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Y el verdadero peligro para México es…

El verdadero peligro seguiremos siendo todos nosotros si no exigimos a los candidatos triunfadores cambios de fondo | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Es muy lamentable constatar, una vez más, que la velocidad con la que sociedad mexicana avanza en su proceso civilizatorio es desesperantemente lenta. Es cierto que esta ha ido asimilando para bien y poco a poco algunos temas y preocupaciones discutidas en foros internacionales, como por ejemplo las relacionadas con la preservación del medio ambiente y algunas otras que tienen que ver con derechos humanos, pero siguen siendo mucho más numerosos los ámbitos en los que nuestro atraso como sociedad es verdaderamente preocupante.

Baste mencionar, por ejemplo, el cúmulo de restricciones formales e informales para que un ciudadano tenga acceso a la justicia; la impunidad rampante frente a la comisión de todo tipo de delitos; la corrupción en general, pero sobre todo la gubernamental porque sus proporciones alcanzan dimensiones inconcebibles; el uso discrecional y abusivo de las instituciones del Estado para fines personales; las numerosas e importantes desigualdades en materia de distribución de la riqueza; la exacerbada violencia contra las mujeres; y este sectarismo tan presente y tan profundo que divide a la sociedad en mil pedazos como consecuencia de la intolerancia ante diferencias de color de piel, de preferencias sexuales, de regiones geográficas, de ricos y pobres, y hasta de preferencias políticas y electorales. Resulta incómodo sobrellevar, una y otra vez, la vergüenza que da ese país que saca sistemáticamente los peores lugares a nivel internacional en impunidad, corrupción y desigualdades diversas.

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Rezago civilizatorio

Me viene a la mente todo lo anterior porque en esta etapa de frenesís electorales, ha resurgido la frase que dice que fulano es un peligro para México; claro que, evidentemente, el fulano va cambiando de cara según de donde salga la frase. Pero bueno, el punto es que ese nivel de argumentación en el que no se trasciende del albur jocoso, de la diatriba infantil y la descalificación personal, denota un problema de fondo que tiene que ver con ese rezago civilizatorio que tenemos con relación a muchas otras naciones.

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No está de más aclarar un punto básico sobre lo que significa ser más o menos civilizados. Por ejemplo, un país rico no es necesariamente más civilizado que otros. Los Estados Unidos es un país rico, pero salvaje cuando se piensa en sus intervenciones militares o encubiertas en muchos países, en el trato brutal hacia las minorías domésticas o en la veneración por el uso indiscriminado de las armas. Por el contrario, los países nórdicos son los ejemplos a seguir, pues también son ricos pero los ciudadanos se enorgullecen de tener piso parejo para el acceso a lo justicia, tienen economías de mercado con conciencia social, la impunidad brilla por su ausencia, el respeto a la ley es mayor que en otras partes, la corrupción es escasa y el respeto hacia las diferencias les permite vivir con una buena armonía social que contribuye a que tengan una altísima calidad  de vida. Yo diría que por esas y muchas otras razones, son las naciones más civilizadas de este planeta.

Nuestro caso tiene sus particularidades y se manifiesta de una infinidad de maneras. A más de doscientos años de la independencia de la corona española seguimos arrastrando un régimen político patrimonialista dominado por caudillos y una economía de cuates infestada por pequeños y grandes monopolios. La sociedad mexicana celebra el ingenio popular que da resultados inmediatos y fugaces, en vez de premiar la dedicación y el esfuerzo permanentes que dan resultados de largo plazo. Los planes de desarrollo siguen un patrón emocionalmente inmaduro de borrón y cuenta nueva, en lugar de aprovechar las nuevas oportunidades para construir el siguiente peldaño de la escalera.

No necesitamos que nos expliquen cuál es el resultado de este conjunto no limitativo de factores, porque lo padecemos todos los días.

El verdadero peligro

Por ello creo que el verdadero peligro para México no tiene una cara sino muchas, no es una sola persona sino la suma de muchas voluntades que mantienen estancada a la sociedad en el proceso mediante el cual los valores evolucionan hacia formas más respetuosas y tolerantes. El peligro que enfrentamos es seguir defendiendo y manteniendo el statu quo que asegura que las lacerantes desigualdades sigan creciendo indefinidamente en lugar de disminuir, y que continúen azuzando los sentimientos generalizados de coraje y de injusticia.

El peligro es que las familias mexicanas sigan sin cambiar el esquema de valores que ha generado y perpetuado muchos de los mecanismos que nos mantienen atrapados en estas circunstancias. Que sigan educando a sus hijas e hijos con patrones abierta o veladamente machistas; que minimicen la trampa en la escuela o la irresponsabilidad en el trabajo; que veneren el fin sin menoscabo de los medios; que hagan como que no ven lo putrefacto en el fondo con tal de ser invitadas a la boda o la fiesta de quince años.

El peligro para México no es un candidato en particular, pues visto con perspectiva histórica el que gane uno u otro no hace demasiada diferencia. El verdadero peligro seguiremos siendo todos nosotros si no le exigimos a los candidatos triunfadores los cambios de fondo que los obliguen a escoger una ruta distinta, una que nos ayude a salir de este estado de vergüenza en el que seguimos estacionados.

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