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¿Una sociedad ejemplar?

En una situación de crisis puede emerger lo mejor de una sociedad, pero también lo peor. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El llamado a la serenidad y al optimismo está presente todos los días. Cómo no hacerlo en el marco de la expansión del covid-19 y del negro panorama económico que tenemos enfrente. De la misma manera en los medios de comunicación se nos recuerda en forma insistente que nuestra sociedad es fuerte, solidaria y ejemplar como ninguna otra.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha pedido que tengamos confianza en su gobierno, pero sobre todo en nosotros mismos. Asegura que “por nuestra idiosincrasia y cultura hemos sobrevivido todas las calamidades, incluyendo epidemias, terremotos, inundaciones, malos gobiernos y neoliberalismo”. Y no le falta razón.

La sociedad mexicana ha resistido de todo, cierto. También ha demostrado su fortaleza y solidaridad ante las tragedias y desastres, lo que ha sido reconocido internacionalmente. Sin embargo, no se le puede exigir tanto en un escenario tan complicado como el que estamos viviendo en estos días, porque es mucho más complejo y devastador que cualquiera de los que hayamos vivido durante los últimos 50 años.

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La vulnerabilidad en la que se encontraba nuestra economía y la del sector salud antes de que iniciara esta crisis han provocado que la labor de las instituciones gubernamentales vaya cuesta arriba. Si a esta situación añadimos los errores que se han cometido en la comunicación oficial, el reto que se debe superar en el corto plazo es mucho mayor. Por eso, en la crisis actual no hay lugar para la improvisación.

México entra a esta nueva crisis multifacética con un malestar social sin precedente. La creciente desigualdad económica, el imparable crecimiento de la inseguridad y la indignante situación de violencia que padecen las mujeres han afectado seriamente el humor social. Si a esto agregamos la división y polarización que hay en distintos temas el panorama se complica aún más.

Partamos de un hecho tan obvio como sencillo: nuestra sociedad es diversa, está dispersa geográficamente y tiene expresiones culturales que muchas veces se contraponen de región a región. La “unidad” que han generado los desastres y las tragedias son excepcionales. Sin embargo, las crisis que hoy enfrentamos no tiene las condiciones, ni las instituciones, ni los liderazgos para cohesionarnos como un frente sólido y homogéneo.

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Por otra parte, tampoco es previsible la solidaridad que espera el gobierno cuando la información que está emitiendo todos los días contiene mensajes contradictorios o confusos, a pesar de los grandes esfuerzos que algunas autoridades están realizando para transmitir tranquilidad y confianza en la población. En situaciones de crisis, las señales encontradas solo provocan confrontación, incertidumbre y desesperanza.

En el marco de una adversidad, no hay duda que los grupos vulnerables o en desventaja deben atenderse primero. “Primero los pobres” es más que una frase. Es un acto de justicia. Pero cuando en el discurso y la acción se relega, olvida o margina a otros grupos de la sociedad se convierte en pragmatismo político y, lo que es peor, en injusticia. 

Las afectaciones de esta multicrisis no distinguen fronteras, sexo, edad ni grupo socio-económico. Las acciones de gobierno, por lo tanto, deberían ser para todas y todos, en la medida de sus necesidades justas, con base en el marco jurídico que nos rige. 

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Es obvio que los recursos disponibles no son suficientes, pero en ninguna circunstancia se justifica la exclusión, la incomprensión o la negativa de apoyo de las autoridades a quienes también han contribuido con responsabilidad y honestidad en la cadena productiva, porque también han sido afectados y porque también son parte de la sociedad. 

El llamado a la unidad, solidaridad y compromiso social es necesario. Pero el trabajo conjunto entre gobiernos y sociedad tiene límites en la pandemia del covid-19. ¿Cómo pedir solidaridad a los millones de personas que ni agua tienen? ¿Qué esperar de los millones de personas que trabajan en la informalidad o de las que viven “al día” y que hoy deben estar encerrados sin que muchos sepan con precisión cuándo ni de qué manera los va a apoyar el gobierno?

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Y qué decir de los adultos mayores, de los migrantes, de los refugiados, de quienes habitan en las comunidades rurales, de las personas con discapacidad, de quienes habitan en asentamientos irregulares o de los recién desempleados, que solo tienen dinero para cubrir sus necesidades básicas durante unos cuantos días. ¿Cómo vamos a reaccionar frente a una delincuencia que sigue operando y adaptándose con perversidad e impunidad a las circunstancias que nos está imponiendo la cuarentena? 

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Para pedir unidad y solidaridad, lo primero es comunicar bien. Hablar con la verdad. Ser transparentes y directos. Plantear opciones. Inspirar confianza para mover conciencias y actuar en consecuencia. La narrativa debe ser concreta, clara, precisa y asertiva. Las vocerías deben ordenarse en protocolos, formatos, ámbitos de responsabilidad y tiempos. La Estrategia de Comunicación debe ser más eficaz y abarcar en forma transversal a todas las audiencias. Por eso debe actualizarse.

En estos días han surgido infinidad de reacciones positivas, solidarias y creativas. Pero también empiezan a emerger las emociones negativas como el miedo, la desilusión, la indefensión y el enojo. Los expertos en crisis saben que es muy difícil controlar con acciones de comunicación las emociones negativas de la sociedad cuando hay hambre, se padecen carencias o se imponen limitaciones severas a los derechos humanos esenciales.

Los primeros indicios de que habrá violencia, saqueos o bloqueos se empiezan a dar. Mala señal. El gobierno ha asegurado que aquí no se decretará toque de queda ni habrán decisiones autoritarias, mucho menos represión. ¿Será posible cumplir esta promesa si las cosas se salen de control?

La sociedad está mostrando, una vez más, lo mejor de sí misma. Pero también podrá sacar lo peor si no existe la capacidad de convertir el llamado a la unidad en una realidad, no en una simple acción retórica o demagógica. 

Recomendación editorial: M. Zupi y E. Estruch Puertas (editores). Desafíos de la cohesión social en tiempos de crisis. Diálogo Euro-Latinoamericano. Madrid, España, Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas y Editorial Complutense, 2011.