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Una Sociedad Sin Ventajas de Género

El próximo 8 de marzo se celebrará una vez más el “Día Internacional de la Mujer”, oportuna ocasión para desear que nuestras mujeres sigan conquistando progresos en los todos los terrenos de la vida social y que continúen siendo merecedoras de todo tipo de políticas públicas para reivindicar sus derechos, sus libertades y para que alcancen no sólo la igualdad y la equidad respecto al hombre, sino para que también se constituyan verdaderamente en nuestros pares

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Escrito en OPINIÓN el

La paridad entre la mujer y el hombre significa, en mi concepto, algo más que una medida afirmativa transitoria o coyuntural para corregir injusticias, desproporciones o equivocaciones históricas. La paridad es un concepto que no sólo implica la semejanza entre dos personas, sino que también advierte que entre ellas no existe ni debe existir ninguna distinción, ni mucho menos ninguna ventaja.

Hasta este momento me parece que el mensaje ha sido interpretado en el marco de un contexto político en el que se ha luchado para que las mujeres puedan ser receptoras de “la mitad”, “partes iguales” o “el 50%” de un bien tangible o intangible que asume la forma de “cargo público”, “candidatura”, “espacio de representación popular”, “cuota de género”, “convocatorias exclusivas”, “género como criterio de desempate” u otra manifestación similar.

Los mensajes acerca del papel histórico de la mujer, sus derrotas, sus luchas, sus conquistas y su agenda hacia el porvenir son permanentes e inundan todos los escenarios posibles: spots y comerciales de radio y televisión, redes sociales, libros de texto, cuentos, novelas, poesías, telenovelas, revistas, comics, parabuses, propaganda institucional, quince años, bodas, bautizos, reuniones de trabajo, comisiones especiales contra la discriminación, eventos académicos, encuentros diplomáticos, treguas de guerra, deliberaciones parlamentarias, entre muchas otras.

En las cámaras legislativas observamos un trabajo comprometido e intenso para combatir la discriminación hacia la mujer, todas las formas de violencia hacia ella que alcance dimensiones inhumanas como la esclavitud y la Trata o bien para propiciar la igualdad entre el hombre y la  mujer.

En estos días en el Senado de la República -tan sólo por mencionar algunos ejemplos- la Comisión para la Igualdad de Género ha considerado otorgar en 2014, una vez más, el “Reconocimiento Elvia Carrillo Puerto”; la Comisión Contra la Trata de Personas ha propuesto al Titular del Poder Ejecutivo Federal que el 30 de julio se instituya el “Día Mundial contra la Trata de Personas”; y senadoras han solicitado informes sobre el estado que guarda la atención a mujeres en estado de gravidez en una clínica del IMSS en Oaxaca.

Estoy convencido que han sido necesarias y hasta insuficientes muchas de las medidas que se han adoptado en los últimos 20 años para colocar a la mujer en lugar que le corresponde. Y hay que decirlo, en un gran porcentaje la mujer se ha posicionado no por un favoritismo gracioso, no por un sentimiento de protección o una concesión paternal, sino por sus propios méritos, por su virtud, por sus cualidades y por su presencia incontrastable en todos los órdenes de nuestra vida institucional y privada.

En medio de tanta propaganda hacia la mujer es necesario estar atentos para no olvidar algo fundamental: que más allá de los discursos y los protocolos conmemorativos en los que recordamos con justicia a muchas luchadoras y heroínas, tenemos la más alta responsabilidad moral y el deber más íntimo de honrar a nuestras mujeres más próximas.

En la dinámica del diario quehacer, inmersos en situaciones estresantes y agobiantes dejemos de actuar mecánicamente y dediquemos una dosis de verdadero “calor humano” a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestras hijas, a nuestras hermanas, novias o amigas, vecinas. Concretemos en casa, en el hogar, nuestros mejores deseos para hacer honor a ese principio femenino que inunda nuestras vidas por doquier.

Es momento de ganar terreno a la competencia de género, a las batallas sociales por ocupar espacios y por obtener presupuestos. El mejor indicador que podemos tener es la más entusiasta colaboración entre el hombre y la mujer, el reconocimiento mutuo entre nosotros como forjadores de nuestra civilización.

Es urgente comprender que debe terminar el tiempo de la “tolerancia”, que no es necesario “tener que tolerarnos”. Es necesario concebir la paridad de género como emblemática de una “semejanza sin distinciones”. Somos “pares” en las obligaciones y en los derechos que tenemos para construir una sociedad más armónica. Ninguna “ventaja de género” honra a la mujer, ni tampoco al hombre.

Unos y otros necesitamos sumar nuestras capacidades y talentos, trabajar entrelazados en pensamientos, palabras y acciones, reivindicarnos recíprocamente, y trazar la ruta hacia el porvenir. Algún día tendremos una sociedad “sin ventajas de género” para desagravio de las mujeres que hoy no están con nosotros y como esperanza de las que aún no han nacido.

@fdodiaznaranjo