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¿Y las buenas noticias?

La abundancia de malas noticias daña nuestra salud mental. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

En el umbral del último trimestre de 2021 las malas noticias predominan en todos los medios de comunicación. Cierto es que no hay motivo de sorpresa, pues la tendencia negativa de la información siempre ha formado parte de la vida cotidiana en cualquier país. Pero también es verdad que en el marco de la pandemia y las crisis colaterales que ha provocado no es la mejor opción para levantar el ánimo de la sociedad.

La pandemia del covid-19 nos ha dejado lecciones profundas en muchos sentidos. Por un lado, nos ha obligado a adaptarnos a nuevas realidades y a ser más creativos en la búsqueda de soluciones a problemas complejos. Por el otro, los procesos laborales y educativos se transformaron a una velocidad vertiginosa con el apoyo de las tecnologías, quizá tanto como la prontitud con la que se logró el hallazgo, la producción y aplicación de vacunas a miles de millones de seres humanos.

Basta ver cualquier noticiero para confirmar que las malas noticias ocupan los principales titulares y casi todo el tiempo de los espacios informativos. Las malas noticias venden más porque llaman más la atención. También porque se han convertido en una especie de adicción que nos ha llevado a perder el interés por las cosas buenas que suceden a diario. Los científicos han nombrado a este fenómeno como el doomscrolling.

Entérate: Jessica Klein. El "oscuro" hábito de consumir malas noticias compulsivamente (y cómo podemos atajarlo). BBC News, Mundo, 6 Marzo 2021.

El doomscrolling (o doomsurfing) se caracteriza por la necesidad de consumir grandes cantidades de contenidos, aprovechando la facilidad, instantaneidad y espectacularidad que nos brindan los medios digitales. Si a esto agregamos el incremento de la violencia en la programación de entretenimiento que nos ofrecen los medios convencionales y las plataformas de streaming, el problema se torna aún más delicado.

La violencia, el conflicto, el desastre, la agresión o la muerte son tan solo algunas expresiones que pueden despertar no solo miedo, indignación o terror, sino atracción y una extraña fascinación difícil de comprender. Su omnipresencia es generadora de rating y, por lo tanto, han convertido a estas expresiones en un negocio muy lucrativo que no nos imaginábamos cuando irrumpieron las redes sociales 2.0 en nuestra cultura.

Consulta: Sara González Fernández. "La violencia en streaming como protagonista de la sociedad del espectáculo", en Madrid, España, La omnipresencia de la imagen. Estudios interdisciplinares de la cultura visual, Global Knowledge Academics, 2017.

En los tiempos de dolor e incertidumbre que estamos viviendo, la información, el entretenimiento, la educación y la cultura deberían ser parte de nuestros mecanismos de defensa y de supervivencia. Sin embargo, estos recursos poco pueden hacer cuando nos invaden como un virus maligno los contenidos negativos a los que estamos expuestos cotidianamente. 

Como es bien sabido, la información completa, clara, directa y veraz es una de las herramientas más poderosas con que contamos para gestionar cualquier tipo de problema o crisis. Sin embargo, cuando los mensajes se tornan estresantes, pueden causar diversos efectos negativos en la salud mental, provocando depresión, problemas para dormir o cambios bruscos en el estado de ánimo que pueden derivar en indiferencia, conductas agresivas o empatía con las personas violentas. 

Te recomendamos: Sofía García-Bullé. Doomscrolling: Una amenaza para la salud mental. Observatorio del Tecnológico de Monterrey, 9 Junio 2020.

Los estudios confirman que existe una predisposición a consumir y darle un mayor valor a las malas noticias. Quienes hemos estudiado y practicado el periodismo sabemos que una de las características de la noticia es que tenga la capacidad de producir una respuesta emocional en los públicos a los que va dirigida. Sin embargo, aunque en muchas investigaciones de opinión la gente se pronuncie a favor del consumo de notas positivas, lo cierto es que por razones naturales nos interesa más aquello que podría representar un riesgo o amenaza para nuestras vidas.

La contundencia visual y la forma cruda en que se nos presentan las noticias facilita dicho proceso mental. Por eso, y porque las malas noticias venden más, las buenas noticias aún se consideran banales, superficiales o poco relevantes. En el marco de un terremoto, por ejemplo, la noticia principal siempre girará en torno a los heridos y muertos, a las imágenes de la devastación o la tragedia, no a las medidas de protección civil que se hayan tomado para reducir sus peores efectos.

Te puede interesar: Itziar Fernández, Martín Beristain y Darío Páez. "Emociones y conductas colectivas en catástrofes: ansiedad, rumor, miedo y conductas de pánico", en La anticipación de la Sociedad. Psicología social de los movimientos sociales, Valencia, Promolibro, 1999, pp. 281-342.

Por otra parte, la gran mayoría de los gobiernos en el mundo no terminan por comprender y aceptar que las buenas noticias no necesariamente son los informes de inversiones y resultados autocomplacientes que se transmiten en los spots y actos protocolarios. Tampoco las grandes inauguraciones de obras que a veces ni siquiera se han concluido. Acciones así son necesarias para la transparencia y rendición de cuentas, pero no necesariamente para convertirse en noticias atractivas para la población.

En la comunicación política los balances, la objetividad y el apego a la verdad siempre terminan dando los mejores resultados en favor de la reputación. Las y los mandatarios que infunden miedo, que promueven la división en torno a los grandes temas nacionales, que exageran con lo bueno que han hecho y que critican con fiereza las malas acciones o errores de sus adversarios solo incrementan las posibilidades de que tarde o temprano terminen siendo criticados o cuestionados por su proceder. Además, siempre tienen costos electorales para sus partidos.

También puedes leer: Raúl Saavedra. ¿Por qué las buenas noticias no son noticia y pasan desparecibidas? Mundiario, 16 Agosto 2015.

Si la pandemia nos ha transformado tanto, ¿por qué no empezamos a explorar otras posibilidades para transmitir con una mayor intensidad y frecuencia las buenas noticias? Las narrativas y hechos positivos también pueden cumplir con las características de los géneros periodísticos e influir en la agenda pública nacional. Por supuesto que hay que romper paradigmas. Es evidente que se tienen que asumir algunos riesgos en la rentabilidad de los medios de comunicación y en la reputación de las y los gobernantes.

Sin embargo, el esfuerzo lo amerita. Acabemos con el falso principio de que “no hay mejor noticia que la mala noticia”. Más de un año y medio del desgaste emocional profundo que hemos vivido ameritan la inversión. Los personajes políticos, los dueños y directivos de los medios, las y los conductores de los programas noticiosos e informativos, y las y los líderes de opinión podrían ya buscar fórmulas alternativas para llamar la atención de las audiencias. Si lo hacen, no solo mejorarán el humor de una sociedad que tiene incertidumbre sobre su futuro. También traerán beneficios en la salud mental de millones de personas.

Recomendación editorial: Sibila Camps. Periodismo sobre desastres. Cómo cubrir desastres , emergencias y siniestros en medios de transporte. Buenos Aires, Argentina: Eudeba, 2017.