INMORTALIDAD

Inmortales

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Cuando le conocí, él ya había muerto. Habían pasado más de 365 días. Supongo que los gusanos, al momento, no tenían nada más que devorar. Quizás comenzaron el festín con sus ojos, dejando únicamente cuencas vacías; luego, movieron sus embarcaciones rumbo a otros tejidos blandos que pudieran ingerir con más facilidad, piel necrosada que ya hubiera sido cubierta por la podredumbre.

El cabello, las uñas y huesos, únicos vestigios de lo que alguna vez fue. La ropa con la que le enterraron en aquel lúgubre cementerio, descansando en aquel féretro de madera; bajo la sombra de aquellos árboles secos y filosos, que simulaban peligrosas garras, siluetas que nutrían la imaginación de visitantes y huéspedes.

Le encontré en una librería del centro de la ciudad, que permanecía pese a todo, pese a todos; un establecimiento que se mantenía comerciando con historias de muertos y futuros muertos, que intercambiaba por plata u otras historias.

Entre tantas ediciones, tomos, tamaños, colores y figuras, resplandeció ante mí aquella portada con su breve descripción de lo que podríamos esperar, así como las iniciales del autor del contenido. Por unos cuantos denarios pude conocerle entre letras; pude saber de cierta forma la manera en la que vivía la vida, la forma de su predilecto pensamiento que en vastas ocasiones concordaba con el mío.

A pesar del paso del tiempo, sus palabras le revivían cada vez que otra persona les pronunciaba. Mientras avanzaba el libro, el autor iba tomando forma delante de mí; se alimentaba de cada bocanada de aire obsequiado, de la mezcla entre mi imaginación y sus pensamientos. Cada tejido de su existencia se entretejía nuevamente en el ahora, rompiendo la barrera de la mortalidad, extendiendo nuevamente su vida.

Cuántos inmortales hemos conocido; cuántas de ellas y ellos nos han marcado a pesar de encontrarse muertos, a través de sus expresiones, de su trabajo creativo e intelectual, a través de su visión; rompiendo los muros del tiempo y del espacio, logrando tocarnos suavemente o sacudirnos con violencia, cambiarnos.

Pese a no tenerles de frente, conocemos una parte de ellos; en ocasiones nos sentimos identificados con esta, y esa identidad que apreciamos nos hace bajar la guardia, reconocernos en el escrito y preguntarnos seriamente, “¿cómo supo esto de mí?”. Aquellos que logran que nos preguntemos esto, vuelven a caminar entre los vivos, reiteran su inmortalidad; se quedan con nosotros, acompañándonos en lo que viene.

Sin nosotros

Lo que hicimos en vida, sobrevive sin necesidad que estemos nosotros. Nuestras ideas, acciones, nuestras más preciadas creaciones, sean cuales sean, aspiran a trascender, romper esa muralla, respirar por sí mismas; ser algo más que una extensión de nosotros, tomar forma con la imaginación de aquellas vidas que les cobijan gustosas.

Mientras nuestro cuerpo sin pulso ha sido devorado por gusanos, mientras nos volvemos polvo; mientras nos hacemos de una vez por todas parte del todo, aquellas obras, ideas y creaciones, intentarán defenderse por sí mismas. Antes de esta pugna, mientras vivíamos les nutrimos cuanto pudimos, esperando que fuera suficiente para que sobrevivieran después de nuestra muerte; esperando que tuvieran la fortaleza necesaria para lograr ganar la batalla contra el tiempo, postergar el momento de su muerte, aplazar aquel instante en que son consumidas por la eternidad, volviéndose olvido.

Nano instantes

Hablar de eternidad e inmortalidad es un problema mayúsculo. Nadie ha vivido físicamente tanto como para comprenderlo, y nadie en realidad lo experimentará, por ahora. Quitando las ficciones que nos ofrecen una vida eterna, la eternidad posee características fuera de nuestro alcance; mientras que la inmortalidad radica netamente en el hecho de no morir. Viéndolo desde un aspecto, la inmortalidad se puede lograr de cierta forma, si nos enfocamos en aquellas ideas y acciones que realizamos que nos mantienen vigentes, pese a que ya no estemos con vida.

Estoy seguro que, por lo menos una vez en nuestra vida, hemos fantaseado con la inmortalidad, confundiéndola en múltiples casos con la eternidad.

Recuerdo que, en cierto momento de mi vida, un tío abuelo, mientras platicábamos, me regaló un haiku que escribió tiempo atrás; después de una serie de reflexiones acerca de la vida humana y aquella inconmensurable eternidad que rodea todo y a todos, pronunció las siguientes palabras.

eternidad

un nano instante absurdo

eternidad

De esa forma, plasmaba su interpretación de la vida humana como aquel nano instante, que comparándolo con la eternidad podría resultar absurdo, ínfimo. Lo anterior resulta una manera poética de describir la urgencia por el poco tiempo que tenemos con vida, sin excluir aquel aliciente que significa trascender a través de lo que hacemos mientras andamos; aquella motivación de volvernos inmortales, postergar con nuestras ideas la muerte, aunque sea inevitable que en un tiempo futuro la eternidad gane la batalla, permaneciendo altiva, mientras todo lo demás se derrumba, mientras nosotros nos derrumbamos al igual que todo.

fm