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Un PRI descafeinado

El PRI se debate entre su propia subsistencia y recuperar el terreno perdido, o bien pasar a ser esa oposición que no es tal. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

Desde hace casi veinte años, al Partido Revolucionario Institucional (PRI) le ha ido como en feria. De mal en peor. Primero porque en el 2000 –apenas al comenzar el siglo- y luego de más de setenta años de estar en el poder supremo del país, perdió unas elecciones.

Por entonces ya se presagiaba su declive y que pronto sería una sombra fatal de lo que había sido: un partido-gobierno-autoridad-omnipresencia: todo junto…

De hecho, hablar de sistema político mexicano era referirse al partido hegemónico y sempiterno: el PRI. Y se relataban los chanchullos y mañas electorales. “La magia política de México es que saben quién les va a gobernar antes de ir a las urnas”, se decía fuera del país.

El 30 de agosto de 1990, durante un encuentro de intelectuales en México, organizado por Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, el escritor peruano y Premio Nobel de Literatura dijo "Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante".

Al escucharlo, Octavio Paz daba claras muestras de su clara molestia; pero aun así el peruano prosiguió: "México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México".

Aquello era al mismo tiempo una crítica y una advertencia. La crítica era por haber mantenido esta situación a pesar de presumir la ‘democratización del país’; pero la advertencia era que si esto seguía podría caerse en el peor de los escenarios: el de la dureza política, o la debilidad absoluta.

Pero de todos modos el PRI estaba en todo, y muchos aplaudían los hechos del PRI. Era su predominio: dador de vidas, trabajo, privilegios, prebendas y tan sólo requería una cosa: fidelidad. Una fidelidad que no era tanto: más bien era una especie de ‘valores entendidos’. Los partidos de oposición tenían la ilusión del poder y sus propias doctrinas, ideologías y proyectos de Nación. Y quizá por ser tan sólo aspirantes, estaban, digamos, en un estado todavía puro…

Pero nada, que en el 2000 pierde las elecciones presidenciales y tiene que ceder ante lo evidente: que la gente ya estaba harta de esa hegemonía, de ese abuso de poder, de ese espectro antidemocrático nacional y de que se anulara su voto: no tenía sentido votar porque, como cuando ganó José López Portillo en 1976, él fue el único candidato. La oposición era nula.

Dos sexenios dejó al PAN la presidencia del país de 2000 a 2012: un doble fracaso. Y retoma el poder político y la magnitud presidencial con Enrique Peña Nieto-PRI, el mismo que se encargó de arruinar a su propio gobierno y de convertir al país en un caos de abusos, corrupción, mentiras y desgobierno.

La gente, otra vez, estaba harta de lo que pasaba aquí y votó en mayoría en contra del PRI-Enrique Peña Nieto y a favor de Andrés Manuel López Obrador.

Así que en las elecciones de julio de 2018  el PRI, obtuvo apenas 9 millones 289,853 votos, que representan el 16.41% de la votación total: un lejano tercer lugar en relación con “Juntos haremos historia” de López Obrador que ganó con 30 millones 113,483 sufragios (53.19%), y del PAN con 12 millones 610,120 votos, o sea el 22.27% de los votos…

El fracaso del PRI no podía ser más contundente. Y de ahí en adelante su propia descomposición interna porque desde aquellos días de julio de 2018 se convirtió en agotamiento y desahucio. En confrontaciones y pleitos internos. En acusaciones y defensas.

Y, sorprendentemente, desde diciembre de 2018, el PRI se convirtió en una especie de aliado legislativo de Morena en el Congreso, en donde parece haber dejado de ser oposición para ser consecuente. Una forma extraña de subsistencia.

Y al mismo tiempo inició el proceso para elegir a su nueva dirigencia: presidencia y secretaría general del PRI. Un partido en crisis que busca sobrevivir en tiempos en los que la cargada nacional se incorporó al gran ganador, aun antes de esta crisis, porque también es cierto que una de las críticas que se han hecho a Morena es el haber incorporado a sus filas de mando y gobierno a ex priistas no siempre bien averiguados, así como a panistas irremediables.

Y ya está todo dispuesto para las elecciones internas de consulta a la militancia el 11 de julio. Los candidatos están a la vista, pero también las deserciones de última hora, como fue el caso del ex rector de la UNAM y ex secretario de Salud, José Narro, a quien propusieron para la presidencia del instituto político… También renunció al PRI el ex gobernador de Coahuila, Rogelio Montemayor Seguy, Beatriz Pagés… y más… y los que se acumulen.

La acusación es de que hoy el PRI está siendo entregado al partido Morena, al gobierno del país, Andrés Manuel López Obrador; y esto a través de Alejandro Moreno “Alito”, quien dejó la gubernatura de Campeche, que concluiría en 2021, para buscar la dirigencia nacional del PRI.

Otro en la contienda es el ex gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, quien ha hecho una campaña frenética, no sólo para conseguir la presidencia del PRI al que promete el cielo y las estrellas, pero también para borrar la malísima imagen nacional que tiene como un político marrullero y mal gobernante de su entidad.

En todo caso, el PRI se debate entre su propia subsistencia y recuperar el terreno perdido para futuras elecciones, o bien se desdibuja y pasa a ser esa oposición que no es oposición y sí, un partido satélite a la manera de aquel viejo PARM que estaba ahí, pero que no era. Un partido descafeinado. Inoloro, incoloro e insaboro, que ni agua es. ¿Eso quieren los que quedan en el PRI?