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Turismo de bodas

La Ciudad de México posee grandes oportunidades de ampliar la oferta turística en otros nichos, como el de la realización de bodas. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

En la página de la Secretaría de Turismo del Gobierno de la Ciudad de México están presentes unos documentos llamados “Perfil del Turista”, que relatan un análisis de los visitantes a nuestra ciudad hasta 2017. Ya luego nadie se ocupó de actualizar la información. Por lo menos hace falta la de 2018 y 2019, que son años típicos, y 2020, año atípico. En ese documento se destaca que el turismo de vacaciones representa el principal nicho, con 33% de los viajes, seguido de visitas a familiares y amigos, con 21%, y un 13% corresponde al turismo de negocios.

En el sector turístico hay, en realidad, muchos nichos. El religioso puede ser uno de los más fuertes, y uno puede suponer que las visitas a la Virgen de Guadalupe representan un número importante. Sin embargo, el “Perfil del Turista” no dice nada al respecto. La apertura de nuestra ciudad a la comunidad LGBT+ está atrayendo visitantes y eso es, sin duda, bueno, pues se trata de un sector con alto poder adquisitivo.

En los últimos años, el Gran Premio y las fiestas del Día de Muertos han generado una nueva temporada de muy alta ocupación en la ciudad, lo que beneficia al sector hotelero, a los restaurantes y a quienes se dedican al transporte. La Ciudad de México posee grandes oportunidades de ampliar la oferta turística en otros nichos, lo cual puede beneficiar a otras zonas de la ciudad y no a las tradicionales: Centro Histórico, Chapultepec, Polanco, Zona Rosa, Roma.

Me parece que el turismo de barrio es uno de los nichos que debería crecer en los próximos años. Con decenas de pueblos y barrios originarios, cada uno de estos espacios cuenta con su propia historia, su gente y sus lugares. Algunos de estos barrios no son seguros, por ello, con la participación de los vecinos se pueden recuperar espacios y atraer visitantes de la propia Ciudad de México, de otras entidades, y por supuesto de otros países. Con una buena estrategia, el turismo social puede y debe crecer, y con éste, la derrama económica hacia colonias populares.

Hay otro sector que tendría mucho potencial y también pasa por los pueblos y barrios originarios. Esta ciudad cuenta con decenas de templos de la época de la colonia, así como casonas y otros sitios históricos que están cerca de ellos. Si la Ciudad de México, como política pública, promueve la realización de bodas no sólo mediante la participación de sus habitantes, sino los de otras ciudades de México y el mundo, se puede detonar un nuevo nicho para el turismo capitalino, lo cual también significan empleos y mecanismos de participación comunitaria que ayuden a mejorar las condiciones en colonias populares con historia.

Qué tal, por ejemplo, casarse en la Catedral de San Bernardino en Xochimilco, tomar una trajinera y festejar en los Manantiales, un restaurante diseñado por Félix Candela y hoy abandonado. O un templo barroco en Iztapalapa, caminar por sus callejones y terminar en alguna casona. O una pequeña boda en el Templo del Señor de la Humildad, en la Merced y festejar en La Peninsular, la cantina más antigua de nuestra ciudad; una experiencia que podría ser inigualable para el turismo internacional.

Hay sitios que ya han dado cabida a bodas de la clase alta en los últimos años: cascos de haciendas, como es el caso de la Hacienda de Enmedio en Azcapotzalco, la de los Morales, la de Tlalpan, la de Clavería o la de San Ángel.

En los últimos años, ante la suntuosidad de las bodas mexicanas, los propios capitalinos de clases altas han buscado lugares distintos a la Ciudad de México: Acapulco, Cancún, Morelos, San Miguel Allende, entre muchos otros. Vaya, recientemente hemos tenido noticias de bodas incluso en Guatemala, y es justo eso lo que me pone en alerta. Quien sustituya a Paola Félix al frente de la Secretaría de Turismo de la Ciudad de México debería tener la visión de aprovechar todas las posibilidades de este sector y detener así la mediocridad prevaleciente en los primeros tres años del Gobierno de Claudia Sheinbaum.