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“Una sombra en mi ojo”, una película de Ole Bornedal

La bellísima película del director danés Ole Bornedal en la que recrea la tragedia de Copenhague y las semanas que la antecedieron. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

La pequeña Eva está sentada en el comedor de su casa y termina su sopa. Su carita está cubierta por una máscara de polvo. Las bombas estallaron sobre la escuela francesa de religiosas en Copenhague el 21 de marzo de 1945. Era casi el final de la guerra. Por repetida solicitud de la resistencia danesa a las fuerzas británicas, se decidió la "Operación Cartago" cuyo objetivo era destruir el cuartel nazi en la capital de Dinamarca. La operación se había pospuesto por sus riesgos: el cuartel estaba en el centro de la ciudad y la Gestapo tenía allí prisioneros -en calidad de escudos humanos- a más de 30 miembros de la resistencia. Ese día en el comienzo de la primavera, los aviones de la Real Fuerza Británica erraron el blanco y bombardearon la escuela francesa. Murieron 120 personas. 86 niñes. La escena de Eva tomando su sopa es la última imagen de la bellísima película del director danés Ole Bornedal en la que recrea la tragedia de Copenhague y las semanas que la antecedieron.

La excepcional sutileza de Bornedal y del director de fotografía Lasse Frank Johannessen. La maravillosa actuación de Bertram Bisgaard como Henry, el casi adolescente. Esther Birch como Rigmor y Ella Josephine Lund Nilsson como Eva. Las dos niñas y el adolescente en el centro de una historia en la que confluyen otros personajes adultos y otras historias. Me quedo con las infancias y sus miradas. En febrero de 1945 Henry va en bicicleta por un caminito rural. Trae unos huevos en la canasta. En paralelo vemos las escenas de una novia en su casa preparándose para su boda. Se corre el hilo de su media blanca. Ese es, por el momento, el contratiempo: el hilo corrido de una media. Recurren al viejo truco del barniz para uñas para detenerla. Lo minúsculo, el detalle más cotidiano y la manera en que lo micro-íntimo se irá engarzando con el afuera, con la brutalidad, con lo macro-guerra, es uno de los grandes aciertos del director. Qué manera tan única de narrar una historia.

Las escenas de la novia suceden con el fondo del silbido del joven que pasea por el campo. Las historias se entrecruzan. ¿Hacia dónde nos llevan? La novia y sus damas van en el carro. La lluvia de metralla les cae encima desde un avión. Henry es testigo. Los cuerpos ensangrentados. Los huevos estallan al caer por tierra. El adolescente de la bicicleta ahora es mudo. Pero antes ya el director nos presentó a los dos jóvenes pilotos que conducen ese avión de la RAF. Recibieron información equivocada y ametrallaron a civiles suponiendo que aniquilaban a oficiales de la Gestapo. La guerra y su descarnada confusión. En la ciudad donde los ahora hombres crecieron juntos los mundos se parten: quien elige la resistencia, quien elige colaborar con los nazis. El miembro de la resistencia pide ayuda a su antes amigo ahora colaboracionista. Se la niega. Su antiguo compañero sabiendo que va a ser asesinado le extiende al colaboracionista un billete de diez coronas: "te las debía". 

¿Hacia dónde nos llevan estos personajes que de golpe se integran a la narración? Hacia la mirada de la niña Eva. Las escenas aparentemente ajenas se concatenan para encontrarse: un oficial nazi va con su hija en el carro y le enseña la letra de las juventudes hitlerianas: "marchamos por Hitler atravesando la noche y el dolor". Eva camina con su madre que empuja la carriola del hermanito. Eva también canta algo muy distinto: una canción danesa de una muchacha que quiere casarse. Los mundos antagónicos de dos niñas que acuden a la misma escuela. Un himno a la destrucción y una canción de amor y de esperanza. Un hombre corre. Escuchamos cantar a la niña mientras vemos las piernas del hombre que corre. Hay otro hombre. Solo vemos que está detenido y marca el ritmo con un pie. Esa irrupción del horror en la cotidianidad. Cada vez vemos los momentos que vive cada personaje justo antes de que, en la muerte, se crucen las historias. La niña mira la detención del hombre que corre. Entendemos que es un miembro de la resistencia. El hombre de los zapatos que marcaban el ritmo es su asesino. Eva es testigo. El hermanito bebé está en la carriola y la madre compra el pan. 

