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Una ciudad de contradicciones

La lista de cosas entre lo que la autoridad dice, pide y hace; y lo que hacemos como ciudadanos no tiene congruencia. | Carlos Gastélum

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unos días, se leyeron críticas por la concentración de personas, en medio de una pandemia que aún no termina, a propósito de un aniversario gubernamental en el Zócalo de la Ciudad de México. La realidad es que concentraciones peores ocurren todos los días en la capital del país y, muchas de ellas, son consecuencia de una contradicción entre lo que las autoridades piden y hacen.

Tomemos como ejemplo el Metro. Hasta antes de la pandemia, el número de usuarios promedio por día era de más de 4.6 millones de personas (datos del INEGI para febrero de 2020). En aquel entonces, se sostenía que la infraestructura era insuficiente y que el sistema tenía un sobrecupo de alrededor de un millón de usuarios. 

Para septiembre de 2021 (última cifra disponible), el promedio fue de apenas de 2.3 millones de personas: justo la mitad. Este cambio tiene dos explicaciones: la reducción de la movilidad por efectos de la emergencia sanitaria, y la paralización de media Línea 12 tras la tragedia del colapso en mayo pasado. 

Con menor número de usuarios, uno supondría que la infraestructura actual es suficiente para la atención de todos los pasajeros de manera eficaz y mantener la distancia social que las autoridades piden en afiches por doquier. No es así.

La realidad es que a menor cantidad de usuarios también vino una menor calidad en el servicio, con trenes que no pasan, y gente que se amontona. Basta con darse la vuelta por Balderas a las nueve de la mañana yendo a Observatorio, o intentar abordar Metro Hidalgo a la hora que sea, no importa la dirección.

La imagen se repite: multitudes dentro y fuera de los vagones en donde la única sana distancia es la que guarda nuestras carteras de los ladrones. Lo demás: apenas centímetros entre rostro y rostro entre ‘la damita y el caballero’ que los vendedores ambulantes repiten sin cesar. Algo similar ocurre en el Metrobús y en el Tren Ligero. Si a las autoridades realmente les importara que la gente tuviera más protección en el transporte público, prestaría atención a que las unidades pasen de forma regular y continua. 

También las aglomeraciones suceden en la vía pública. Darse una vuelta por la calle de Madero es sinónimo de mares de personas que confluyen en el paseo, las compras o el ocio. En medio: personal del gobierno de la Ciudad con tímidos letreros que dicen por dónde hay que caminar y qué lejanía debemos guardar los unos a los otros. Pero este trabajo que me parece tan digno es engullido por el frenesí humano que ni siquiera los voltea a ver.

En el aeropuerto la cosa no es mejor. Los famosos cuestionarios de salud para pasar a las salas de espera se volvieron un trámite burocrático que ya nadie realiza, y mucho menos nadie verifica. También sucede que los termómetros para cuidar que no ingrese alguien que hierve en fiebre se descomponen, y ni a la autoridad ni a los pasajeros les importa. La fila sigue. 

Y podría seguir la lista de cosas que llaman la atención entre lo que la autoridad dice, pide y hace; y lo que hacemos como ciudadanos. Ojalá avancemos un poco más hacia la congruencia, y un poco menos hacia la contradicción.