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¿Tiempo de corregir?

El sistema electoral funcionó bien, pero es mucho lo que debe corregirse en los modelos de comunicación política vigentes. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El sistema electoral funcionó bien. Lo hizo gracias a la civilidad, responsabilidad y compromiso mostrado por la gente que participó en la jornada electoral. Lo hizo también porque las autoridades electorales siguen cumpliendo con su responsabilidad constitucional de garantizar el ejercicio de los derechos político - electorales de la ciudadanía.

Sin embargo, es demasiado lo que aún se tiene que corregir para que el modelo de democracia al que aspiramos garantice la pluralidad, respete a cabalidad los derechos humanos y fortalezca un esquema de pesos y contrapesos que, además de reducir los riesgos de caer en un sistema autoritario, ponga freno a la corrupción e impunidad que tanto daño le han hecho al país.

Las elecciones más grandes de la historia nos dejaron varias lecciones importantes. Los resultados finales fueron multifactoriales, como lo han sido desde hace más de 20 años. No se explican solo por las buenas o malas campañas. Tampoco por las “benditas redes sociales”. De lo que no hay duda es que asistimos a un momento inédito en la historia de México y que la realidad que enfrenta cada ciudadana o ciudadano sí fueron determinantes en su decisión final.

Por otra parte, el escenario multicrisis que vivimos desde el año pasado hace más complicado el análisis. Sin duda. Pero debemos comprender muy bien qué sucedió en los meses pasados para corregir y seguir avanzando como país y como sociedad. No hay motivos para dedicar demasiado tiempo a festejar. Los altos costos que han traído la pandemia, la inseguridad y la situación económica siguen dañando a los grupos más vulnerables y afectando, como nunca antes, el humor social.

El hecho de que la mayoría de partidos haya registrado triunfos importantes (según el color del cristal con que se mire), no significa que las cosas en el país estén bien. El cambio del paradigma político después de las elecciones es obligado. Se tienen que corregir las leyes electorales, pero no para imponer o controlar consejeros y magistrados desde los otros poderes. Las estrategias políticas se deben ajustar a los nuevos mapas políticos de la nación. Es momento de recuperar el diálogo, la negociación y el acuerdo entre los partidos. Todos los días se siguen creando conflictos que no aportan nada a la democracia.

Aún más. Ya es hora de reconocer que los modelos de comunicación política gubernamental y partidista está desgastados y que deben ser actualizados. Con los resultados obtenidos el 6 de junio se abre una ventana de oportunidad para acabar con el fenómeno de la spotización y la saturación informativa que producen los escándalos y la guerra sucia. Lo que está claro, hasta ahora, es que solo generan hartazgo, desinterés y apatía política en las audiencias.

Por si fuera poco, la pauta de varias decenas de millones de mensajes en la radio y televisión no garantiza la equidad entre los partidos porque no es tan efectiva como se piensa. Hasta ahora, se trata de una fórmula de perder - perder. Por un lado, porque son demasiado altos sus costos frente a un pírrico retorno de inversión. Por el otro, porque afecta los contenidos de muchos programas, además de que genera malestar en casi todos los dueños, directivos y líderes de opinión de los llamados medios convencionales.

Cierto es que los procesos de fiscalización deben ser más efectivos. También que se requieren ajustes en las reglas para conformar las alianzas entre partidos, tanto en campaña como en el Congreso. Para evitar caer en un modelo autoritario, se debe proteger que la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados no rebase el 8%. Los tiempos de precampaña y campaña pueden ser aún más reducidos. Los costos operativos de las autoridades electorales y de los partidos, también.

Con el fin de poner freno a la crisis de liderazgos que tenemos desde hace muchos años, llegó la hora de fortalecer los modelos de capacitación en el gobierno y los partidos. México necesita líderes profesionales, eficaces y comprometidos con valores y principios bien definidos. Los seminarios, cursos y talleres que hoy se imparten no cumplen, en su mayoría, con estos objetivos. Tampoco se están aprovechando todas las ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías. El desperdicio de tiempo y recursos es inaceptable.

