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Un texto de Rosario Castellanos

La abnegación ¿es verdaderamente una virtud?", así escribió Rosario Castellanos en su texto: "La abnegación: una virtud loca", en 1971. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

"La abnegación es la más celebrada de las virtudes de la mujer mexicana. Pero yo voy a cometer la impertinencia de expresar algo peor que una pregunta, una duda: la abnegación ¿es verdaderamente una virtud?", así escribió Rosario Castellanos en su texto: "La abnegación: una virtud loca" publicado en 1971 en el periódico Excélsior.  En el siglo XXI y por increíble que parezca, la pregunta pareciera seguir vigente de tan inquietante manera. ¿Por qué el hecho de que una persona renuncie a sí misma en "beneficio" de otras personas sería "virtuoso"? ¿qué nos haría suponer que la abnegación es a tal punto una parte de la esencia femenina, que imaginamos que es posible que se ejerza sin resentimientos, sin rencores, sin ánimos de posesión y sin cobranzas? Por otro lado, ¿por qué la "abnegación" de una esposa, hija, madre, nos parecería necesaria y/o deseable? ¿por qué legitimaríamos semejante disparidad? 

"¿Cómo es el hijo de esta madre que lo ha hecho todo por él, que lo ha sacrificado todo por él?” y la pregunta que plantea Rosario Castellanos no es menor, en la medida en que esa manera específica de decir, describir y concebir el vínculo entre la madre y el hijo/la hija podría tender a crear una deuda (pequeña, grande, devorante...), más que una corresponsabilidad amorosa. Una deuda tal vez desproporcionada, inmensa. Una que pudiera –sin que el uno y la otra, la una y la otra se dieran cuenta, o aún dándose cuenta– convertir la relación en una tienda de raya. ¿Qué significa “sacrificarlo todo”? ¿Cómo se acota ese "todo"? La expresión pareciera significar que en beneficio del hijo/la hija, la madre entregó "todo" lo que era suyo, sin guardarse nada para sí. ¿Nada? ¿Ni un momento de felicidad, ni un resquicio de privacía y de silencio? ¿ni un sueño, ni un chocolate, ni un amor, ni un orgasmo? ¿nunca eligió esa madre si quería dar o no? Y cuando decidía dar, porque era lo que le parecía deseable y justo, ¿cada vez le representó un sacrificio? 

En ese exceso del "sacrificarlo todo" pareciera que la maternidad no trae consigo dicha ni gratificación alguna. Pareciera que la madre no tiene más vida que la de adivinar las emociones y pensamientos de sus criaturas 24/24 dejándose completamente de lado, sin más deseos que los deseos de los otros. Pareciera también que negarse a sí misma es un requisito indispensable en la maternidad. Acá es donde la "abnegación", aún tan en el centro de los discursos del 10 de mayo toma el espacio, entendida como "virtud" tal y como lo señala Castellanos. No solo: entendida como una "virtud femenina" inscrita en la biología. Como parte de una imaginada y expandida "esencia de la feminidad". La fantasía sería más o menos así: "a cambio de sus sacrificios las madres no piden nada, en eso consiste la abnegación". Y lo que sigue: la "abnegación" tiene mucho de sacrificial, pero al mismo tiempo es tan, pero tan inseparable de la maternidad. Es difícil que alguien se niegue sin cobranza. Muy difícil. A eso me refiero con los riesgos de la tienda de raya.

Castellanos escribe: "(Podríamos hacer...) la investigación acuciosa, el conocimiento lo más exacto y puro que pueda alcanzarse del complejo de cualidades y defectos, de carencias y de atributos, de aspiraciones y limitaciones que definen a la mujer. Esta investigación va a conducirnos a un descubrimiento muy importante: el de que no existe la esencia de lo femenino. Porque lo que en una cultura se considera como tal en otra o no se toma en cuenta o forma parte de las características de la masculinidad...si no existe la esencia de lo femenino tendremos que admitir que lo que existe son las encarnaciones concretas de la feminidad". O, como dijo Jacques Lacan: "La Mujer no existe". Lo que existe es una mujer, más otra mujer, más otra mujer.

Y, ¿de qué hablaba Rosario Castellanos en sus textos feministas? De libertad. ¿Con qué tenían que ver sus preguntas sino con esa libertad que considera a las personas más allá de todo esencialismo, definición estereotipada, camisa de fuerzas? Cada mujer y su singularidad. Ella y sus anhelos. Ella y sus contextos. Y, por supuesto, la reflexión y el trabajo colectivo de una mujer, más otra mujer, más otra mujer. Cada mujer y su manera de ser madre, por ejemplo. Y escribe: "Yo insisto en que si la abnegación es una virtud es una de esas virtudes que dice Chesterton que se han vuelto locas. Y para su locura no existe entre nosotros otra camisa de fuerza más que la ley". ¿De qué manera apela a la ley en este texto específico? Cuando se refiere a "las disposiciones legales que hemos ido elaborando a lo largo de nuestra historia tienden a establecer la equidad..."

Y, sí. Pero en medio están los usos y las costumbres. Los mandatos para un sexo y para el otro en un inamovible deber ser. Las bolitas de naftalina. Hablamos de derechos, igualdad de oportunidades y, sin embargo, la marea esencialista define a las mujeres, nos acota. Han pasado cincuenta años desde que Rosario Castellanos escribió este texto. ¿Por qué no nos suena tan antiguo? ¿por qué nos bastaría abrir una revista, encender la televisión, escuchar la radio para tropezarnos con esa misma exigencia de "abnegación" dirigida a las mujeres y, sobre todo, a las mujeres que son madres? Las loas a la abnegación prolongan su permanencia en el mercado de las virtudes femeninas tan impuestas y convenientes. Hay tantas otras maneras, tantísimas otras maneras de entender el amor.