La tortura en el cuartel de la Gestapo se ensambla con las imágenes de Teresa, una religiosa que se flagela porque está dejando de creer en dios y su justicia infinita. Pregunta: "Dios no puede ser omnipresente con todo lo que pasa. ¿Tan poco importantes le parecemos a las personas?" "Dios ama a las personas", dice la Superiora. "¿Y los judíos no son personas?" Otra religiosa aclara: "Quizá porque no creen que Jesús es su hijo". "¿Y eso es suficiente para matarlos? ¿Y los niños que bombardearon en Londres o en Berlín? La madre Teresa quiere contradecir a Dios para hacerlo enfurecer. Para que se manifieste y la castigue. Si la castiga significa que él sí existe. Son las religiosas que llevan la escuela francesa en la que estudia Eva, a la que acude la pequeña Rigmor y a la que acudirá su primo Henry que llegó del campo a Copenhague porque allí estará más seguro. El mismo muchacho de la bicicleta, el que se quedó mudo. 

La realidad vista desde las infancias. La agorafobia de Henry quien sabe que en los espacios abiertos aparecen aviones que hacen llover sangre y muerte. Eva y Rigmor le comparten una cuerda para guiarlo y protegerlo rumbo a la escuela. Lo amarran de la cintura y una lo jala y la otra lo empuja. Son adorables. No se complican tanto como los adultos: Henry tiene cuestiones prácticas que ayudarle a resolver. Mientras tanto la madre de Rigmor se pregunta dónde está la cuerda en la que secaba la ropa que aparece apilada en el piso de la sala. Las escenas familiares son entrañables. Es la guerra, pero se vive. Les niñes crecen. Está toda esa destrucción y está el amor. Quisiera tanto ser capaz de transmitir esa manera de narrar del director. La belleza de las imágenes y las secuencias tan meticulosamente elegidas. Esa narrativa en la que cada persona importa y cómo se anudan las escenas: sor Teresa besa al colaboracionista porque quiere besar al "diablo". Su más rotundo reto dirigido a Dios. Besa al "diablo" y Dios continúa sin manifestarse. Al menos, creerá ella después, por un tiempo. 

El 21 de marzo las fuerzas aéreas se preparan para atacar el cuartel de la Gestapo. En su casa, la pequeña Eva no quiere desayunar su sopa. El padre le recuerda la historia del niño Gaspar que murió por negarse a tomarla. Que el tiempo se detenga en este instante. La mirada de Eva a su padre. Se levanta rebelde abandonando su plato lleno. Los aviones aliados avanzan hacia Copenhague. Henry, Rigmor y Eva van a la escuela. Les niñes preparan una obra de teatro junto a las religiosas. Vamos de nuevo de una realidad a la otra. Los aliados (como en la escena en el campo) confunden el blanco. ¿Acaso el director insiste en narrar aquello de lo que casi no se habla? Dos incursiones aliadas que con la mejor intención: diezmar a los nazis, terminaron matando civiles. Una bomba tras otra sobre la escuela. 

En la película el terror de Henry se cumplió y una vez más la muerte llegó del cielo,  esta vez, obligado por las dimensiones de la desgracia y la urgencia de participar en los rescates, recuperó la palabra. La hipótesis de sor Teresa se cumplió: dios se distrae y la tragedia arrasa con las personas. Tan minúsculas las personas. ¿Quizá fue el castigo por besar al diablo? Rigmor muere entre los escombros con la certeza de acceder al paraíso, así la convence sor Teresa quien hace rato que dejó de creer en él. La niña Eva surge de entre los escombros y camina con la mirada extraviada hacia su casa. La muerte le pisa los talones. No sabemos qué pasa, hasta que miramos la escena final donde se toma concienzudamente su sopa para no morirse como el Gaspar de la historia de su padre. Ella se salva. Toma hasta la última gota de su plato de sopa. 

El expansionismo nazi y les niñes jugando. La furia invasora y la obra de teatro. La media corrida y la metralla. La terrible voluntad de dominio y las reflexiones, las ternuras, los miedos, las supersticiones en la vida cotidiana de las personas. La Historia con mayúsculas y esa imaginación de un director que, con una deliciosa dulzura, reconstruye la historia. La de la sopa que se enfría. La del pan dulce en la vitrina. La de la manera en  la que las infancias, a como pueden, interpretan sus mundos.