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Y dónde jugarán las obras

Los personajes a quienes se les ha acusado de cometer actos deleznables y cuyo trabajo es admirable | De abusos y obras legendarias | Alejandro Basave

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unos días mientras me bañaba y cavilaba de cuestiones trascendentales, como si siempre sí se hizo la carne asada o no, escuchaba de fondo el remix de la canción Ignition.

Salí de la regadera, me vestí, y cuando me disponía a tirar el cabeceo que preludia mi baile a lo espantapájaros con mi hija en hombros, recordé que la canción en cuestión es de R. Kelly (un músico con un vasto historial de acusaciones de abuso de menores y pornografía infantil). Me quedé helado, puse otra canción y me asaltó la duda:

¿Qué hacer con las buenas obras

de ruines autores?

Acto seguido, mi monkey mind (terminología budista para referirse a una mente inquieta) me bombardeó de ejemplos de personajes a quienes se les ha acusado de cometer actos deleznables y cuyo trabajo admiro. El ejercicio resultó fácil particularmente ahora que vemos que cada vez más víctimas están tomando confianza para hablar sin miedo a represalias ni rechazo social. Entre los nombres que revolotearon en mi cabeza estaban Lewis Carroll, Roman Polanski, Kevin Spacey, Richard Wagner, William Golding, Charlie Chaplin, J.D. Salinger, Al Franken, Woody Allen y hasta Gandhi (de quien, reconozco, me cuesta asimilar las acusaciones).

Me traté de convencer de que una obra pasa a ser de la sociedad cuando se inmortaliza como obra maestra. Algo así como si el autor perdiera sus derechos morales sobre ella y se desincorporara de quien le dio vida, para convertirse del dominio público.

Sin embargo, cuando se exalta una obra, ¿no se enaltece paralelamente a su autor? Y abundando un poco más, ¿no es una obra muchas veces el reflejo de su autor?

Dándole vueltas al tema, fui a parar al callejón sin salida de asumirme juez y calificar los actos en grados de ruindad. Algo así como crear una pirámide de infamia que me permitiera disfrutar de ciertas obras.

Después de todo y aunque todos cometemos errores, existen actos graves (delitos comúnmente) que no se deben condonar fácilmente (y mucho menos poner en un pedestal social a quien los realizó). No obstante, el ejercicio anterior no prosperó ya que solo se puede realizar con la información, el interés y el tiempo suficientes.

Otra solución al problema en cuestión, sería dejar de censurar obras si no abordan, indultan o fomentan infames conductas. Es decir, no es lo mismo admirar una creación que no guarda relación con un aberrante acto de su creador, que apreciar una obra que -directa o indirectamente- busque normalizar un acto monstruoso.

Con esa explicación, tal vez no tenga que quemar mi copia de Chinatown de Polanski ni tenga que dejar de escuchar “La Cabalgata de las Valquirias” de Wagner. Así, egoístamente sensatamente podremos seguir disfrutando de nuestras obras favoritas y poder dormir tranquilos, ¿no?

Sé que mis elucubraciones planteamientos pueden sonar como un exceso de corrección política.

Hace poco leí un polémico artículo de Javier Benegas y Juan M. Blanco que habla sobre nuestra “sociedad adolescente” en la que “la plaga de la corrección política... invade los campos universitarios del mundo desarrollado, constituyendo una asfixiante censura, que en no pocas ocasiones, provoca dramas absurdos perfectamente evitables”.

Y aunque concuerdo con que la sociedad vive un idilio poco sano con la corrección política (por ello el ungimiento de Donald Trump), creo que el tema deja de ser “corrección política” cuando verdaderamente existen víctimas y afectados.

Si bien es cierto que vivimos en la era de las microburbujas sociales que antagonizan a todo aquel que piense diferente a ellas, también lo es que existen conductas aborrecibles que no tienen cabida en una sociedad progresista.

Como es costumbre, ya divagué mucho. Confieso que escribir este artículo me trajo más dudas de las que tenía al empezarlo. Entonces, ¿qué hacemos con las buenas obras de terribles autores? ¿Y si las disociamos de sus progenitores y las hacemos huérfanas? Creo que termino por donde empecé.

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