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Historias de hospital

La vida en un hospital es una oportunidad de entender a quienes trabajan en él. La historia de José Luis Castillejos

Por
Escrito en OPINIÓN el

Vivir muriendo

El suave canto y la tenue vocecita de un niño, que lo imagino angelical, expresando: ehhh...oohhh, me sacó de mis pensamientos aquí en el Seguro Social, donde convalecí de un fuerte dolor ocasionado por cálculos renales.
Aquí los segundos se convierten en minutos y los minutos en largas horas. El tráfico de camillas llevando heridos, niños con oxígeno, mujeres que gimen de dolor y llantos apagados de familiares es una constante. 
Decenas de enfermeras van y vienen y parecen flotar en sus trajes blancos con sueros, jeringas y frascos de cloruro de sodio y otras soluciones.
Aquí, sin quererlo, me entero de los amoríos entre una guapa enfermera y un joven y las bromas entre un joven camillero y un trabajador de limpieza que escucha una canción y la canturrea mientras desplaza el trapeador por los pasillos del hospital del IMSS de paredes-mosaicos verde agua.
No me desespero y tomo las cosas con calma. Veo a mi alrededor y tengo de compañía, en el área de urgencias, a una joven mujer que desfallece víctima de la neumonía. Más tarde entra en crisis y la llevan a un área aislada pues su condición es de alto riesgo.
Atrás de mí hay un joven de 17 años con cáncer y muchas ganas de vivir y su joven madre va de un lado a otro. En otra camilla otra mujer a quien deben dializar.

La vida aquí es caprichosa. La enfermedad y el dolor no distingue a nadie.
Se muere, a veces, lentamente pero hay expresiones divinas como la de ese niño que con su canto me recuerda que detrás de estas frías y verdes paredes hay vida.
He recibido cientos de mensajes que no he podido contestar por falta de señal, y por el agudo dolor que me impidió moverme libremente. Mi familia ha estado conmigo en todo momento que me ha refrendado el valor de la querencia.
Espero pronto recuperarme y escuchar en ese Ehh..Ohhh una expresión de alegría que sirve de recordatorio de que se puede vivir pese a morir de dolor unos instantes. 

II Cuidador de celulares 



En mi larga vida he trabajado en varias cosas. Mi primer trabajo fue en el campo, al lado de mi padre. Luego, ya jovencito, trabajé en la SSA (Secretaria de Salubridad y Asistencia) echando a tanques y pozos el abate, un producto granulado para matar el Aedes Aegypty, el mosquito transmisor del dengue.

Luego, cuando tenía los 16 años, Don Jorge López Gonzáles me dio la de escribir en diario del Sur, en Tapachula y de la cual él era su director.

He sido redactor, corrector de estilo, editor y corresponsal internacional amén de dictar conferencias o ser académico en alguna oportunidad. 

Hoy, sin embargo, aquí en el Hospital del IMSS donde compadezco de un agudo dolor renal, me salió un nuevo oficio, el de "cuidador" de celulares.

Resulta que a la izquierda de mi camilla y apenas dos metros de distancia, hay enchufes eléctricos que enfermeras y familiares de enfermos utilizan para cargar sus artefactos.

Pero como no faltan los dueños de lo ajeno, es necesario alguien que le eche un "ojito" a los celulares que van desde cacahuatitos que venden en Oxxo a 300 pesos hasta caros Samsung o IPhones.

Y como tengo todo el tiempo del mundo, mientras recibo suero y medicamentos pues les echo una mirada "ad honorem" a los celulares y solo recibo el "gracias" y a veces ni eso.

Estoy aquí hospedado. Han desfilado frente a mí médicos, doctoras, sonrientes enfermeras, otras no tanto, policías de seguridad, repartidoras de comida y a todo esto hay que sacarle el lado bueno como contarles esta historia. 

Lo más agradable de todo es escuchar el llanto de vida de los recién nacidos. Sus potentes llantos alumbran el día al que solo veo desde dos pequeñas ventanas.

La vida en un hospital es una oportunidad de entender a quienes trabajan en él. Tan importante son los médicos como el radiólogo, el camillero, la asistente social, la enfermera, el chofer de ambulancia, el afanador, el responsable de los equipos, el eléctrico. Toda una familia cuidando y salvando vidas.

¿Hay algo mejor que ello?

Sí, lo que ahora hago yo. Cumplo aquí, con empeño, salvo que el sueño me traicione y me gane, una función: el de cuidador de celulares. 

III El cómodo incómodo


La joven enfermera se inclinó y susurró algo al oído de la sexagenaria señora.

¡Ni madres! No voy usar eso.

 Exclamó la dama al rechazar, en potente eco, lo incómodo del cómodo, una especie de bacinica plana para vaciar los intestinos.

Señora usted no puede pararse porque está mareada y tiene un catéter puesto y en el baño hay bacteria.

Le insistió la enfermera del IMSS, desde el pasillo del área de adultos.

Será el sereno, pero no es cómodo hacer las necesidades ahí. Además todo mundo pasa viendo.

Refunfuñó la señora de cabellos alisados y flequillo en la frente: "Me da vergüenza.

Un doctor tuvo que explicarle a la paciente de bata verde que tenía que hacer su necesidad fisiológica desde la cama y añadir que en el hospital nadie está por gusto y menos para juzgar a alguien y si están en este lugar es por extrema necesidad. "Así que piénselo, pero definitivamente en la condición que está, no puede ir (al baño) porque está mareada y se puede caer y luego nos van a echar la culpa", le explicó.

No le quedó a la dama que hacer mutis, taparse con una sábana y usar el cómodo para vaciar el estómago de manera similar al que en alguna ocasión lo habría hecho Lucio Aurelio Cómodo Antonino, y a quien supuestamente debe su nombre el artefacto. Cómodo fue emperador del Imperio romano entre los años 177 y 192 y habría usado la bacinica plana cuando estuvo enfermo.

Hay otra versión que apunta que Martín Rivadavia, conocido popularmente como el Comodoro Rivadavia (Buenos Aires, 22 de mayo de 1852-ibíd., 14 de febrero de 1901), fue un marino argentino que se destacó por la defensa de la soberanía argentina de la Patagonia y a él se debe el nombre del instrumento incómodo. 

Tras un accidente doméstico sufrido en su quinta de Santa María de Oro y Rivadavia, a metros de la estación Temperley, su salud se deterioró y falleció en su misma tierra natal el 14 de febrero de 1901.

Lo incómodo del cómodo del Comodoro de Rivadavia me sacó una buena sonrisa.