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¿Testamento bien atado?

No se puede escribir la historia desde el poder. No se puede ordenar lo público, con decisiones privadas. | Germán Martínez Cázares

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Escrito en OPINIÓN el

“Mientras Dios me dé vida estaré con vosotros trabajando por la patria”, así terminó el caudillo español Francisco Franco, su tradicional discurso de Navidad en 1969. 

En el Palacio de El Pardo, en Madrid, se estacionaron camiones, antenas, monitores en blanco y negro, metros de cables, cámaras, micrófonos, de los equipos móviles de Radio Nacional de España y Televisión Española, (como en una mañanera mexicana) para transmitir el mensaje de Su Excelencia el Jefe del Estado. Era 30 de diciembre de 1969. Coordinó personalmente el evento Adolfo Suárez, entonces director de la televisión estatal. Gustavo Díaz Ordaz gobernaba México, quien después sería el primer embajador mexicano nombrado por José López Portillo, para restablecer las relaciones diplomáticas con España. 

Ese día Franco sugirió que para cuando el muriera: “todo ha quedado atado y bien atado”, con mi propuesta y la aprobación de las Cortes de la designación a título de Rey, del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón. El Caudillo lo había nombrado Rey, justo un día después de que Neil Armstrong pisara la luna, en aquel año de 1969. 

El fascista para amarrar mejor su testamento dejó una cuña: el propio Franco renunció a la Presidencia de Gobierno en junio de 1973 a favor de Luis Carrero Blanco. Pero “lo atado y bien atado”, lo desató y desbarató el terrorismo que mató al Presidente Carrero; y España a la muerte de Franco se encaminó a una transición democrática y a firmar una nueva Constitución para instaurar una monarquía controlada por un parlamento. Nada de herencia personal. Nada de pliego de mortaja. No se puede escribir la historia desde el poder. No se puede ordenar lo público, con decisiones privadas. Heredar el poder en un testamento o dictar las “ideas correctas” al pueblo, para que éste las siga como si fuera un catecismo, no sólo implica una concepción patrimonial y unipersonal del poder, sino confiesa un desconocimiento de que el poder viene del pueblo, pero lo regula la Constitución. 

El dictador Franco no tenía Constitución, López Obrador es Presidente Cons-ti-tu-cio-nal. Juró frente a todo México guardar, que es obedecer, la Carta Magna que marca tiempos, formas, requisitos y atribuciones para nombrar sucesor presidencial. Insisto: López Obrador puede regalarles a sus seguidores un legado teórico, un testamento; pero juró su cargo frente a una Constitución que es obligatoria para todos. 

Testamento dejó el tristemente célebre y sinvergüenza Antonio López de Santa Anna. Sí. El Presidente con el que México perdió la mitad del territorio, y vió durante uno de sus mandatos, ondear la bandera estadounidense en Palacio Nacional. Según los historiadores Will Fowler y Robert A. Potash, el caudillo dictó dos testamentos: uno en 1844, a los pocos días de enviudar de su primera esposa Inés García, muy patrimonial, donde otorga los ranchos y ganado a sus parientes; pero otro, otorgado en 1874, dos años antes de morir, donde habla de “venganzas y odios políticos”, “inventos esparcidos por mis enemigos”, “he servido a mi patria con el esmero y lealtad que puede hacerlo un buen mexicano”, “derramé mi sangre en honor de la República…” y también habla de Dios, el Hacedor Supremo. ¿De qué tipo será el testamento de AMLO? ¿Patrimonial? Es su derecho. ¿Ideológico? Es derecho de cada mexicano, pelarlo o no. ¿Atar la sucesión como Franco? Nadie ata el futuro. La vida es hoy.

Adolfo Suárez, el director de comunicación franquista que organizó aquella transmisión de 1969, luego fue el gran presidente de la transición española en 1976. ¿Jesús Ramírez Cuevas será el heredero del misterioso testamento? Sólo un profeta conoce el mañana. En aquel 1969 se inauguró el Metro de la CDMX que estaba “bien atado”, luego, otra línea de ese tren se derrumbó en 2021, y el Tren Maya ya cambió su ruta en 2022. ¡Tranquilos! La 4T no ata bien un tren, mucho menos una sucesión presidencial.