Ese movimiento violento que sacudió la tierra,
tiró muros y derrumbó viviendas,
destruyó edificios,
terminó con vidas y sueños para siempre,
todavía estremece…
El terremoto del que brotaron miles de jóvenes
convirtieron el yo, en nosotros
la indiferencia, en ayuda incansable
el desaliento, en esperanza…
Fueron como tantos otros que intentaron
levantar con sus manos ensangrentadas muros derruidos
en jornadas agotadoras
para salvar una vida,
o, al menos,
para recuperar los restos de un desconocido…
Ellos, los rescatistas anónimos, lanzaban gritos de esperanza:
¡aquí estamos!
¡los vamos a rescatar!
¡aguanten!
un murmullo, un pequeño ruido,
detenía todo
¡silencio!
¡silencio!
El puño en alto,
todos con el puño en alto,
apenas si se respiraba, permanecían inmóviles
invadía la esperanza
y la angustia también,
sus cuerpos temblaban…
Entre los escombros,
un leve murmullo era motivo de algarabía,
de continuar sin cesar,
con la boca seca,
sacar fuerzas de lo más profundo…
El silencio,
el maldito silencio
también era signo de muerte
pero la esperanza no desmayaba
¡el silencio!,
¡el silencio!,
¡cuánto duele!
¡sigamos!
¡sigamos!
¡no nos rindamos!
se escuchaban los aplausos de ánimo
de ¡Viva México!
Cuando hallaban un sobreviviente,
era un canto de esperanza, de fuerza,
los rescatistas de todas edades
entre piedras y derrumbes,
agotados,
entre sollozos y sacando fuerza desde su interior,
tomados de las manos,
entonaban el himno nacional,
como si fuera parte de una batalla ganada:
¡Mexicanos, al grito de guerra
el acero aprestad y el bridón,
y retiemble en sus centros la tierra
al sonoro rugir del cañón!
Esos miles de rescatistas que emergieron
de todos lados y que llegaron primero que el gobierno
primero que los cuerpos de protección oficial,
sin saber estos por dónde empezar,
que intentaron correr a los rescatistas por “inexpertos”
pero que no se fueron,
nunca claudicaron,
allí estaban,
aquí siguen…
Siguieron al pie de los lugares derruidos,
consiguiendo herramientas,
cizañas, picos, arneses,
armaron carpas para los familiares,
los cubrían con abrazos,
con palabras de aliento,
aguantando, con el nudo en la garganta
para no llorar delante de ellos…
Un terremoto que convirtió a miles en damnificados,
en los olvidados del sismo,
pero de la memoria de sus muertos,
de sus heridos presentes,
de entre los escombros emergió una sociedad civil
que hizo estremecer a gobiernos
y a la sociedad entera,
para recuperar espacios de dignidad.
La vuelta del tiempo ha llegado,
el 19 de septiembre nos ha alcanzado de nuevo
se remueven heridas, sentimientos arrebatados,
todavía tiembla,
se sienten heridas que no han cerrado…
Se abre la puerta:
¡niños corriendo!,
¡se abrazan alegres!
parejas tomadas de la mano,
que se aman,
que se alejan,
los amigos,
hombres y mujeres caminando
por lugares distintos,
que se encuentran de nuevo,
en una esperanza
de nuevos amaneceres.
Por nuestros muertos,
por su memoria
cómo los extrañamos,
tanta falta nos hacen,
viva la vida…
@Manuel_FuentesM | @OpinionLSR | @lasillarota
#1985 | Por nuestros muertos,/ por su memoria/ cómo los extrañamos,/ tanta falta nos hacen,/ viva la vida… ??@Manuel_FuentesM https://t.co/vdS8yRDrcx pic.twitter.com/oaaT3QtCtI— Opinión LSR (@OpinionLSR) 19 de septiembre de 2018