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“Vengo a trabajar en lo que sea, menos en… otras cosas”

Saraí es una de las más de 10 mil migrantes que pretenden llegar a EU en busca de trabajo, sabe que el riego es grande y que en su viaje el crimen acecha

Escrito en NACIÓN el

Tapachula, Chiapas.- De la hilera diez o doce sillas de madera sin pintar se levanta Saraí. La acaban de llamar. Una seña, una mano en alto de la mujer de playera verde del Instituto Nacional de Migración (INM) es suficiente para que la hondureña de 21 años de edad, delgada, alta, haga valer su turno y vea cumplida la palabra que le dieron días atrás.

Los centroamericanos que estaban con ella se recorren sin mucha prisa, ralentizados por los 32 de calor que no ceden en el puente internacional saturado de migrantes, de ruidos, de olores y acentos de todo tipo.

Cuatro carpas gigantes de unos 20 metros de largo por 10 de ancho están desplegadas en los patios y estacionamientos de la estación migratoria. Ambulancias, bombas potabilizadoras de agua, comedores móviles de la Marina, camionetas de los Grupos Beta y brigadistas médicos van y vienen entre cuentos, miles de centroamericanos a los que se les pide no abandonar las instalaciones porque en cualquier momento pueden llamarlos para la última parte de sus trámites migratorios.

Al pie de la escalinata que lleva a las oficinas centrales de la estación están las sillas de madera para los migrantes. Frente a ellos, a unos cinco metros, se habilitaron al menos seis mesas para llevar el papeleo que concluye con la entrega de las visas de ayuda humanitaria, unos plásticos verdes con la foto del interesado, sus datos, los del Instituto Nacional de Migración y varias claves y números y la leyenda con la vigencia de un año otorgada al documento.

Saraí pone atención a lo que le explican en la mesa, en donde le piden que lea el documento, que lo revise bien y luego firme unas hojas. Después la mujer de migración toma una caja y de ella saca la tarjeta verde que va envuelta en un papel. Se la muestra a la hondureña y la hondureña sonríe y se acomoda el cabello castaño detrás de la oreja.

Firma y recibe la tarjeta y los papeles que la acompañan. ¿Es todo?, le pregunta a la mujer de verde. Sí, es todo. Con el papel y la visa humanitaria en la mano, Saraí abandona la zona del trámite final y sale con una sonrisa que no se borra.

Se detiene unos segundos frente a las sillas y busca a sus amigos migrantes. La sonrisa es más amplia. Mira, ya, ya lo tengo, ya está, les dice.

-¿Qué vas a hacer ahora?, ¿Te quedas? ¿Te vas?

-Voy a buscar trabajo…

-¿En dónde?

-Aquí en Tapachula…

-¿Haciendo qué?

-No sé, lo que sea… menos de ir a… a hacer otras cosas

La hondureña sonríe y su mirada brinca por todos lados mientras contesta la pregunta que intuye, la pregunta sobre el problema de la trata de personas con fines de prostitución, especialmente en esta parte de la frontera.

Fuera de cámara dice que eso es una constante, que el problema es más fuerte en la frontera, pero igual se da en todos los países centroamericanos porque las bandas de tratantes están imparables.

Y no se equivoca. Horas más tarde, una jovencita se desmayaba cerca de la salida de vehículos que cruzan desde Guatemala. Un muchacho de unos 16 o 17 años la sostenía en sus piernas y conforme se desvanecía la iba acomodando en la banca de metal para luego escurrirse hacia donde estaba estacionada una motoneta amarilla. Junto a la motoneta, cuatro vigilantes privados observaban.

En menos de dos minutos el personal de migración rodeaba a la chica, comenzaba a reanimarla y pedía atención médica. Una doctora checaba la condición de la jovencita. ¿Golpe de calor?, no, más bien fue un ataque de ansiedad, explicaba.

La jovencita llevaba un brazalete con el código de barras de la Segob y del INM, lo que indicaba su condición de migrante en trámite. Al irse reanimando dio datos a la gente de migración. En ese momento los agentes del INM pidieron a los guardias detener al muchachito de la motoneta al que le ordenaron sacar todo lo que llevaba en su pantalón.

La versión extraoficial indicaba que el muchacho era mexicano, que cruzó a Guatemala para hacerse pasar por migrante, pero en realidad iba a reclutar mujeres para engancharlas para trabajar en bares de Ciudad Hidalgo o en pueblos cercanos.

Aparentemente había convencido a la chica, pero en el último instante ella se negó, se puso muy nerviosa y entró en pánico. En menos de diez minutos dos patrullas de la policía municipal de Suchiate llegaron a las instalaciones para llevarse al jovencito y trepar la motoneta en una de las pick up.

No tardan en soltarlo. Es un chavillo de una de las bandas de tratantes de personas que operan acá. No va a haber más elementos para retenerlo y en unas horas lo dejarán ir, dice uno de los agentes de migración. Es cuento de nunca acabar, agregaría mientras la chica era llevada a la enfermería para recuperarse de esta.