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Vive Latino, experiencia y consumo

El Vive Latino es un ritual que celebra el rock en español.

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Escrito en OPINIÓN el

Para aquellos que vivimos la adolescencia en épocas de transición política, habita la sensación de llegar demasiado temprano o demasiado tarde al punto más alto de los fenómenos culturales. Animado por la nostalgia o la envidia generacional, me permito algunas consideraciones a propósito de la edición 17 del Vive Latino.

 

Durante la primera mitad de los noventa, en el apocalíptico DF, hoy pomposa CDMX, los festivales de rock se organizaban en lugares más o menos lejanos del control de las majors. En la periferia de la ciudad, las canchas universitarias, las explanadas y deportivos delegacionales, las bandas alimentaban y se nutrían del imaginario político de la época. Hacia 1997 hubo una prohibición de conciertos masivos al aire libre en la capital y la empresa de todos conocida, organizó el festival Vive Latino en 1998; los espacios distópicos se volvieron utopía políticamente correcta. El cartel de ese año incluía bandas en camino de consagrarse, cómo Santa Sabina o Aterciopelados, algunas clásicas como El Tri o La Maldita Vecindad.

 

A lo largo de estos años el Vive Latino ha expandido su oferta musical; en 2001 incorporó un escenario de música electrónica nacional; desde 2006 se ha realizado por lo menos en dos días; 2007 fue la primera vez que tocaron grupos no hispanoamericanos y en 2011 se presentaron documentales y el primer escenario vinculado a una marca de cerveza.

 

El ritual del rock como experiencia colectiva potenciado por la teatralidad, la amplificación del sonido y el uso de las imágenes, expresa el sentido celebratorio del Vive Latino; acentuado por la expectativa de las bandas anunciadas con antelación, se da la discusión entre la comunidad rockera sobre la inclusión o exclusión de músicos o géneros; cuestión que abona al debate en redes sociales y magnifica el capital simbólico del festival. 

 

Pero también el Vive Latino es una muestra del “espíritu de los tiempos”. La dinámica actual de la música hace que el interés de las bandas no esté tanto en vender discos como tocar en conciertos; lo que ha producido un declive de la producción de nuevas canciones y un aumento de nuevas versiones o reencuentros. Así, en la inmanencia de la repetición los miembros de Café Tacuba se presentan de manera recurrente; bajo la estela de la nostalgia, cada festival anuncia la reunión de una banda longeva, sean Caifanes, Los Amantes de Lola o Rock en Tu Idioma Sinfónico; y en el tren mercantil del crossover, el gusto rockero se inunda de tolerancia cool ante las presentaciones de Los Ángeles Azules o Los Tigres del Norte.

 

En la edición de éste 2016 los escenarios del Vive Latino fueron patrocinados por marcas de cerveza, refrescos, frituras y compañías mediáticas. Si el objetivo de los festivales de música es brindar una experiencia múltiple a los asistentes, es innegable que también han entrado en la dinámica del capitalismo corporativo; las marcas han encontrado en el público el target idóneo para la promoción, que si bien ha permitido la contratación de muchas bandas también es muestra de que la música se encuentra en un estadio de “sociedad del espectáculo”: una relación social mediada por las imágenes donde el grupo o el escenario patrocinado, es el paisaje para la próxima selfie.

 

@pasajerourbano

@OpinionLSR

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