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Tiempos aciagos, ¿tiempos de oportunidad?.

La crisis nos permite movernos y así poder empezar o retomar el camino. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Son tiempos aciagos, en más de un sentido. Lo son por la pandemia, sin duda, en primer término; pero lo son también por otros muchos asuntos lacerantes y difíciles que nos marcan como sociedad, en lo nacional y lo global, y que por la presencia y los efectos –en términos económicos y de salud– de la epidemia se difuminan, cuando no se borran, de nuestro universo de preocupaciones comunes: desde las violencias cotidianas (y no por cotidianas aceptables) ya del crimen organizado, ya de la delincuencia común, ya de género, ya intrafamiliar, hasta las decisiones gubernamentales de los tres poderes –ejecutivo, legislativo y judicial– que nos afectan a todes, en lo inmediato o en el futuro próximo o distante y que dejamos pasar inadvertidamente ocupada/os en seguir la curva de la enfermedad e indignarnos por la frase presidencial del día.

Son tiempos estos en los que el drama se vuelve terreno fértil para que los opinólogos y expertólogos se reproduzcan y se multipliquen las teorías conspirativas y esotéricas. Son tiempos para que suban a proscenio los científicos de ocasión, los curanderos de un día, los descubridores de fórmulas mágicas..., cada uno de ellos con el remedio para la enfermedad, la cura para el mal.

Son tiempos para la confluencia de las voces de profetas y predicadores, de anunciadores de desgracias y vendedores de esperanzas, de voces que suben de tono persiguiendo imponerse y opacarse unas a otras, hasta que su estridencia hace imposible diferenciarlas. Pero, más peligroso aún, son tiempos propicios para la aparición de “iluminados” (los que creen tener la verdad absoluta), en todos los ámbitos –económico, político, cultural, etc.–; provenientes de cualquier partido político, practicantes de cualquier religión, convencidos de cualquier credo, pertenecientes a cualquier ideología.

Y los encontramos en todos lados, sea porque tienen a su disposición cámaras y micrófonos, sea porque publican sus escritos en algún medio o en las redes, sea porque ocupan una curul o desempeñan un cargo público, sea porque están en alguna posición de poder.

Son tiempos en los que crecen las solidaridades virtuales: difundimos comunicados, reproducimos los anuncios particulares y oficiales, criticamos lo mismo las acciones que se emprenden que la inacción, enviamos agradecimientos, circulamos chistes y memes, compartimos los sitios para descargar gratis libros, películas, música. Tranquilizamos así nuestras conciencias, relajamos nuestras ansiedades, damos cauce a nuestras angustias.

 Y creemos que el resto de la población vive como nosotros, pendientes de las redes...

Se nos olvida, casi se nos olvida, que el nuestro es un país de pobres y de muy pobres que ni están navegando la internet ni pueden parar de trabajar, y para quienes el gobierno/los gobiernos –federal, estatales y municipales– no están, en su mayoría –sea por falta de recursos económicos para hacerlo, sea por falta de capacidad para diseñar estrategias–, aplicando programas de apoyo para enfrentar la emergencia.

Son tiempos en los que afloran las peores perversiones de los medios de comunicación, de todos los medios de comunicación, que lucran con la desgracia, que explotan la miseria, que callan por conveniencia o convencimiento, que aplauden o detractan para sacar ventaja, que desvirtúan –intencionadamente o sin quererlo–  los hechos, cuando no mienten descaradamente para que crezcan las audiencias, para aumentar las ganancias.

Son tiempos en que se termina de caer la máscara de nobleza con la que intentan cubrirse empresarios millonarios que llaman a la población a no parar, y lo hacen con un objetivo: que sus negocios no dejen de ganar, porque viven de la pobreza que explotan cada día.

Pero también son tiempos de oportunidad, de descubrir lo que de positivo tenemos, lo que nos une a pesar de las diferencias, lo que nos reconcilia a pesar de nuestras ideologías o nuestros credos. Son tiempos de respaldarnos mutuamente, en la medida de las posibilidades de cada quien. Son tiempos de recuperar nuestra parte favorable como especie y crecer. Pero no nos llamemos a engaño: son tiempos en que vemos a la gente brindarse respaldo y apoyo, pero también en los que afloran las rapiñas y los abusos; son tiempos en los que unos comparten, pero otros acaparan; son tiempos de congregar para salir juntos y fortalecidos pero hay quienes aprovechan para dividir y debilitarnos como sociedad. Son tiempos en los que se esparce la idea que “de ésta” vamos a salir transformados..., cierto, pero no necesariamente mejores. Vamos a ser otros, a ser distintos, pero ¿positivamente?

¿De verdad vamos a cambiar para bien sólo por vivir la experiencia de la pandemia?

Yo no apostaría. Lo cierto es que no lo sé, ni sé cuánto, ni sé si lo suficiente... Lo que sé es que corremos el riesgo de continuar siendo seres de memoria corta y olvidos prontos. Seres que repiten sin cesar, y sin saber, que “la historia es maestra de vida”, sin preocuparse de conocer la historia; como si por el hecho de existir “la historia”, sin necesidad de saberla, obrara sobre la humanidad algún tipo de efecto mágico. Me temo que así no funcionan las cosas... Me temo que si no hacemos conciencia regresaremos, pronto y rápido, a nuestros peores hábitos, que recuperaremos nuestras carencias. Sí, sé lo que estoy diciendo: ¿cómo volver a aquello que nos falta? Porque así solemos vivir, en la ausencia de sentido.

Son tiempos de histeria colectiva, de sinrazón a pesar de todas las razones. Son tiempos de crisis y las crisis son una oportunidad para el cambio, estoy convencida de ello, porque la crisis pone en el centro el mal que afecta al organismo y nos obliga a enfrentarlo, generalmente el proceso es doloroso, pero la catarsis es necesaria... La crisis nos permite movernos y así poder empezar o retomar el camino desde otro lugar y con otras herramientas. Pero la catarsis y el movimiento exigen que veamos el mal que nos afecta, que le pongamos nombre, que lo diseccionemos, que lo confrontemos...

“En verdad, ¡vivo en tiempos oscuros!”, apuntaba Bertolt Brecht hacia mediados del siglo pasado, y lo retomo yo ahora, “son tiempos oscuros”, son tiempos aciagos, pero cómo vivirlos y cómo salir de ellos implica una elección, nuestra elección Yo no voy a darles esperanzas..., no, ni vendo ilusiones, ni cuento cuentos, aceptémoslo, el cambio, la transformación, no van a ocurrir a menos que todas las voluntades se sumen para ello. Hacer del drama una oportunidad, depende de nosotres.

*Fausta Gantús es escritora e historiadora. Profesora investigadora del Instituto Mora.