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"Maté a 250 personas y no me arrepiento"; sicario confiesa torturas y asesinatos

El sicario describe realidad detrás de los asesinatos ocurridos todos los días en la frontera norte: extorsiones, torturas, secuestros y homicidios

Escrito en ESTADOS el

Ciudad de México (La Silla Rota).- Esta es la historia de un hombre, cuya cara, fue lo último que al menos 250 personas vieron antes de morir. Es la historia de un sicario del Cártel de Juárez al que ya le pusieron precio por su cabeza y desea confesar sus crímenes antes de que alguien se entere del dinero que hay por su vida y de una vez acabe con ella.

“Nadie puede perdonar las atrocidades que he hecho, pero no me arrepiento”, asegura el hombre en una entrevista al periodista Charles Bowden, para la publicación norteamericana Harper´s Magazine.

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El insólito encuentro, reveló una estremecedora realidad detrás de los asesinatos ocurridos todos los días en la frontera norte: extorsiones, torturas, secuestros y homicidios eran parte de las labores que desempeñaba este sicario, detrás de su fachada de policía. las cuales incluyen, incluso, asesinar a tu propia novia.

El sicario ve la foto de la mujer. Se ve hermosa, toda vestida de blanco y perfectamente maquillada. Le escurre sangre por la boca y la luz del amanecer acaricia su rostro. Ahora el hombre ve a la mujer y me cuenta que era la novia del jefe de los sicarios de Juárez, y que los jefes del cártel pensaron que hablaba demasiado. No es que hubiese mencionado la ubicación de algún cargamento o algo por el estilo, simplemente hablaba demasiado. Así que le dijeron a su novio que la matara y eso hizo. Porque si no, él tendría que morir.

Los inicios

“Cuando creía en el Señor”, dice, “huía de los muertos”. Sin embargo, no se entrega a la explicación fácil, esa que establece que los criminales son un producto del abuso.

“Mi infancia fue normal. Éramos muy pobres, estábamos muy necesitados”, continúa. “Llegamos del sur a la frontera, para sobrevivir. Mi gente se metió a la maquila. Yo fui a la escuela. Mi padre no me maltrataba. Mi padre trabajaba, era un hombre trabajador. Entraba a las 6 de la tarde y salía a las 6 de la mañana, seis días a la semana. El resto del tiempo dormía. Mi madre hacía las veces de madre y padre. Limpiaba casas en El Paso tres veces a la semana. Había que alimentar a 12 niños”.

“Una vez”, recuerda, “mi padre me llevó a mí y a tres de mis hermanos al circo. Llevamos nuestro chili y nuestras galletas para no gastar. Ese fue el día más feliz de mi vida. Y la única vez que mi padre me llevó a algún lado”.

Empezó como policía y se graduó como sicario

Imagen ilustrativa

Estaba en bachillerato cuando la Policía Estatal lo reclutó a él y sus amigos, la labor, más allá de vigilancia consistía en pasar coches por el puente de El Paso por 50 dólares; luego los estacionan y se van. Nunca saben qué hay en los coches y nunca preguntan. Después de la entrega los llevan a un motel donde siempre hay mujeres y coca disponibles.

Hay dos unidades de la Policía del Estado en Juárez especializadas en secuestro, y la suya era una de ellas. La comisión oficial para ambas era detener los secuestros. Pero, en realidad, una unidad secuestra a la persona y se la da a la otra para que la mate, procedimiento más rápido que el de cuidarla mientras esperan el rescate. A veces fingían descubrir el cuerpo días después del secuestro.

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Así era el Juárez disciplinado que alguna vez conoció. Después, en julio de 1997, muere Amado Carrillo Fuentes, líder del cártel de Juárez. Eso fue un “terremoto”. El orden se derrumbó. Los pagos a la Policía del Estado provenientes de una cuenta en Estados Unidos se terminaron. Y cada unidad tuvo que arreglárselas por sí sola.

Aprender a torturar

Antes de la muerte de Carrillo, no era fácil meter coca en Juárez porque “si abrías un kilo, te mataban”. Así que él y su tropa cruzaban el puente hacia El Paso para hacer negocios. Para ese momento controla a una banda de secuestradores y asesinos, trabaja para un cártel que almacena toneladas de cocaína en bodegas clandestinas en Juárez, y tiene que entrar a Estados Unidos para conseguir las suyas.

