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Un taxista maestro

Las y los maestros son la primera línea de atención hacia los menores. Son en ocasiones quienes detectan las marcas de la violencia familiar. | Carlos Gastélum

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Escrito en OPINIÓN el

Tengo afición por hablar con los taxistas: me entero de qué opinan del gobierno o la economía, comparten algún chisme ajeno de gente que jamás conoceré y, en algunos casos, saco una que otra enseñanza. El fin de semana pasado tocó uno de las últimas.

Se llamaba Enrique.  En realidad, era profesor de educación física de escuela pública a nivel primaria y secundaria desde hacía treinta años. Le gustaba ser taxista de ocasión en sus ratos libres para hacerse de un ingreso extra y salir de la rutina.

Por una extraña casualidad, resultó que conocía a algunos maestros con quien entrené en mi juventud. Eso pactó una confianza instantánea para compartirme algunos fragmentos de su vida en la escuela. Al relatarlos, hacía énfasis en aquello que, para él, daba el verdadero sentido a la tarea docente: enseñar, escuchar y ayudar a sus alumnos.  

Me contó, por ejemplo, el caso de una niña en primaria que, durante un ejercicio en clase, fue a recoger un pedazo de comida que a otro compañero se le había caído al suelo. Al intentar comérselo, Enrique la reprendió. Pero, a cada desvío de mirada del profesor, un nuevo intento de ella por comer. Horas después se enteró que la menor tenía día y medio con el estómago vacío. Con los días, se las ingenió para que ella no pasara más hambre en la escuela.   

Otra situación fue el de un joven de secundaria hijo de madre soltera. Ella tenía problemas de drogadicción, juego y prostitución, dejando al menor en desatención y miseria. ‘Vivía peor que un vago en la calle’, me dijo. Enrique decidió ayudarle con algunos gastos escolares para prevenir la deserción, y fue también arropado por otros maestros para orientarlo y protegerlo. 

Un caso más fue el de una adolescente, también de secundaria, que mostró un comportamiento atípico en clases. Tras platicar con una maestra, amiga de nuestro conductor, ella le confesó haber sido abusada sexualmente por un vecino mayor de edad. Su familia no se animaba a interponer denuncia pues era de condición humilde, y el agresor era un delincuente con dinero y conocido. La maestra le convenció de denunciar. A los días, unos empistolados llegaron al plantel para matar a la docente, quien logró escapar con vida. Con los días, detuvieron al agresor y a sus cómplices. 

Este breve anecdotario recogido en 25 minutos de trayecto, refleja la importancia de dignificar la tarea docente y de tomar conciencia de que son las y los maestros la primera línea de atención hacia los menores. Son quienes detectan ahí donde hace hambre o están las marcas de la violencia familiar, como también pueden ser salvadores contra la depredación sexual o de las bandas criminales. 

Llevamos muchos años viendo cómo se desgasta la figura del magisterio por las grillas de los sindicatos y de sus arreglos con los que detentan el poder. Esa imagen necesita recuperar su espíritu social: el de la formación escolar con un sentido de cercanía y humanidad hacia los niños.