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“Me pisaba los testículos con los tacones”, recuerda la tortura del régimen militar argentino

Mirta Graciela Antón, "La Cuca" por "cucaracha" es la única mujer en AL en recibir dicha condena por delitos de lesa humanidad en Argentina

Escrito en MUNDO el

"Me pisaba los testículos con los tacones. Era una loca; también se los pisaba a los que estaban a mi lado. Yo escuchaba los tacones y pensaba: ''Ahí viene la de los tacones aguja''", recuerda una víctima.

Otra narra cómo la mujer tensaba sus manos, le buscaba los pezones y apretaba. Apretaba y retorcía; retorcía y apretaba.

Además de retorcerles los pezones a las detenidas y aplastarles los testículos a los detenidos, se reporta que “La Cuca” reía mientras torturaba, bailaba sobre los detenidos y mataba a sangre fría. El miedo y la tortura, entonces, tenían olor a perfume de mujer.

Estos son algunos de los testimonios que recogió entre 2012 y 2016 la justicia de la provincia de Córdoba, en Argentina, en la megacausa “La Perla”, que investigó los delitos que ocurrieron en el D2, uno de los centros de detención y tortura más grandes y crueles del régimen militar argentino en los años 70 y 80. Se contabilizaron 716 víctimas; se escuchó a 900 testigos. De 43 imputados, 38 fueron declarados culpables. 28 recibieron cadena perpetua, publicó la BBC.

De los condenados resalta uno: era mujer. Su nombre Mirta Graciela Antón y también la conocen como "La Cuca", por "cucaracha". Es la única mujer en América Latina en recibir dicha condena por delitos de lesa humanidad.

"La Cuca no era una persona inmoral, sino amoral", escribió Charlie Moore, un activista que estuvo detenido en el D2 y declaró en el juicio.

"No tenía sentimientos de ningún tipo. Podía despedazar a una persona y daba la impresión de que eso no la perturbaba en lo absoluto, sino que incluso la motivaba", narra Moore en su libro "La Búsqueda".

"La Cuca", sin embargo, niega todos los cargos y asegura que le atribuyen delitos que cometieron personas cercanas a ella, como su hermano y su hoy fallecido esposo.

Antón fue condenada por 12 homicidios, 16 privaciones ilegítimas de la libertad, 21 imposiciones de tormentos, 5 desapariciones forzadas y 6 abusos deshonestos.

Ella se declara "total y absolutamente inocente de todo". Está aislada hace ocho años en la cárcel de Bouwer, en Córdoba.

Durante los últimos dos años, la expolicía se reunió cinco veces con la periodista Ana Mariani, que ahora publica un libro sobre una mujer que, según concluyó la escritora, "es capaz de hacer lo que se le culpa".

En la segunda provincia más grande de Argentina, la persecución militar a la disidencia empezó un par de años antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976, fecha que inauguró uno de los regímenes autoritarios más sangrientos de América Latina.

Y fue precisamente en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, conocido como D2, donde se empezaron producir las torturas y desapariciones que luego se expandieron por todo el territorio.

Se habla de 30,000 desapariciones hasta 1983, año en que terminó el gobierno de facto. Los escépticos citan la cifra de 9,000 desaparecidos en un debate aún no saldado.

Graciela Antón tiene hoy 64 años. Entró a la policía a los 21 años. Es hija de policía, esposa de policía, hermana, madre y tía de policías.

"Mi padre fue el que me dijo que si pretendía ir a la universidad tenía que trabajar para costearme los estudios", le dijo a Mariani, quien recogió versiones de que el padre era un hombre violento con ella y el resto de sus hijos.

Hoy la reclusa está aislada de las demás presas porque corre riesgo de ser atacada por haber sido policía. "Es estar en una cárcel dentro de otra cárcel", le dijo a Mariani.

"Si hubiera otras policías, estaría con ellas, pero soy la única. Soy el único caso en el país —dice con cierto orgullo", se lee en el libro.

"Lo primero que hay que decir —relata Miriani a BBC Mundo— es que el mal y la perversión no tienen género ni son privilegio de un sexo".

Más que una cuestión de género, La Cuca mostró una personalidad violenta desde niña, según testimonios de sus vecinos.

"Creemos que una mujer no puede encarnar el mal, pero sí puede".

AJ