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Tal vez llegó el momento

¿Seguiremos teniendo grandes avenidas, congestionadas, mientras el resto del mundo se aventure por el camino de la movilidad autónoma? | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

Hace cuatro años, Google Nederland liberó un video impresionante: la bicicleta de autoconducción. Las imágenes fueron tomadas en Amsterdam y mostraban una bici que se movía sola, como una forma de evitar incidentes de tránsito. En la producción se muestra a los desarrolladores explicando el funcionamiento y la trascendencia del invento. El video fue liberado unas horas antes del 1 de abril, April Fool, el equivalente internacional al Día de los Inocentes. Estaba, naturalmente, truqueado.

La bicicleta autónoma es un imposible, porque en realidad la bicicleta depende del equilibrio, y éste del movimiento. Seguro que algo se podrá hacer en el futuro pero no tiene mucho sentido destinar la energía del vehículo a mantener el equilibrio cuando se puede hacer algo más sencillo: moverse en tres ruedas.

 

Hace también cuatro años visite el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachussets y tuve una entrevista con Kent Larson, uno de los desarrolladores de vehículos autónomos y otras innovaciones. Me tomé una foto con él, detrás de nosotros estaba una pantalla con una gráfica que representaba la distancia en el tiempo para los hitos de la autoconducción: el más lejano en tiempo, la autoconducción en autopistas, 6 años, o sea, 2022; el más complejo, la conducción urbana, a 4 años de distancia de nuestra foto. O sea, ahora.

En el laboratorio de Kent Larson había un vehículo de prueba, un triciclo. Era algo bastante lógico, pero en ese momento se me abrieron los ojos. El triciclo no padece la falta de equilibrio que la bicicleta. En un entorno adecuado, llamamos al triciclo con una app, éste nos lleva por caminos tranquilos, administra el riesgo, llegamos seguros y sin sudar a nuestro destino. Parece un mundo lejano, pero en realidad ya tenemos la tecnología, nos faltan las ciudades adecuadas.

Cuando el formulario de algún sitio de internet nos pone a elegir cuadrantes en una fotografía para asegurarse que seamos humanos, en realidad está alimentando sus algoritmos de autoconducción. “Selecciona todos los cuadros que contengan un semáforo”. Por años se ha enriquecido la capacidad robótica de los vehículos. Algunas pruebas han fallado y ya hubo una persona atropellada y muerta, Elaine Herzberg.

En años recientes hemos tenido noticias de entregas por medio de drones; en Colombia, incluso, a raíz de la pandemia, Rappi comenzó a probar entregas robotizadas. Todavía son noticias lejanas y faltan algunos años para que se generalicen estas prácticas. De por sí el covid-19 ha traído desempleo, pero algunas oportunidades se han dado en las entregas a domicilio, sin embargo ahora los robots pueden quedarse con estos precarios trabajos. Esta es la parte negativa, pero en realidad hay un elemento muy positivo.

La pandemia puede estar marcando cambios radicales en las tendencias de movilidad. No me voy a centrar en la creación de nuevas ciclovías en Milán, París o Bogotá. Iré más lejos. Las estrategias de tránsito calmado que acompañarán la generalización de la movilidad no motorizada podrían tener un impacto impresionante hacia el futuro. La posibilidad de que una app llame a un triciclo eléctrico, autónomo, unipersonal, techado, con amenidades, se vuelve muy factible.

Las implicaciones están en el manejo del espacio. Un vehículo motorizado ocupa entre tres y cuatro metros de ancho. Los carriles ciclistas ocupan la mitad. De pronto esta es la oportunidad de que la micromovilidad se quede con la mayor parte de las vialidades. Eso es lo que parecen estar leyendo algunas urbes que hoy impulsan grandes transformaciones y es justo la ocasión de que se conjunten calles de tránsito calmado, múltiples carriles para bicicletas y triciclos, en los que terminará generalizándose la autoconducción urbana.

Algo similar podría ocurrir con el transporte público. En otras partes del mundo, los metros están operando robotizados. Los trenes en los aeropuertos así funcionan, incluyendo el monorriel que conecta la terminal 1 con la terminal 2 en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. En el mundo empezaremos a ver pruebas de transporte de superficie autoconducido.

El covid-19 está acelerando estos cambios. Cuando las ciudades se vuelcan a promover los espacios no motorizados tal vez sea una decisión estratégica más allá del idealismo que representa la bicicleta o las menores posibilidades de contagio. En cambio, cuando una ciudad como la capital mexicana se niega a estas instrumentaciones, está disociándose del impulso a nuevas tecnologías y la transformación urbana.

Más que negarse a instrumentar ciclovías temporales o a detonar la ampliación de banquetas en secciones saturadas por viandantes, en realidad el gobierno de Claudia Sheinbaum está teniendo una mala lectura de lo que ocurrirá en el futuro.

De pervivir décadas con estas poco visionarias políticas de movilidad nos convertirán en la Cuba del siglo XXI, pero en vez de mirar hacia atrás y ver autos de los años 50 con música de Buenavista Social Club, seguiremos teniendo grandes avenidas, congestionadas, en las que un pequeño error se pague con la vida, mientras el resto del mundo se aventure por el camino de la movilidad autónoma en vehículos eléctricos y unipersonales.