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Un mundo infeliz

Quizá reconocer que vivimos en un mundo infeliz nos ayude a vivir mejor, o a no vivir engañados buscando una felicidad inalcanzable.

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Escrito en OPINIÓN el

La idea: Para una buena parte de la humanidad, una meta en la vida es ser feliz. Sin embargo, cada persona tiene una idea diferente de cómo ser feliz. Lo que sí puede ser común a todos es la dificultad para lograr la felicidad. ¿Y si aceptamos que la felicidad ideal no existe y aprendemos a vivir mejor con una realidad que nos hace ser infelices en ocasiones, y sacar provecho de ello?

La felicidad es un estado de ánimo. Estar feliz es diferente a ser feliz. Estar feliz es algo inmediato que se experimenta en el presente. Implica sentirse bien, contento, alegre, optimista. Por otra parte, ser feliz es un estado ideal al que se aspira a lo largo de la vida.

La sociedad promueve la búsqueda de la felicidad como meta vital, lo cual se ha convertido en un gran negocio porque se hace creer que la felicidad se logra partiendo de obtener dinero y gastarlo en acumular bienes, consumir experiencias, realizar viajes y adquirir otros satisfactores que mueven a la economía.

Por otra parte, una manera de ser infeliz es estar deprimido. Este estado de ánimo se caracteriza por el desaliento, la tristeza, el pesimismo, por estar a disgusto, angustiado, etc.  Suele ser incapacitante y en su versión extrema, llevar al suicidio.

Aldous Huxley en su gran novela “Un Mundo Feliz” propone una sociedad que marcha a la perfección dentro de un orden perfectamente preestablecido. En ella, la felicidad es parte del diseño social para mantener a todos dóciles en ese mundo perfecto. Sin embargo, no habían podido impedir genéticamente que las personas estuvieran tristes o deprimidas y para ello inventan el Soma, la píldora de la felicidad.

En la actualidad se puede decir que ya existe un equivalente al Soma en la figura de los antidepresivos que se volvieron populares con Prozac y de los cuales ahora existen una gran variedad. Sus funciones son parecidas al Soma: tener a la gente feliz y productiva sin cuestionar el estatus quo.

En un artículo reciente de la filósofa y psicoanalista Julie Reshe, “Realismo Depresivo”, cita a Heidegger quien dice que “debemos de vivir de una forma inauténtica en nuestras vidas cotidianas, inmersos en nuestras tareas rutinarias, problemas y preocupaciones, de tal forma que la conciencia de nuestra futilidad y falta de sentido de la existencia sea silenciada por el ruido cotidiano. La vida auténtica sólo puede ser descubierta mediante la ansiedad. Entonces podemos ser autoconscientes y empezar a pensar libremente, rechazando la ilusión que la sociedad trata de imponer en nosotros”.

Peter Wessel Zapffe, citado en dicho artículo, dice que la conciencia humana está sobre desarrollada, lo cual resulta en angustia existencial. Para sobrevivir, la humanidad debe suprimir ese exceso de conciencia para tener una vida “saludable y normal”.

Reshe menciona estudios recientes que han demostrado que la tristeza refuerza el pensamiento crítico; ayuda a reducir el sesgo para juzgar, mejora la atención, incrementa la perseverancia y en general promueve un estilo de pensamiento más escéptico, detallado y con mayor atención. En contraste, los estados de ánimo positivos, desalientan el pensamiento sistemático y la gente es más susceptible a seguir la corriente y a cometer más errores por sus sesgos de pensamiento.

Dice la autora que la incesante búsqueda de felicidad y la imposibilidad de lograrla nos daña cada vez más. Sugiere explorar una realidad sin ilusiones para liberarse de una falsa positividad.

La sociedad requiere individuos que funcionen bien dentro del mecanismo social. Todo aquello que lo impida se ve como una enfermedad o una anormalidad. Para lograrlo, la industria farmacéutica se ha vuelto una pieza clave produciendo drogas que ayudan a modificar el comportamiento de las personas para volverlas “normales” e incluso, más productivas.

Si bien, en casos de enfermedad mental grave salvan vidas, aplicados a personas relativamente normales, las hacen alcanzar estados de felicidad y productividad artificiales. Así, las personas logran rendimientos más elevados en el trabajo o en el desempeño físico.

Como se desprende del libro de Huxley, el mundo feliz no es tal. A cambio de la uniformidad y la felicidad artificial se pierden cualidades únicas de los seres humanos. En ese sentido, la tristeza es una emoción que si bien, para que la sociedad funcione mejor puede no ser útil, es necesaria para una vida interior más completa y, como indica Reshe, para apreciar mejor la realidad.

En lugar de evitar la angustia y la tristeza, estas se pueden convertir en una fuerza positiva que ayude a liberar al individuo de lo que trata de imponer una sociedad que busca ciudadanos “normales”, adaptados a un orden preestablecido, centrado en el dominio de las élites y el funcionamiento de la economía y no centrado en la persona, tal y como sucede en la novela de Huxley.

Quizá reconocer que vivimos en un mundo infeliz, como lo sugiere Reshe, nos haga vivir mejor o por lo menos, no vivir engañados buscando una felicidad inalcanzable.