En otro orden de ideas, es preciso revisar el concepto de estrategia. Desafortunadamente, muchas instituciones y partidos solo demostraron su poca o nula capacidad para comprender el término. Optaron por ser “pragmáticos”, como si esta fórmula funcionara siempre. La enorme cantidad de errores, ocurrencias y ridiculeces que vimos en los medios durante los últimos meses confirmaron que la improvisación se impuso al profesionalismo. Aunque hubo proyectos de gran valor, éstos fueron opacados por una avalancha de comunicación mediocre.

El recurso de lanzar a la contienda política a actores, cantantes, futbolistas, luchadores e influencers tampoco funcionó como se esperaba. Si bien las decisiones son legítimas, atractivas y hasta necesarias, el problema está en la manera en que se comunican. La sociedad necesita de líderes y lideresas, pero los resultados que también espera requieren que se les proyecte con la preparación y capacidad para la labor que pretenden realizar como autoridades o legisladores. Recordemos que el buen líder no solo nace, se hace.

Por todo esto y más, las empresas encuestadoras y de consultoría política también están obligadas a actualizar sus métodos de trabajo. En el nuevo ecosistema de comunicación, no se deben utilizar las mismas tácticas, herramientas, mensajes y recomendaciones con todos los clientes, como si representaran lo mismo. La investigación a fondo de los contextos y el electorado debe ser prioritarios. Las narrativas, discursos y líneas argumentales tienen que adaptarse a las necesidades y expectativas auténticas de una sociedad decepcionada, en lo general, de la política.

En el mismo sentido, conviene revisar los formatos de debate que se pusieron en marcha. La mayoría de los cientos de debates que organizaron las autoridades electorales fueron ineficientes y poco atractivos. La calidad de los entrenamientos que tuvieron muchos de las y los candidatos fueron de muy baja calidad. Algo parecido sucedió con los entrenamientos mediáticos. No se puede ser un buen líder o lideresa si no se cuenta con la capacidad para comunicarse con eficacia, en cualquier medio, en cualquier circunstancia y ante cualquier audiencia.

La planeación y operación de la comunicación de una campaña electoral no se puede dejar hasta el último momento. En México es una mala costumbre. Pocos personajes lo entienden y casi nadie le dedica a la planeación estratégica el tiempo que se requiere. El presidente de la República lo sabe, aunque la ley le impida hacer campaña en favor de su partido. El problema de fondo es que la oposición aún no ha una dedicado el tiempo suficiente para desarrollar las estrategias que respondan a los objetivos que tiene que cumplir.

Las campañas efectivas empiezan al siguiente día de la elección. Se hacen aprovechando los recursos institucionales, sin salirse de presupuesto, desde un Cuarto de Situación, con estrategias que se van adaptando a los cambios de la agenda nacional, con visión prospectiva y sin necesidad de saturar de mensajes a la población. El cumplimiento de la palabra y la discusión de resultados son sus ejes principales.

Y si las conferencias de medios del Poder Ejecutivo van a seguir, lo conveniente es replantear sus formatos sin que se pierdan los objetivos políticos que las justifican. También se debe considerar la posibilidad de reducir el número de candados que tienen las autoridades de gobierno en tiempos electorales para comunicarse con la sociedad. La experiencia en otros países ha demostrado que un mayor activismo no afecta, necesariamente, el criterio de equidad.

Además, es imperativo poner freno y reducir la violencia política y electoral, la violencia política contra las mujeres en razón de género y la violencia verbal, de manera particular la que se da entre los representantes de los poderes y con las autoridades electorales. Los conflictos son inevitables, pero una cosa es debatir o confrontarse con argumentos y otra muy distinta es agredir, ofender, calumniar, litigar en los medios o lanzar acusaciones sin sustento.

La comunicación política puede ser más efectiva si construimos una cultura de la legalidad, de debate, de participación ciudadana y de competencia política equitativa con un respeto estricto a los derechos humanos, incluida la libertad de expresión y el derecho a la información. Esperemos que las y los ganadores de estas elecciones no solo lo comprendan, sino que lo lleven a la práctica.

Recomendación editorial: Daniel Ivoskus (editor). Comunicación política en tiempos de incertidumbre. Buenos Aires, Argentina, Editorial EPYCA, 2020