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Villanía como destino manifiesto

Todo Superhéroe que se respete requiere de un villano de igual calado. | Luis Farías Mackey

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Escrito en OPINIÓN el

Todo Superhéroe que se respete requiere de un villano de igual calado.

Lo mismo opera en política y, más aún, en la comunicación política, reducida, condenada y pervertida a mover emociones duras: odio, rencor y venganza.

La guerra sucia dejó de ser un instrumento táctico comunicacional, para instituirse en la única comunicación política posible, enviando al ostracismo, por delante, a la razón y deliberación políticas. Nadie quiere hoy escuchar razones, pero todo mundo está presto a “desfacer entuertos” y salvar Dulcineas. Nadie quiere construir mañana, todos buscan quién se las pague por el ayer.

¿Qué hubiera sido de Fox sin las tepocatas del PRI, si no un desquiciado con complejo de Malboro Country?

¿Qué del Hijo Desobediente sin Fox y luego, ya en papel de Calderón, sin “Un peligro para México”?

¿Qué sería de El Bronco sin Medina, de La Maestra sin Madrazo?

¿Quién mejor que Peña y su permisividad para abrirle todas las oportunidades a López Obrador?

El problema es que en tratándose del gobierno de día a día, los villanos, como los Superhéroes, son ficción y, como los cantaros al agua, terminan por no servir.

Todas las mañanas observamos a un presidente desesperado por inflar a sus villanos de reparto. No hay tema que no derive a la corrupción ni ligue al pasado. Si las calificadoras degradan la confianza en México, la medicina es la misma: por qué ayer no vieron la corrupción; por qué no miden la corrupción; son cómplices, descalificadores, oligarcas; pero nosotros no somos iguales y por ello vamos bien y estaremos mejor, no importa lo que la realidad diga.

La realidad, sin embargo, es muy necia y se cuela por todas las fisuras de un gobierno dedicado a construir una base clientelar de control político y pretender vivir de sus villanos y no de la gobernanza.

Cuando se anda en campaña se venden historias e ilusiones; cuando se es gobierno la realidad se sobrepone a las narrativas. Por supuesto que hay escuelas ampliamente ejercitadas en imponer la historieta sobre la realidad, como las armas nucleares de Hussein o la emergencia de seguridad nacional en la frontera con México de Trump; que, por un tiempo, surten sus efectos, que no son otros que distraer de la problemática real de una Nación.

El problema de las épicas como gobierno, es el mismo de la salida del cine: una vez que toda la ciudad quedó destruida y el villano derrotado, aunque nunca aniquilado, porque si no, ¿mañana qué vendo?; cuando, en fin, la saga llega a su fin, la realidad cotidiana ahí sigue: la colegiatura por pagar, la letra del coche por cubrir, el Super por surtir; el desempleo y la ausencia de expectativas, necias, irresistibles, omnipresentes.

Lo mismo pasa cotidianamente en Palacio Nacional, donde temprano se impone la villanía nuestra de cada día y su consecuente conversación. Pero los espacios mediáticos y la deliberación masificada no son suficientes ni idóneos para cambiar la realidad. Bien podremos discutir la iniciativa para sancionar a las calificadoras, pero no pasa de ser un distractor para no parar mientes y menos discutir sobre la situación y perspectiva económica del país que, como tales, seguirán por la vía del despeñadero ya sin Peña.

López Obrador podrá vendernos todos los días, cual disco rayado, a los villanos de reparto de la 4T e imputar a la corrupción y el neoliberalismo el mal cósmico, pero en ello se niega a ver siete consecuencias previsibles.

La primera es que con el tiempo los villanos de ayer pierden popularidad y, por ende, eficacia comunicacional; cada vez enojan menos; su sangre consagrada en la piedra de sacrificio sufre una especie de devaluación, ya no quema las entrañas ni mueve a los rencores como antes.

La segunda es que la posición ideal de villanía hoy la ocupa el salvador de ayer. El puesto ideal para ser culpado del mal y sus orígenes es el del poder; de aquel que ayer prometió las perlas de la virgen y el paraíso en vida, y hoy detenta un poder irresistible, suficiente para hacer real hoy y aquí, sin excusa ni pretexto, ni villano que valga, cumplir entregando el cielo en la tierra.

Es pues difícil jugar de Superhéroe cuando se impersona en esta nueva serie el rol propio del villano; más aún cuando durante décadas se construyó y vivió de la narrativa de que todo poder político es corrupto por naturaleza, nefando en sus efectos e incorregible en su esencia; cómo y por qué ahora debiera de ser diferente.

La tercera es que, producto de la realidad, entran a escena nuevos jugadores, actores no considerados en el reparto original, con papeles y diálogos ajenos a la trama del Superhéroe en vías de convertirse en villano. Actores que cambian el juego, alteran la trama, boicotean la narrativa impuesta desde arriba. Ternuritas que en su descalificativo ocultan el pavor del poder cuando algo no responde ciegamente al libreto.

Lo cuarto es que la realidad se niega a plegarse a la narrativa. A diferencia de la novela y el cuento, la realidad no sigue la voluntad ni creatividad del autor; antes, al contrario, exige su libertad, la ejerce y toma derroteros ajenos a la escena en curso. Regreso a las calificadoras, son producto de una realidad que se impone y que no responde a los resortes voluntariosos y autócratas del guionista principal. Lo mismo con los muertos en Tlahualipan, los insurrectos en Huexca, las madres sin guarderías, las víctimas de violencia extrema, los damnificados de la 4T, más lo que se acumule esta semana.

Quinto, y más grave, es que en esta trama de épica hecha gobierno, se olvida el A, B, C, de la política, que no es otra que la concordia entre los ciudadanos. Una épica de buenos y malos, de aplausos y abucheos, de blanco y negro, de mis clientelas y mis adversarios, termina más temprano que tarde por explotar. No se puede regar gasolina y cerillos todos los días y esperar que la pradera en yermo no arda.

Sexto, el odio, el rencor y la venganza son emociones entrópicas; mueven, pero no construyen, destruyen, dinamitan, incendian, rasgan; conceptos todos antitéticos a la convivencia plural y civilizada.

Séptimo, finalmente, ¿cómo reaccionará el Superhéroe de ayer en el papel del villano de hoy? Diría Nietzsche: Quien combate monstruos termina convirtiéndose en uno.

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@LUISFARIASM | @OpinionLSR | @lasillarota