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Un México muere

Creímos que México aguantaba todo, hasta que dejó de aguantar nuestra injusticia, incompetencia, voracidad, irresponsabilidad, corrupción y soberbia.

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Escrito en OPINIÓN el

Dejemos lo anecdótico y coyuntural; seamos refractarios a la excitación epitelial y manipulada; veamos más allá de las apariencias: México, tal y como lo conocemos, ha llegado a su fin.

 

Lo fácil, lo lógico es extraviarse en la indignación social, o en el vandalismo insurreccional o en las impericias y escándalos gubernamentales. No hay conversación que no naufrague en el diluvio de aberraciones que se suceden sin tregua, haciendo imposible un análisis comprensivo en su triple acepción de comprender, contener y tolerar.

 

En Ayotzinapa y sus secuelas hay demasiadas caras e intereses, hipocresías e ineptitudes, corruptelas y cobardías, como para instalarnos en el rumor o en la consigna, para diluirnos en la masificación de los odios orquestados, o para sumarnos a la arenga aviesa.

 

Hoy sólo una cosa es cierta: el México que vivíamos se desmoronó ante nuestros ojos.

 

El Estado Nación que creíamos vivir resultó cascarón y espejismo.

 

El México de nuestra responsabilidad dejó de ser porque no supimos defenderlo de nosotros mismos. Creímos que México aguantaba todo, hasta que dejó de aguantar nuestra injusticia, incompetencia, voracidad, irresponsabilidad, corrupción y soberbia.

 

Por décadas hemos permitido ahondar, multiplicar y esparcir la miseria y la desazón; hemos consentido que la riqueza se concentre sin conmiseración; hemos hecho de la desigualdad esencia nacional. Insistimos en condescender a corruptelas, impunidades, demagogias, ineptitudes y simulaciones; a vivir de sueños y promesas; a premiar la demagogia, la mentira, la dádiva, la manipulación y el encono. Preferimos vivir a la espera de un mañana indoloro que enfrentar hoy nuestra atormentada realidad.

 

Tiempo es de hacernos cargo de nuestra verdad: el México que creemos vivir no se corresponde con el México que tenemos.

 

Con especial fruición y ceguera sacrificamos nuestra ineludible responsabilidad ciudadana por una partidocracia de pan, circo y financiamiento público, que terminó enredada con el crimen organizado y hundida en el mayor de los descréditos.

 

Inmolamos nuestra obligación histórica de justicia social por una modernidad deshumanizada y vacía. Apostamos por un desarrollo de índices macroeconómicos en detrimento de la vida de millones de hermanos mexicanos a los que condenamos al hambre, la enfermedad, el exilio, a la leva del crimen organizado, o a la muerte.

 

Comulgamos con las piedras de molino de un Estado aparente, una ley simulada, una justicia formal pero inexistente y una política despolitizada, desnacionalizada y reducida a la publicidad. Adoptamos el dogma del mercado sabio, sabiéndolo injusto, y nos resultó, además de falaz e insensible, mortífero.

 

Ayer fueron las cuentas verdes de la democracia, hoy lo son las de las reformas estructurales. Siempre esperamos el maná del cielo, sin aceptar que no hay solución mágica, exógena y sin dolor. Ayotzinapa nos mostró que estamos absolutamente solos. Solos en nuestro desencuentro con la realidad y con nosotros mismos. La desnudez de la que hablaba Paz nos la desveló Ayotzinapa.

 

En Ayotzinapa todos nuestros pecados hicieron hecatombe: pobreza extrema y riqueza insultante; impía desigualdad; corrupción e impunidad; inseguridad y crimen, coludidos con gobernantes paridos por el pragmatismo de máquinas electoreras operadas por mercachifles de la cosa pública; monopolios, sindicatos y casta divina de concesiones, contratos y obra públicos; impericia, improvisación, simulación y voracidad burocráticas; vacío y cinismo ideológicos disfrazados de pragmatismo democrático; periodismo irresponsable y mercenario. Nadie se salva de la catástrofe que construimos en lugar del Estado Nación.

 

Y si el Estado no es otra cosa que la sociedad en movimiento, Ayotzinapa no puede ser más que culpa del Estado, en tanto que somos todos, como sociedad organizada, quienes lo hicimos posible, por comisión y por omisión. Aclaro para quienes busquen segundas intenciones: cuando me refiero en este texto a Ayotzinapa no hago referencia a la desaparición de los 43 normalistas, sino al momento que marcó el fin del México que conocimos.

 

Es por ello ha resultado tan difícil para todos, especialmente para el gobierno, transitar por este otro México. Nadie está preparado para él, nadie conoce sus cartas de marear, los códigos de su lenguaje, lo inédito de su razonamiento; nadie sabe los valores que lo inspiran, ni la lógica que lo rige. Los personajes que hasta ayer estaban acreditados para guiar en el otro México están hoy igual de perdidos que un bebé en medio del mar. No han sido capaces, siquiera, de ver lo entrópico de sus hechos y palabras.

 

Tampoco están preparados para este nuevo México quienes riegan con gasolina el fuego, creyendo controlar las llamas en que serán abrasados. Menos aún, quienes en defensa de sus privilegios en peligro aportan recursos e insidias en la construcción de la guillotina que para ellos se construye.

 

Un nuevo México se anuncia en el horizonte.

Ojalá seamos merecedores de él.

Ojalá, éste sí, lo construyamos en justicia e igualdad.

Ojalá sepamos recibirlo sin desangrarnos.

 

@LUISFARIASM