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Transporte público: sin freno

Las autoridades de transporte y de gobierno, han optado por deprimir el sistema público de transporte para favorecer el privado. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

De pronto el Metro de la capital del país chocó y provoca un muerto y 40 heridos, dos aun sin restablecerse: un accidente, no un incidente.

Esto es, el Sistema de Transporte Colectivo-Metro está mal hace tiempo, pero ese ‘estar mal desde hace tiempo’ no significa que se le deje tal y como está sin hacer algo serio para solucionar la transportación de unos cinco millones de seres humanos que viajan en sus vagones en las 12 rutas que operan… o que más o menos operan.

Así que el martes 10 de marzo en la estación Tacubaya, a las 11.35 de la noche, un tren dejo de funcionar por alguna extraña razón técnica o mecánica y en lugar de avanzar se echó hacia atrás embistiendo al tren estacionado.

Unos días antes ocurrió un incidente. Fue en la estación Puerto Aéreo del Metro, y dos estaciones adyacentes. Afuera hubo el escape de gasolina de una gasolinería. Esto hizo que las autoridades decidieran el cierre de las estaciones para evitar un conflicto mayor -que podía ser trágico- mientras se solucionaba la fuga del combustible. Bien hasta ahí.

El tema es que si bien en el primer caso se tardaron casi una semana en retirar de la línea del metro a los trenes siniestrados, por otro lado asimismo se llevaron una semana en “parar la fuga de gasolina y reparar el daño” lo que resulta absurdo dada la capacidad técnica con la que ya se cuenta para estos casos, del personal que se ha capacitado para ello y que existen responsabilidades de quien opera la gasolinería y que, por lo mismo, tienen que apurar la solución.

En los dos casos, ejemplos de ineficiencia, lo que ocurrió para los usuarios fue un verdadero caos. Un tiempo irreparable en trabajo, traslado, solución a problemas de todo tipo, pero particularmente los de salud, llegada a las escuelas o universidades…

Así, multitudes tenían que ser movidas en autobuses dispuestos para ello, lo que significaba filas interminables de espera y angustia, y nervios, y enojo, y maldiciones y mentadas de madre a diestra y siniestra.

Pero es así. El Metro de la capital del país que es, en sí mismo, una ciudad subterránea ha sido el transporte público en decadencia. Es útil pero cada vez es más un problema. ¡Y lo que nos cuesta!, porque el Sistema de Transporte Metro nos cuesta muy caro a todos, pues se paga con nuestros impuestos y, aún más, se paga por cada traslado que realizamos en él.

Y está descuidado. Cada vez es más retrasado. Genera multitudes indignadas que esperan-esperan-esperan la llegada de los trenes que, por lo mismo, ya llegan saturados y que, por lo mismo, generan conflictos, agresiones, pleitos, empujones, maldiciones, toqueteos, acosos, delincuencia y, además, venta de productos de lo más insospechado…

Pero esta tragedia tiene que ver, también, con la falta de interés, inteligencia, capacidad o ganas por solucionar el transporte público no sólo en la Ciudad de México, como también en gran parte de las ciudades más importantes de todo el país.

Por ‘alguna extraña razón’, las autoridades de transporte y de gobierno, han optado por deprimir el sistema público de transporte para favorecer el uso de transporte privado. De ahí la gran cantidad de vehículos para cada persona, de embotellamientos cotidianos, de contaminación, de consumo de combustible, de pago de seguros y servicios para tener el vehículo dentro de la ley, además de los pagos adicionales como la verificación semestral y más.

Tener carro individual es muy caro, y lo es aún más porque las administraciones federales o estatales o municipales no entienden que un buen transporte público se agradece, que es necesario y contribuye a la economía de cada entidad. Por tanto se debiera fortalecer el traslado popular –que no quiere decir de mala calidad- y que cubra las necesidades colectivas de traslado, que sea eficiente, seguro, coordinado.

Pero así como se estimula el uso del vehículo privado, también se fortalecen las agrupaciones de taxistas que se han apropiado de las calles y de los bolsillos de todos.

Y son los taxistas los que mandan, los que dicen cómo, cuándo, cuánto y si no: no. Y la autoridad de transporte urbano les teme, les rehúye en tanto llegan a acuerdos de eficiencia, seguridad, calidad… Y son estos mismos que construyen su propia fortaleza ante la debilidad de gobierno, como es el caso de Oaxaca, capital.

Así que este panorama del transporte público en todo el país es dramático y, lo peor, con soluciones, pero también con incapacidades, corrupción y falta de sentido de servicio de todos, ahí.