, temporadas de sequía, angustias que parecen no tener fin. Moneda al aire, no saber qué viene, pero si hacemos lo necesario, si nos entregamos a una causa justa; si no sólo sembramos, sino que cuidamos aquello que sembramos, la cosecha llegará cuando tenga que hacerlo.

Hablar del sembrador es hablar de la vida, pero no sólo de nuestra vida como una muestra de la amargura que trae consigo el egoísmo en el corazón; sino hablar de la vida de todo lo que nos rodea, de todos quienes nos rodean.

Sembrar alejados del “yo”, buscando un fin más grande que nosotros mismos. Hacerlo desde la colectividad, y dejar de pensar que eso es locura. Aunque nadie lo aprecie, aunque directamente no lo noten, hacerlo porque es debido, hacerlo para que los demás en algún momento lo disfruten.

Como escribía Blanco Belmonte, debemos imitar al viento, que fluyendo siembra flores; debemos luchar por todos los que no luchan, pedir por todos los que no imploran; hacer que nos oigan los que no escuchan, llorar por todos los que no lloran. Hay que vivir sembrando, siempre sembrando.

mb