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¿Yo no soy feminista?

Reconocerse feminista no debería ser obstáculo para acceder al poder; pero lo es. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Angela Merkel tardó 16 años en reconocerlo abiertamente: “Sí, soy feminista. Y todos deberíamos serlo”. Algunos de sus críticos cuestionaron duramente su declaración, sobre todo porque durante su gobierno la defensa de género no fue prioritaria y estuvo marcada por el conservadurismo. Además, porque el reconocimiento público lo hizo hasta el final de su mandato.

A la primera canciller alemana le criticaron, en varias ocasiones, el avance lento que registró su país en el acceso de las mujeres a la mayoría de los espacios de poder político, económico, social y tecnológico. También que no se pronunciara en favor del movimiento. Y sí, por el contrario, que haya dado señales claras y contundentes en contra del movimiento: “Yo no soy feminista”.

Aún más. Hubo quienes aseguraron que el género era irrelevante para ella. O que el hecho de encubrir al feminismo era simplemente una opción que eligió para acceder al poder. En el mismo sentido se ha dicho que, en términos prácticos, Merkel asumió un pragmatismo que privilegió el cumplimiento de sus objetivos políticos antes que asumir la causa feminista, que tal vez le hubiera restado opciones y oportunidades. 

Por si no lo leíste: Itzel Nicté Uc Domínguez. "Angela Merkel, la mujer más poderosa no se consideraba feminista". La Cadera de Eva, La Silla Rota, 26 Septiembre 2021.

A final de cuentas, Merkel fue congruente con su misión y visión. Por supuesto que se puede estar en desacuerdo con su actitud y las omisiones en que incurrió para apoyar la equidad de género. Pero nadie puede negar los grandes avances y aportaciones que hizo, en muchos sentidos, mientras estuvo al frente del gobierno. Sin duda, fue una mujer que supo cómo llegar al poder y cómo ejercerlo. 

Como cualquier personaje de poder, Merkel definió un estilo personal para gobernar. Decía que no quería etiquetas. Al igual que la ex primera ministra de Inglaterra, Margaret Tatcher, la canciller alemana también fue considerada una “dama de hierro”, aunque su apariencia y personalidad rompieran varios paradigmas en la forma de interactuar con otros personajes de poder y los medios de comunicación. Lo mismo con la forma de vestir que tenían en ese tiempo las mujeres poderosas, al asumir por convicción un estilo conocido como “power dressing”.

Te recomendamos: Merkel, La Canciller de la Crisis. Podcast, una producción de Rombo Podcast y la Facultad de Lenguas de la Universidad de Córdoba, con el apoyo del Goethe-Institut y el DAAD de Córdoba, y la colaboración de Agenda Pública, 2021.

Merkel, Tatcher y otras lideresas en el mundo han demostrado una y otra vez que el género no marca ninguna diferencia a la hora de ejercer el poder. La inteligencia, creatividad y carisma pueden ser tan potentes como los de los hombres. Lo mismo sucede con los defectos y errores. Incluso se podría afirmar que el ejercicio del liderazgo parece no tener género.

Cierto que dicho argumento es una obviedad. Pero también es una cruda realidad que los obstáculos para las mujeres siguen siendo enormes para llegar a las altas esferas del poder. Más cuando algunas tratan de establecer una diferencia notoria en relación con los hombres, cuando se muestran inseguras por falsos prejuicios o, incluso, cuando se reconocen abiertamente como feministas. En cualquier circunstancia, es lamentable reconocer que las ideas de género no han evolucionado tanto como deberían en el siglo XXI.

También puedes ver: Sheryl Sandberg. ¿Por qué tenemos tan pocas mujeres líderes? Ted Ideas worth spreading, Ted Women, Diciembre 2010.

Para analizar el caso de Merkel desde una perspectiva de género y poder, se pueden identificar por lo tanto dos tendencias. Una, que cuestiona su decisión de no haberse asumido desde un principio como feminista, situación que significó un retroceso para avanzar en la equidad de género. La otra, que la considera un personaje de poder que asumió las ventajas, oportunidades, riesgos y costos de luchar con los instrumentos que le permitieran cumplir sus objetivos, haciendo a un lado las causas feministas.

Haciendo un análisis costo-beneficio, se puede afirmar que su gestión tal vez no representó el “cambio con sentido” que pueden lograr las mujeres cuando acceden a los más altos niveles de la política. Sin embargo, los resultados de otras mujeres que han ocupado posiciones similares en otros países —México incluido— tampoco confirman que sus gestiones hayan sido determinantes para el cambio de cultura que se requiere.

Consulta: Ana M. Hernández. ¿Son las mujeres diferentes a los hombres en el ejercicio político?, en México: Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco, El Cotidiano, Volumen 21, Número 139, septiembre-octubre 2006, pp. 41-49 2016.

No se puede desconocer la importancia que representa haber logrado la paridad de género en el Congreso en nuestro país. Mucho menos que en cada elección se incremente el número de mujeres que lo gobiernan, en cualquiera de sus tres niveles. Pero los costos han sido muy altos, más aún si se consideran los lastres que persisten, el largo camino que aún falta por recorrer y las enormes dificultades que existen para que México sea gobernado por una mujer.

Las lecciones que Merkel y otras mujeres superpoderosas han dejado no pueden minimizarse por el pragmatismo que asumieron. ¿Qué habría cambiado en la vida de Angela Merkel, de Alemania y del mundo si ella hubiera decidido asumirse púbica y abiertamente como una feminista? ¿Existen motivos para cuestionar los grandes logros que obtuvo? ¿Quién duda sobre su capacidad para enfrentar situaciones de crisis como ningún otro líder o lideresa en el actual escenario?

Te puede interesar: Necesario construir una sociedad en la que el debate sea parte de la cotidianeidad, en Central Electoral INE, Número 398, 10 Diciembre 2020.

Para algunos o algunas es difícil aceptarlo. Sin embargo, cuando una mujer llega a ocupar un cargo relevante del poder público, como el de Jefa de Estado, debe comportarse como tal. Su condición femenina debe ser irrelevante, pues gobierna por igual para toda la población. Como lideresas, tampoco se debe poner en tela de juicio que están obligadas a responder a los lineamientos políticos e ideológicos de las organizaciones que las llevaron al poder. 

El hecho de ser mujer no es garantía contra la corrupción, la falta de compromiso con las grandes causas del país, la deslealtad política o la incapacidad para gobernar. La lección que ha dado Merkel se suma a la de otras grandes lideresas: El poder no tiene género. No debería tenerlo. Pero para acabar con la inequidad y desigualdad entre hombres y mujeres no es suficiente que líderes y lideresas se reconozcan como feministas. El ejercicio del poder para favorecer la causa es importante, pero está claro que no alcanza y que a veces estorba.

Recomendación editorial: Chimamanda Ngozi Adiche. Todos deberíamos ser feministas. España: Random House, 2019.