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Vivos se los llevaron. Vivos los queremos

“Leche negra del alba la bebemos al atardecer/ la bebemos al mediodía y la mañana la bebemos de noche/ bebemos y bebemos/ cavamos una fosa en los aires, allí no hay estrechez”: Paul Celan en Fuga de Muerte.

Por
Escrito en OPINIÓN el

“En vano dibujas corazones en la ventana:? El caudillo del silencio ?abajo, en el patio del castillo, alista soldados:  Paul Celan.

  

 

 

Munch.  

 

¿Dónde están los normalistas desaparecidos? ¿Dónde? ¿Qué hicieron con ellos? ¿Cuál es la identidad de cada una de las personas encontradas en las fosas que aparecen a lo largo y ancho del país? El horror patea las puertas, las derrumba. El horror irrumpe en el corazón de miles de familias. Hay un inmenso silencio que crece adentro nuestro. La realidad impune nos está sitiando, orillando a una zona de terror y de silencio.  Porque, ¿cómo se habla de horror cuando cada palabra corre el riesgo de banalizarlo? ¿Cómo se dice lo indecible? ¿Cómo nos acercamos a lo que jamás podremos aprehender? Hablemos entonces desde el silencio que llama a la vida, ese silencio nuestro tan distinto al de los asesinos. Vamos hasta allá a buscar las palabras para decir: ¿Dónde están? ¿Qué hicieron con ellos?

 

Construyamos nuestras palabras –si podemos- desde esa zona de silencio que es desesperación, y es impotencia, y es dolor. Y es empatía por las vidas devastadas, y es una exigencia de justicia. La empatía no basta. ¿Qué hacemos? Ni una más. Ni uno más. Se llamaba Julio César, lo asesinaron y le arrancaron el rostro.  Era el esposo de Marissa y el papá de Melissa. Lo asesinaron porque sí, por nada, porque iba pasando.  Lo asesinaron así como desaparecieron a sus compañeros, porque sí, por nada, porque iban pasando.

 

Ninguna “explicación”, jamás, podría sostenerse. Ninguna. Pero nos seguimos preguntando: ¿Cómo sucedió?  Nos lo preguntamos porque es imposible no intentar apelar a lo humano, a algún vestigio de racionalidad. Apelar a lo que no existe en los depredadores, a lo que no está. Aunque sumáramos toda la información de los hechos de esa noche, las preguntas son, seguirán siendo las mismas. Le arrancaron el rostro a Julio César, el esposo de Marissa, el papá de Melissa.  Asesinarlo no les bastó. ¿Qué es más íntimo, más propio, más significativo que un rostro? Una ama el rostro de aquellos a quienes ama.  ¿Qué nos quieren decir los asesinos? Se arranca una vida, un rostro, una historia. Se avienta  en cualquier lado un cuerpo anónimo.

 

Como si nos gritaran cada vez: “Las personas no importan. ¿Ya entendieron? No importan. Nada sino el poder importa”. El sadismo criminal intenta sembrar miles y miles de seres “sin rostro”.  “Quédense quietos y obedezcan.  Quédense quietos y miren hacia otro lado. Acostúmbrense a mirar hacia otro lado”. Los asesinados,  los desaparecidos, sus familias a las que nadie escucha. Nosotras/os, cada una/o. Dejarnos sin palabras, sin rostro.  Imponer la violencia, naturalizarla. Arrancar vidas. Arrancarnos el alma.

 

Ese largo proceso de degradación social que ha ido creado cada vez más personas convencidas de que la vida de los otros no vale nada. Que la vida de los otros sólo “vale”, en la medida en la que arrancárselas, es una manera de marcar territorio, ganarse unos pesos. Intimidar. Controlar. Cuerpos mutilados convertidos en “mensajes” intimidatorios. En  depositarios del odio. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo? La impunidad, la corrupción, la brutalidad de la injusticia social, los cárteles de la droga. Funcionarios públicos en venta, complicidades siniestras. La impunidad, más y más.

 

Un joven asesina a una muchacha que apenas conoce, y después corta su cuerpo en pedazos. No hay –en este asesinato- ni drogas ni dinero de por medio. Lo que sí hubo, desde adentro del  criminal -¿acaso pudo ser de otra forma?- fue una terrible “lucha de poder” que ocupó el imaginario y las emociones de ese hombre convertido en asesino. Él tenía que “vencerla” (las comillas son mías).  Pero ¿de dónde viene esa idea de “poder” como una batalla que exige la completa destrucción de la otra persona? Su muerte. ¿Cómo llegamos allí? ¿Cómo?