Eso cambió después de la muerte de Carrillo. Le entró duro a la coca, las anfetaminas y el alcohol; podía estar despierto una semana. También fue en esa época cuando adquirió sus habilidades: estrangulamiento, asesinato con cuchillo y pistola, acribillamiento de coche a coche, tortura, secuestro, y desaparición de personas, a las que simplemente enterraba en un hoyo.

El negocio de los secuestros

El sicario retirado continúa su relato narrando sus funciones dentro de los secuestros. Para darnos una idea de la magnitud de la red criminal, calcula que el 85 por ciento de la policía trabajaba para la organización. Pero incluso en un día soleado apenas reconocería a alguien del cártel que lo emplea. Forma parte de una célula, por encima de él hay un jefe, y arriba del jefe una zona llena de poder que no visita ni conoce.

Estima también que de cada cien personas que transporta, (ya sea en calidad de secuestrados o “ajusticiados”) dos recuperan su vida. El resto muere. Despacio, muy despacio.

Según asegura, en cada casa de seguridad puede haber entre cinco y 15 víctimas. Están vendados todo el tiempo, y si por alguna razón se les cae la venda, los matan. A veces los sientan en una silla frente a la televisión, los destapan por un instante y les muestran videos de sus hijos en la escuela, de sus esposas comprando, de la familia en la iglesia. Les muestran el mundo que han dejado atrás y les hacen saber que si el dinero no llega ese mundo desaparecerá, será destruido. Los vecinos nunca se quejan de las casas de seguridad. Ven que están rodeadas por carros de policía y se quedan callados.

Puede que las víctimas tengan un millón de dólares, pero para cuando termina el trabajo ya les quitaron todo; su fortuna entera, y tal vez, sólo tal vez, dejan que la mujer se quede con la casa y el coche. Hay gente que vive secuestrada dos o tres años. 

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Después de darles de comer, los golpean, así empiezan a asociar la comida con el dolor. Muy de vez en cuando llega la orden de soltar a un prisionero. Los llevan vendados a algún parque y les dicen que cuenten hasta 50 antes de quitarse la venda. Incluso en ese instante de libertad lloran, porque no pueden creer que los vayan a soltar, sino que los van a matar.

“A veces”, dice “le quitaban la venda a los que llevaban meses secuestrados para que limpiaran la casa de seguridad. Después de un tiempo, creían que eran parte de la organización y se identificaban con los guardias que los golpeaban. Componían canciones sobre sus días ahí, y nos hablaban de todas las cosas buenas que nos darían cuando los soltáramos. A veces, después de golpearlos mucho, les mandábamos videos a sus familias en los que rogaban, desesperados: ‘Denles todo’. Y de pronto llegaba la orden y los matábamos”.

De cualquier forma, la víctima muere

Imagen ilustrativa

Todo en la organización estaba estructurado. El pago siempre se hacía en una ciudad diferente de donde tenían al prisionero. A veces pasaban semanas encerrados en una casa de seguridad sin hablarle al secuestrado, sin saber quién era. No importaba. Ellos eran productos y él un empleado siguiendo órdenes. Sin importar qué tanto pagaba la familia, la víctima casi siempre moría. Cuando le chupaban todo el dinero a la familia, el prisionero ya no tenía ningún valor. Y además podía traicionar a la organización. Así que su muerte era lógica e inevitable.

 “Quiero que quede claro”, dice, “que yo sentía cosas cuando estaba en las casas de tortura, viendo a la gente tirada en el piso, encharcada en su propio vómito y sangre, pero no me dejaban ayudarlos”.

Radiografía de una tortura

El trabajo, insiste, es para expertos. Por ejemplo, la tortura: tienes que saber hasta dónde llegar. Incluso si al final vas a matar al tipo, tienes que actuar con cuidado para sacarle toda la información que necesitas.

