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¿Somos lo que decimos?

La violencia verbal no puede 'normalizarse' en un país que busca la equidad y la justicia. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

En 2019, la comunicación política en México registró una tendencia muy importante a la alza en la confrontación y la polarización. Todos los medios fueron parte, directa o indirectamente, de un escenario de confrontación sin precedente. La situación es preocupante porque la violencia verbal precede, con frecuencia, a la violencia física.

Las palabras son portadoras de poder. Su capacidad para influir positivamente en la gente es tan grande como la tremenda fuerza que pueden tener para lastimar o destruir. Su uso irresponsable, impensado o abiertamente premeditado puede dañar la reputación de quien las dice o de quienes son el objetivo de sus intenciones.

Aún más. La violencia verbal parece que se ha “normalizado” en el diálogo entre algunos grupos de poder. También en buena parte de las conversaciones que se dan minuto a minuto en las redes sociales. Ataques, insultos, descalificaciones o acoso no permiten ver con claridad los límites que tiene la libertad de expresión.

El uso indiscriminado de adjetivos, sustantivos y frases que pretenden tener un valor noticioso parece más interesado en sacar a flote las filias y fobias de algunos personajes de poder. No son pocas las ocasiones en las que parece que el lenguaje irracional se termina imponiendo a la conveniente retórica propagandística.

Por si no lo leíste: Desquiciados, conservadores por comparar a Irma Eréndira con Virgilio: AMLO.

De acuerdo con Ricardo Ancira, a final de cuentas, “somos lo que decimos”. Por tal razón, desde un enfoque equivocado de lo que es el poder, lo importante no es convencer sino minimizar o destruir al oponente. Lo importante no es demostrar por qué se tiene la razón, sino menospreciar o exhibir las debilidades del adversario. Lo importante no es dialogar, sino ignorar lo que no conviene.

Este tipo de lenguaje se asocia a los modelos de gobierno autoritarios. Sin duda alguna, surge de incongruencias y contradicciones que se repiten una y otra vez. Por un lado, porque surgen de narrativas que pretenden “el bienestar de las mayorías” cuando en verdad esconden otros intereses personales o de grupo. Por el otro, porque la responsabilidad de los fracasos, obstáculos o incumplimientos siempre se trasladan a los adversarios, a los enemigos o a intereses oscuros que nunca se identifican.

Te recomendamos: Ricardo Ancira. "Somos lo que decimos: El poder de las palabras". El País, 10 Septiembre 2019.

El abuso en los argumentos falsos o de choque siempre termina por reducir el impacto de los avances y logros de los personajes políticos que recurren a éstos. Pero eso no es todo. En algunas circunstancias, el mensaje violento termina beneficiando a quienes se pretende dañar. Por eso, dicha fórmula ha demostrado muy poca eficacia en un sistema donde se busca el reconocimiento, la aprobación y la popularidad.

América Latina nos ha dado en años recientes una gran cantidad de ejemplos ilustrativos sobre los riesgos de recurrir al lenguaje polarizado. En Bolivia, Nicaragua, Chile o Brasil, por ejemplo, los desenlaces de violencia en las calles se explican —en buena medida— por las narrativas que privilegiaron los argumentos falsos. De igual forma, son consecuencia de la fuerte dosis que ha tenido el lenguaje de polarización, que solo contribuyó al rompimiento del diálogo y las formas civilizadas de convivencia política.

También puedes ver: El poder de las palabras (documental), Telimagin Productions, Inc., Canadá, 2010.

En México tenemos un marco legal y las instituciones que podrían contribuir de mejor manera a reducir los niveles de confrontación que hoy tenemos. El diálogo de altura y civilizado es posible. Contamos con la experiencia en el área de la Consultoría y con la voluntad y experiencia de una gran cantidad de líderes y lideresas políticas y sociales.

La ciudadanía merece mejores modelos de conversación pública e interacción social. El respeto y la seriedad no están reñidas con el establecimiento de las diferencias e incluso del contraste de pensamientos, ideas y propuestas. El debate es uno de los formatos más atractivos para darle vida al diálogo y la discusión.

Te puede interesar: Enrique Krauze. "Los debates son la mejor defensa de la democracia". Letras Libres, 23 Octubre 2017.

Para un gobierno que aspira a lograr una Cuarta Transformación, la promoción de debates formales es apenas el inicio del cambio que se requiere en la comunicación política. Promover una cultura de debate tiene que comprender que el diálogo puede ser motivo de confrontación y contraste sin perder seriedad ni faltar al respeto. De la misma manera, para debatir no se necesita un foro especial ni reglas fijas que limiten los tiempos y los recursos a utilizar. A este modelo lo denomino debate atemporal.

Los argumentos de ida y vuelta se pueden generar desde cualquier foro, medio de comunicación o formato. Lo importante es que se expongan con libertad las ideas, posturas y propuestas basadas en argumentos sólidos, en datos duros y en evidencias. De lo que se trata es que la razón y los argumentos de contraste terminen por imponerse a la descalificación, a la calumnia, a la difamación, a la mentira y al linchamiento.

¿Por qué? Porque quien menosprecia, ataca sin sustento, ignora, humilla, miente, es incongruente o descalifica no solo puede dañar o herir. Al mismo tiempo se está definiendo a sí mismo, porque en esencia “somos lo que decimos”.

Recomendación editorial: Ana María Olabuenaga. Linchamientos digitales. México, Editorial Paidós, 2019.