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Un padre a toda madre

Pedro Curiel Saavedra –fallecido el domingo en Tapachula, Chiapas- no fue un sacerdote cualquiera. | José Luis Castillejos

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Escrito en OPINIÓN el

Pedro Curiel Saavedra –fallecido el domingo en Tapachula, Chiapas- no fue un sacerdote cualquiera.

Fue un padre a toda madre. Vehemente luchador social, este cura fue un guerrillero de las ideas. Combatió la injusticia y se calzó las sandalias de los pobres.

No sé si tenía 80 años o ya pasaba de ellos. Lo recuerdo sí con mucho aprecio y cariño, y evoco ahora el día aquel en que desde el patio de la Iglesia de la Estación de Huehuetán organizó mi despedida, días antes que yo partiera a Guatemala, en 1991, para asumir la Corresponsalía de Notimex, cargo en el que estuve hasta 1994 y de ahí partí a Lima, Perú donde disfruté el trabajo de corresponsal durante casi dos décadas.

En esa ocasión de despedida, Curiel compró salchichas, las cortó en rodajas, le puso tomate, limón, chile y cilantro y sacó unas caguamas, con las cuales bajamos esa botana, mientras la guitarra emitía las notas de despedida. Nos acompañaba Juan de Dios García Davish y Daniel Pensamiento, ambos connotados periodistas.

Pero se acabaron las bebidas espirituosas y el Padre dijo: No se preocupen. Ahora vuelvo y así lo hizo. Veinte minutos después vino con un cajón de cervezas y más botanas, y de ahí ya para el retorno a Tapachula, se puso su sombrero de ala ancha y me pidió que pasáramos a La Cascada, un bar en las afueras de Tapachula donde nos dimos un abrazo de despedida.

Fue un sacerdote brillante. Luchó porque en Huehuetán, Mapastepec y Pijijiapan hubiera agua potable para todos. Se enfrentó al poder. En el 2016 pegó literalmente el grito en el cielo y denunció que en Chiapas existe una situación discriminatoria eclesiástica.

Explicó, en esa ocasión, que el entonces gobernador, Manuel Velasco Coello, fue a Roma, Italia, acompañado del obispo Felipe Arizmendi Esquivel y del arzobispo Fabio Martínez Castilla, dejando a un lado al de Tapachula, Obispo Leopoldo González González.

“Todo esto indica para mí, no sé las razones, no sé cuales sean las causas, pero todo esto refleja una organización elitista, con intereses personales, esto es lo que pienso”.

Curiel se enfrentó, desde la Revista Proceso y el diario El Universal, con sendas denuncias al gobierno de Patrocinio Gonzalez. Criticó las supuestas corruptelas en ese entonces y fue voz de los sin voz.

En algunas ocasiones se le veía recorriendo rancherías y regresaba con sandías, melones, gallinas o alguna otra fruta, y abiertamente decía que le gustaba apagar el calor costeño con una cerveza corona bien helada.

Oriundo del Estado de Jalisco, este buen hombre realizó un intenso trabajo evangelizador y en sus últimos días el Presbítero acompañó a la comunidad católica del Fraccionamiento Bonanza y la Iglesia de San Judas Tadeo.

Ahora que el sol derrama su oro sobre las lomas y sembradíos de maíz lo recuerdo, y su ausencia apuñala el ambiente y las hojas danzan tristes en el viento de la tarde.

La vida de Pedro Curiel fue a ratos un torbellino y su humildad revelaba un respeto callado por los que nada tienen. No fue un charlatán, sino un hombre inteligente para quien la justicia no solamente estaba en dirimir diferencias en los tribunales.

Aguardaba el momento para verlo nuevamente. Lo vi hace algunos años en La Mesa Redonda, cuando fui a presentar el libro del escritor chiapaneco Florentino Pérez. Nos dimos un abrazo y quedamos de hablar del porqué la lluvia no fue hecha para el desierto.

Su mirada era un reto y su palabra y su gesto eran razones de peso para conversar.

Se fue Curiel y con ello una parte de mi vida porque aprecié sus gestos cuando se aparecía con una enorme sandía o un racimo de plátano en mi casa, que no eran otra cosa que pretextos para conversar sobre los abuelos, sobre Huehuetán, sobre lo divertido que son los mares y cómo las estrellas rasgan el universo.

Adiós amigo y Maestro.  Hoy te recuerdo con el afecto de un hermano. Hoy ya no hay tiempo. Se fue. Hoy disfruta del placer de los ríos, del cálido aliento de Dios que aquí seguiremos bregando aunque el mundo gire, a veces, muy de prisa.