“Tienen tanto miedo”, explica, “que generalmente cooperan mucho. A veces, cuando se dan cuenta de lo que les va a pasar, se ponen agresivos. Entonces les quitas los zapatos, les empapas la ropa, y les conectas un cable en cada pie durante 15 segundos. Así entienden que tú mandas y que les vas a sacar toda la información. No los puedes golpear mucho porque entonces se vuelven inmunes al dolor. He visto gente a la que golpean tanto que puedes arrancarle las uñas con pinzas sin que se inmuten”.

“Los esposas por la espalda, los sientas frente a un foco de 100 watts y les haces preguntas sobre su trabajo, el número y la edad de sus hijos, todo lo que ya sabes porque ya lo investigaste. Cada vez que mienten les das una descarga. Una vez que saben que no pueden mentir, empiezas con las preguntas serias —cuántos cargamentos han movido al otro lado, para quién trabajan, por qué no le pagan al jefe”.

“Para ese momento te contestan todo. Después los golpeas y los dejas descansar. Les enseñamos videos de sus familias. Entonces te dicen todo lo que necesitas saber y a veces más. Ya tienes la ventaja, y usas la nueva información para asaltar almacenes y robar cargamentos, acorralar a otros que trabajan con él, grabar a sus familias, y empezar de nuevo. Sabes que las familias no acudirán a la policía porque sospechan que su padre o su esposo anda metido en negocios turbios. Pero si van a la policía nos enteramos de inmediato, porque nosotros trabajamos ahí. Somos parte de la unidad antisecuestro. A veces matamos a los secuestrados de inmediato porque, después de quitarles el coche y las joyas, no valen nada. El botín se divide entre los de la unidad, es decir, entre cinco u ocho personas. Lo peor de matarlos es que luego tienes que cavar un agujero para enterrarlos. La mayoría comete dos errores. No le pagan al que controla la plaza, la ciudad. O sueñan que pueden ser mejores que el jefe”.

Planear un asesinato

Primero, los “Ojos” estudian a la víctima durante días, por lo menos una semana. Anotan su horario, cuándo se levanta, a qué hora va al trabajo, cuándo come en casa, toda su rutina doméstica es registrada por los “Ojos”. Luego, la “Mente” se encarga. Estudia los hábitos del blanco en la ciudad: su jornada laboral, dónde come, dónde bebe, qué tan seguido visita a su amante, dónde vive ella y cuáles son sus hábitos. Entre los “Ojos” y la “Mente” esbozan un horario. Después se reúne el resto del equipo, de seis a ocho personas. Dos carros de policía con oficiales y dos coches con sicarios. Escogen una calle que pueda ser bloqueada fácilmente. El timing será medido a la perfección y el golpe se hará a no más de media docena de calles de la casa de seguridad —eso es fácil porque hay muchas en la ciudad.

Agarra una pluma y empieza a dibujar. El coche líder será de la policía. Lo seguirá otro lleno de sicarios. Luego el coche de la víctima, seguido de otro de sicarios. Y al final, cubriendo la retaguardia, otro carro de policía.

Durante la ejecución, los “Ojos” observarán y la “Mente” hablará por radio.

Cuando el blanco entre en la calle seleccionada, el primer carro de policía girará para bloquear la calle, el primer coche de sicarios bajará la velocidad, el segundo coche de sicarios se emparejará junto al blanco y lo matará, y el segundo carro de policía bloqueará el otro extremo de la calle.

Todo esto debe tomar menos de 30 segundos. Uno de los hombres deberá salir de un coche para darle el “coup de grace” al blanco regado con balas. Después todos se dispersan.

El coche de los asesinos se dirigirá a la casa de seguridad para esconderse en el estacionamiento. Después, la organización se lo llevará a otro estacionamiento, lo pintará y lo revenderá en uno de sus propios lotes. Los asesinos abordarán un coche limpio en la casa de seguridad, y por lo general regresarán a la escena del crimen para asegurarse de que todo haya salido bien.

El sicario, como todos, asegura que quiere que su vida haya tenido un objetivo. Cuando abandonó esa vida hace dos años, (el texto original fue publicado en 2013) la organización le puso precio a su cabeza: 250 mil dólares. No sabe si la cifra ha aumentado, pero no cree que haya disminuido. Por ahora, sabe que Dios lo protege a él y a su familia, pero aun así debe cuidarse.

Con información de Harper''z Magazine