 

El padre Solalinde, frente a  la Secretaría de Gobernación, oficia una misa de cuerpo presente para la madre muerta de un joven policía desaparecido. Ella así lo quiso.  Allí estaba ese cuerpo suyo de madre que no pudo con su dolor. Allí estaba para encarnar el horror, para que no olvidemos que su hijo tuvo un nombre y un rostro, y ella tuvo un nombre y un rostro. Salgan. Den la cara, los “responsables”. Respondan. A las demandas de cientos de personas. Respondan. ¿Quién sabía qué en el caso de Iguala? ¿Están en venta por unos pesos, los políticos y los funcionarios públicos? ¿Quiénes de ellos no? ¿Se van a cubrir los unos a los otros con cobijas ensangrentadas, por unos pesos, por miserables cotos de poder? El rostro de la doctora Rosario Fuentes, tuitera-activista de Tamaulipas, asesinada.

 

No importa cuántos millones de pesos sean esos pesos que compran silencio, complicidad, “territorios”, “mantenerse en el puesto”,  son el  miserable dinero del despojo, de la vileza, el dinero de la infamia.  ¿Qué dinero podría ser equiparable a la salvaguarda de una vida? ¿Sabían del alcalde de Iguala? ¿Quiénes lo sabían? ¿Por qué era indispensable mantenerlo en su silla?  Cada vez que roban y pasean, roban y gastan lo que no es de ellos en vanidades hirientes, están dejando a millones de mexicanas/os en el desamparo. Cada vez que un asesinato queda impune, que silencian la aparición de una fosa, que se niegan a detonar una alerta de género, están dejando a millones de mexicanas/os en el desamparo.

 

Cada vez los sicarios son más jóvenes. No encuentran a dónde ir para salvarse, tantos jóvenes. Por la fuerza o por dinero, los reclutan. ¿Cuántas veces se gastaron en  viajes, en tiendas de lujo, el dinero de una escuela, los políticos corruptos? ¿En qué playas han malbaratado por décadas el derecho de millones de mexicanas/os a la seguridad y a la salud?  El derecho de cada ser humano a acceder a una vida digna.  El mosaico de la corrupción, es tan cruel y es tan vasto.

 

El horror no avanza sin la complicidad de “las autoridades”. No avanza, sino fuera por esa impunidad casi absoluta, en la que se ha construido el  territorio siniestro de “a cada quien su tajada”. Desamparo. Dolor. Desolación. Esa inmensa vergüenza de mirar el sufrimiento de las familias de las/los desaparecidas/os y asesinados y sentirnos tan impotentes. Esa rabia de abrir el periódico y leer cada vez la noticia de otro feminicidio: “Joven de 14 años asesinó a su novia”.  “Un psicótico”, me dicen. Llamémosle así, la pregunta es la misma: ¿Cómo hemos construido una sociedad con una cantidad creciente de “psicóticos” y “sociópatas”?

 

¿Cómo se ha permitido que la destrucción avance, que el crimen organizado tome el poder,  que la dignidad y la vida no valgan nada? Son asesinatos cuyas “motivaciones” parecerían muy distintas, ¿pero de fondo son tan distintas? Odiar al otro/la otra hasta la destrucción, sin que ninguna ley interna ni externa los detenga. Deshumanizar al otro hasta la destrucción. ¿Qué sociedad hemos creado? ¿En qué trampa mortífera estamos? Las fosas en la realidad con los cuerpos de los asesinados. Las fosas simbólicas de esa humanidad que nos están arrebatando.

 

Llueve. Llueve muchísimo. Dicen que en el país hay una epidemia de gripa. Me permito mencionarla en este contexto en el que una gripa es tan banal, por esa frase que le escuché a un psicoanalista hace tiempo: “la gripa es una manera de llorar”. Lloramos con las familias de los asesinados y de los desaparecidos.

 

Lloramos impotentes, y desesperados.

 

No “sirve” para nada llorar, pero quiero decirlo: estamos llorando con la indignación y el dolor atravesados. 

 

Estamos llorando porque hay dolores, como el de las personas que buscan a sus familiares desaparecidos, el de quienes los encuentran muertas/os, que no son imaginables ni con toda la empatía de este mundo… y sin embargo, desde nuestras limitaciones, lloramos con ellos.

Los abrazamos.

 

Los abrazamos en silencio.

 

En las palabras, tan insuficientes, tan limitadas.

 

Y exigimos justicia.

 

Recuperar a las personas secuestradas.

 

A nuestro país, secuestrado.

 

 

Para que “dibujar corazones en la ventana”, como en los sueños de Julio César y Marissa, nunca sea “en vano”.

 

Para no permitir más que en el patio “el caudillo del silencio” mortífero, “aliste soldados”.

Quién como Paul Celan, para escribir el horror.

 

Quién como él.

 

Es una exigencia. Es un murmullo. Es un grito.

 

Por y con cada una/o de las/los desaparecidas/os.

“Vivos se los llevaron. Vivos los queremos”.

 

@Marteresapriego